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La muerte es un dulce
Foto de Ana Paula Cámara

Cuando los turnos se deben cumplir fuera del laboratorio, cuando se debe trabajar donde la familia y la pareja no está cerca; nosotros cargamos no solo el cansancio físico que merma la salud, sino también hay que sumar el cansancio mental, ese que se produce cuando los niveles de estrés, miedo e incertidumbre hacen un amasijo.

Sonó el Matra, había que acercarnos a procesar una escena del crimen a 147 kilómetros del laboratorio, se había reportado un posible masculino asesinado, el cuerpo se encontraba en un respiradero de la carretera.

Para llegar ahí había que salir de la mancha urbana, enfilar hacia la carretera, avanzar unos kilómetros e ir serpenteando las brechas y mantener la esperanza de que ningún convoy de delincuentes va a tener la idea de emboscar, la única idea que se debe tener es la de mantenernos con vida.

La carretera era solo de dos carriles, en una curva tuvimos que parar las tres camionetas, la nuestra y las dos de resguardo, además de la del forense, el cielo se veía gris, la temperatura era de entre los 12 a los 15 grados centígrados, la lluvia no tardaría en hacerse presente, en una tarde de julio.

Tres agentes ministeriales eran los responsables del resguardo, tanto para evitar un accidente automovilístico como para evitar nos ataquen, los demás nos disponíamos a bajar al respiradero.

Al ingresar, la luz se iba extinguiendo, a la mitad justo bajo la carretera estaba, era una envoltura como de un dulce, una cobija atada por los extremos con alambres simulando un caramelo.

Dentro estaba el cadáver, no se podía apreciar a simple vista si era un hombre o una mujer, el olor putrefacto se había esfumado, el cuerpo se había momificado, la ausencia del contacto directo con los factores ambientales lo preservó.

Ahora debíamos sacarlo de ahí y trasladarlo, colocarlo en la bolsa fue complicado, mas no tanto como el calvario que fue subirlo hasta la camioneta, ese fue el dulce más amargo.

Ya arriba de las camionetas, con la necesidad imperiosa de salir de ahí, la lluvia llega y hace que salir de ahí sea presuroso, era tan copiosa que no se lograba ver a más de dos metros al frente.

Recorrer 147 kilómetros de regreso al laboratorio sin saber quien estaba bajo ese envoltorio tipo dulce no dejaba opción a la calma, la adrenalina subía por mis piernas, el sudor frío me acompañó todo el trayecto.

Podría ser cualquier persona y yo solo quería tener señal en el teléfono para llamar a casa.

Con información de López-Dóriga Digital