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Umoja

¿No veis estos tambores en mis ojos? ¿No veis estos tambores tensos y golpeados con dos lágrimas secas?

Nicolás Guillen

Fragmento de un poema

Los tambores retumban en mi mente trayendo su origen en el suelo Africano. Esta vez no es una persona si no el sonido que penetra en mí y de pronto mi cuerpo se mueve, como si al escuchar el ritmo, mis huesos recordaran su origen primitivo.

El ritmo de los tambores se acelera al recordar el área de entrenamiento en el distrito de Samburu en Kenia cerca de Wamba, uno de ellos susurra el nombre del destacamento británico del ejército que pernocto ahí durante cincuenta años, al que no se le ha juzgado porque el gobierno británico negó las acusaciones. Los tambores suavizan la cadencia mientras se va quedando la noticia en periódicos que se vuelven amarillos arrumbados en alguna bodega, porque todavía seguimos cargando el yugo de la indiferencia. Porque sigue pesando el peso de los patriarcados donde la vida de las mujeres no tiene valor.

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Foto culturacolectiva.com

Se escuchan los tambores con toda su fuerza mientras se honran los nombres de unas mil cuatrocientas violadas, golpeadas por estos soldados y estas son cifras que son solo números incomprobables, pues miles más están en los espacios sinuosos de la reserva, del sigilo, del secreto porque no se denuncian; no tienen voz.

Entonces al compás del pulso tenue, los tambores hablan de como comienza ahora el dolor del silencio en ellas, los gritos ahogados que no tienen cabida en ningún lado pues si sus maridos lo descubren, comienza el martirio de las vejaciones, las golpizas por la deshonra, el exilio con sus hijos quien sabe a donde, muchos devorados por las hienas o vagando a su suerte. Saben que el acto es una manifestación de poder y nada tiene que ver con el sexo. Así mientras las heridas de la piel se van cicatrizando, se va disolviendo lo ocurrido. Y comienzan  los  secretos que se van volviendo parte de una forma de vida donde “aquí no pasa nada” y se acuña un lema que se va enraizando en lo profundo generación tras generación. Se percibe así un engrudo donde la pestilencia de la injusticia lo va enfermando todo.

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Rebeca Lolosoli. Foto de Athena40.

Pieles oscuras cuerpos delgados, miradas que llevan ondulantes y tormentosos ríos de historias que marcan una forma de vida donde el dolor se cubre con la costumbre y la indiferencia. Voces monótonas de timbres incoloros que impregnan los duros días donde además hay que trabajar sin horarios, para comer a medias. Entonces la vida se repliega a sobrevivir y se anestesia el alma que busca la belleza  dejando la creencia de que así es como es y ya está. Qué no hay nada que hacer porque hay una visión de túnel que lleva centurias de violaciones por imperios, por el colonialismo e incluso por la rivalidad entre etnias que pesan en los hombros de este continente.

De pronto dieciséis mujeres que pasaron por este infierno fundan el poblado de Umoja (“unidad” en swajili) en 1990, dirigidas por Rebeca Lolosoli quien después de cicatrizar su cuerpo tras la tortura perpetuada a manos de los soldados, de sufrir la indiferencia y repudio de su esposo, decide hacer algo distinto. Encontró la fuerza, recobrando la voz y dando aliento a una forma de existencia que ya no podía sostenerse, pues ahí solo hay muerte y desolación.

Así soñó un lugar donde solo pueden vivir mujeres y lo situo a trecientos ochenta kilómetros de Nairobi.  Encontró una  zona árida donde la vida es dura, pero alberga los días y noches de cincuenta mujeres y más de doscientos niños que asisten al colegio construido por ellas. Se pinta de nuevos colores un espacio donde todos aprenden a escribir y a leer pero también a honrar la vida y a respetarla. Donde recobrar la igualdad en dignidad que tienen hombres y mujeres por igual, es fundamental.

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Foto MujeresNomadas.com

Cultivan la granja para conseguir alimento y mientras juntas se van rescatando, se han vuelto a ver esas curvaturas perfectas que los labios profesan para mostrar que se puede sonreír de nuevo, sin miedo a usarla para ocultar lo que los ojos no pueden esconder, si no para manifestar la fuerza de saber que se puede vivir distinto.

Un refugio donde se pronuncia con claridad el NO en contra del casamiento impuesto en la niñez, donde tantas niñas son ofrecidas en matrimonio a hombres de avanzada edad. Donde se manifiesta con fuerza el NO a la violencia doméstica y la mutilación genital donde el corte parcial o total del clítoris es parte de las  prácticas comunes en las tribus Samburu y parte inseparable de su cultura.

Y pasa que cultivar lo bello se vuelve materia para dejar claro quien manda y miembros de la tribu Turcana roban su ganado. Los techos de sus casas son terminados con estiércol de vaca así que cuesta reemplazarlos por haber perdido sus animales. Los morans (muchachos jóvenes) buscando ganarse el amor de las muchachas más bellas de su tribu, les ofrecen el mejor ganado, aunque este sea hurtado y una aldea de puras mujeres es un blanco fácil.

Y con todo lo que conlleva estar siempre acechadas, la creación de esta aldea ha inspirado a otras a seguir sus pasos. Está  la aldea Namachi la de Supalake, donde las mujeres gobiernan y van creando un lenguaje distinto.

Durante los primeros años de este proyecto, las mujeres ganaban dinero vendiendo joyas hechas a mano en la carretera principal que pasa cerca de Umoja. Con los años, fueron forzadas a abandonar estos caminos, debido a la presencia de hombres de los alrededores que las asaltaban y robaban con frecuencia.

Pero el pueblo fue atrayendo la atención, gracias a la originalidad de su mini sociedad. Tras un giro muy favorable, las mujeres residentes utilizaron esta atención para conseguir que el comercio artesanal, que antes se concentraba en la carretera principal, pasase por su aldea. Y durante tiempo las visitas regulares de turistas que buscaban conocer Umoja crearon una fuente estable de ingresos.

En 2008 a modo del estilo de Broadway, el musical «Umoja» aterrizo por primera vez en España y genero curiosidad. El Teatro de Madrid fue el anfitrión de un espectáculo que retrata, con pulso y ritmo, la vida de estas mujeres, entonces muchos que no sabían de su existencia ahora saben quienes son.

Pero la vida cambia y hoy a treinta años de su creación, el COVID las vuelve dejar allá, lejos, sin el turismo que les brindaba esa derrama económica, ahora tendrán que reinventarse. Tienen desarrollado el músculo de la frustración, sabrán salir adelante juntas, acunadas, acompañadas. Hoy mientras escribo sus voces se escuchan en cantos que acompañan los tambores de su tribu, El golpeteo convoca, se entrelaza con los sonidos del corazón. Se vuelve un ritual curativo con compases que suturan, remiendan y entonces se oyen como una sola voz, como un solo rugido de mujeres que buscan transformar el contexto de dolor, sanarlo y empoderarse, para seguir luchando por sus derechos, para vivir distinto y así surcan el océano hasta mis oídos.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195