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Este fin de semana se cumplen 10 años de la quiebra de Lehman Brothers, evento que muchos identifican como la gota que derramó el vaso y marcó de manera oficial el inicio de la Gran Recesión del 2008-2009.

La realidad es que la economía de Estados Unidos (EU) ya estaba enferma desde mucho antes de la quiebra de Lehman.

La burbuja en el sector residencial y financiero que reventó en el 2008 fue simplemente la culminación de un problema que se venía gestando desde hace años.

La Gran Recesión que comenzó en el 2008 no fue una recesión común y corriente, ya que en su epicentro se ubicaban enormes e insostenibles niveles de endeudamiento en el sector financiero y en los hogares de EU. Este sobreapalancamiento y la globalización de los mercados financieros contribuyeron determinantemente a la creación de una burbuja en la demanda de bienes y servicios a nivel global, con especial énfasis en algunas clases de activos como los bienes raíces y los activos financieros.

Dado este contexto, es lógico que el proceso de recuperación experimentado desde el 2009 haya sido de una naturaleza muy diferente a los episodios de recuperación de todas las recesiones observadas desde la Gran Depresión de 1929.

Hasta hace apenas un año, la recuperación había sido mucho más lenta y dispareja que otros periodos posrecesión a pesar de que los estímulos fiscales y monetarios aplicados desde el inicio de la crisis no tienen precedente en monto y velocidad de implementación.

En términos llanos, el rendimiento de cada dólar de estímulo fiscal y monetario medido en crecimiento económico ha sido sumamente pobre comparado con otras recesiones.

Esto último tiene una explicación lógica, ya que los estímulos sirvieron principalmente para amortiguar el golpe del proceso de desapalancamiento de los hogares y el sector financiero. Sin embargo, el desendeudamiento del sector privado en EU se ha dado a costa de un sobreendeudamiento del sector público.

Aunque entre el 2014 y el 2016 fuimos testigos de una mejoría importante en las finanzas públicas de Estados Unidos, a partir de este año la trayectoria del déficit fiscal y la deuda pública como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) han tomado un rumbo preocupante.

De acuerdo con datos del FMI, la deuda pública como porcentaje del PIB en EU se incrementará de 107% al cierre del 2016, a 111% en el 2020 y 117% en el 2023.

Para dar un poco de contexto, Estados Unidos es actualmente la economía desarrollada más endeudada del mundo después de Japón (236% del PIB) e Italia (131% del PIB). Para el 2023 rebasaría a Italia y se ubicaría sólo detrás de Japón. Además, EE.UU. es la única economía desarrollada donde la razón deuda/PIB presenta una trayectoria ascendente para los próximos cinco años.

Esto sugiere que el resto de los países de la OCDE están aprovechando esta etapa robusta del ciclo de crecimiento económico para sanear sus finanzas públicas y generar las condiciones para poder implementar estímulos en la siguiente recesión.

Mientras tanto, Estados Unidos parece estar hipotecando la casa para generar crecimiento en el corto plazo, apostando a la falacia de que las finanzas públicas se deteriorarán menos de lo esperado ante una mayor actividad económica en el corto plazo.

La realidad es que la política fiscal de EU debe ser recalibrada para revertir la trayectoria ascendente de la razón deuda/PIB mediante incrementos en los ingresos del gobierno y una redistribución del gasto público hacia inversión en infraestructura.

A 10 años de la quiebra de Lehman, pareciera que muchas de las lecciones de la crisis se han olvidado. Aunque no todos coinciden en las razones que generarán la próxima recesión, son cada vez más voces las que piensan que el ciclo actual de expansión está entrando en sus etapas finales y que en algún momento durante los próximos 18-36 meses veremos una recesión cíclica en Estados Unidos con consecuencias globales.