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El aroma de la descomposición
Foto de Ana Paula Cámara

Ser forense es navegar en un mar de aromas que van de lo fétido a lo nauseabundo, el ser humano tiene una manera muy grotesca de descomponerse, quizás si supiéramos el terrible después, cambiaríamos nuestros hábitos.

Ese punto entre el sapotonamiento y la putrefacción final, en un clima controlado puede tardar hasta 24 meses, más no en la ciudad de las bajas pasiones, aquí en 36 horas el cuerpo está en situación de putrefacción, todo lo que digan los textos aquí es diferente, en este lugar un cuerpo a la intemperie llega a osamenta en máximo 12 meses, si no es que la fauna carroñera lo hizo antes.

El aroma no tiene una descripción exacta, no sabría plasmar “a que huele un muerto de días”, es una mezcla de ese recipiente olvidado en el refrigerador con cartón húmedo y una letrina, más o menos.

Tenemos técnicas, como respirar por la boca, pues las papilas gustativas no detectan aromas solo sabores, y el cerebro no lo une a algo desagradable si no lo percibe por eso cuando tenemos gripe todo nos sabe igual, también podemos untar un ungüento con base de petróleo entre los labios y la nariz, para que sirva de filtro además del uso de un cubreboca.

En la ciudad de las bajas pasiones lo que sucede, sucede de manera impactante, en esos días había sucedido un decomiso fuerte de narcóticos y eso el crimen lo cobra con la vida.

En una bodega fueron encontrados algunos restos humanos a los que les faltaban extremidades tanto superiores como inferiores, muchos fragmentos de cuerpo no fueron localizados, no se encontraban pues habían sido lanzadas al drenaje público, según el dicho de un detenido, nos encomendaron sacarlas de ahí.

Nos pusimos trajes de bioseguridad que preservan el uniforme, doble guante de nitrilo, cabello recogido y un cubrebocas contra polvo químico.

Unos compañeros destaparon la alcantarilla y hubo que bajar, el olor cambió a hedor.

Los peritos no solo levantamos casquillos, también recolectamos fragmentos humanos desechados en el drenaje.