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Una reflexión acerca de lo sucedido en Torreón, por César Velasco
Foto de EFE

Es una serie de tragedias. La de un NIÑO que por razones que no conocemos, y que deben ser terribles, toma la decisión de conseguir armas, cargarlas de balas, llevarlas a la escuela, usarlas en contra de otros niños y de sus maestros y después usarlas contra sí mismo y suicidarse.

La de unas familias que nunca volverán a ser las mismas, que han experimentado el terror y la muerte en circunstancias antes inimaginables.

La de una ciudad que ha visto cómo uno de sus más pequeños habitantes, ha sido el vehículo para causar el dolor más profundo.

La de un país que se niega a mirar de frente su realidad, que niega su responsabilidad al negar la existencia de problemas gravísimos y que sigue volteando al otro lado para no ver esa realidad; que niega la existencia de los problemas emocionales y prefiere seguir pensando que, aquí, en México eso no existe y por lo tanto sigue negando la prevención y la ayuda a quienes los sufren, niños, adolescentes y adultos, hombres y mujeres y que cae en el facilísimo recurso de “culpar” a juegos y a otros de lo que ocurre en nuestras familias, pueblos y ciudades.

Este NIÑO se suma a los cerca de 400 menores de edad, que morirán este año en México por suicidio, la mayoría no lastimarán a otros de la misma forma y no saldrá la noticia de su muerte en redes sociales y medios de comunicación y sus familias se sentirán obligadas a esconder su tragedia tras la vergüenza.

Este mismo país, México, que decide que recortar los recursos para la atención psicológica y psiquiátrica profesional y basada en la evidencia científica de quienes sufren, porque es un lujo que no podemos permitirnos el atenderlos como nos merecemos, que sigue creyendo que los problemas mentales son padecidos por la población de mayores recursos y que tienen su origen en una vida de aburrimiento y dispendio, olvidando los cientos de miles de adictos a sustancias, los millones de personas con depresión y ansiedad, las miles de mujeres muertas por la violencia de sus parejas y los miles de niños golpeados y abusados en sus casas y su sus escuelas y los muchos otros mexicanos, de todos los niveles socioeconómicos, con otro tipo de enfermedades, si ese es el nombre adecuado, que no tendrán acceso a ese tratamiento, porque es culpa de sus padres, del gobierno anterior o del país vecino que estén enfermos.

Los gobernantes serán los primeros en culpar a quien les resulte más cómodo, insistirán en que son “casos aislados” y se convencerán a sí mismos que no es su obligación atenderlos. La verdad es que no podemos esperar otra cosa de ellos.

Pero tú si puedes hacer la diferencia: seguramente conoces a alguien que sufre de algún problema emocional, probablemente haya alguien en tu familia, es más, puede ser tu hijo, pareja, hermano, amigo, vecino o compañero de trabajo.

Haz algo, acompáñalo, llévalo a buscar ayuda y exige que se la proporcionen. Hazlo hoy. Y por favor, no culpes a nadie, de nada sirve y solamente desvía la atención de lo que realmente ocurre.

Con información del Dr. César Velasco