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Crónica de la salida de Jacobo Zabludovsky de 24 Horas
Foto de Internet

Le comparto la crónica que escribí en el Heraldo de México, el miércoles 21 de enero de 1998, dos días después de la salida de Jacobo Zabludovsky del programa 24 Horas.

Crónica de la salida de Jacobo Zabludovsky de 24 Horas - salida-de-Jacobo-Heraldo-de-México
Foto de El Heraldo de México

Jacobo había dicho, aún lo decía antes de “entrar al aire”, que quería irse como Carlitos Arruza, sin avisarle a nadie.

Pero también, sabedor que ni él es el “ciclón mexicano” ni hoy es entonces, decidió irse sin más:

“24 Horas termina hoy. Muchas gracias y buenas noches”.

Faltaban 711 días para el año dos mil y habían corrido diez mil ediciones del noticiario que comenzó a las once de la noche de aquel lunes siete de septiembre de 1970, hace 27 años cuatro meses y doce días, en aquel horario, las 23 horas, en que no se veía la televisión, la hora en que se acababa la programación.

Entonces le dieron tres meses de vida.

El pasado siete de septiembre inició su año número 28.

Pero el lunes por la noche terminaba el ciclo de Jacobo, largo correr de más de un cuarto de siglo como lo atestiguan las fotos, los recortes, las cartas que cuelgan en las paredes de su oficina, el largo ferrocarril de los recuerdos: la entrada a La Habana con Fidel Castro, sus credenciales de entonces aquella primera única entrevista, la carta de Adolfo López Mateos, su amigo, el recado “Merci Beaucoup” de Agustín Lara.

En el pasillo del cuarto piso que lleva, cruzando una larga redacción, a la oficina de Jacobo, se sentía que algo iba a pasar, que algo había ocurrido: Jacobo se iba.

Decenas de reporteros, camarógrafos, amigos, estaban allí, como pasmados, atribulados.

Y él con su lápiz amarillo, porque le gustan los lápices amarillos, terciado en las gafas.

– Lic. – le soltó un asistente de redacción- ¿que si le parece bien que pongamos esto después de la juez… ?

-Dile que sí -respondió después de ver, leer, calibrar, qué iban a poner, qué iba a decir él, “después de la juez”.

La gente se asomaba.

No era un velorio, pero por momento lo parecía.

Luego sería una fiesta. Pero eso sería luego.

Para esos momentos, ni hablar.

Allí estaba Sarita, como siempre ha estado a lo largo de estos 44 años. Y recordaba su boda con Jacobo aquel 14 de agosto de 1954. Estaba Diana, que era Dianita, pero, casada con Eduardo, la acompañaban sus cuatro hijos: Miguel, Jorge, Nicol y Arturo, cuatro de los diez nietos de Jacobo, su alegría de vivir. Luego llegarían Jorge y Mónica con los suyos: Miguel, Carla y Daniela, y después Abraham y Perla con Gabriela, Carlos y Miranda.

-Ya… ya -les decía Jacobo a los resporteros. Y se asomaba al pasillo y entraba a la oficina- ¿Saben…? Estoy muy contento -decía sin convencer- No se pongan tristes -convocaba sin éxito-. Perdón -y contestaba el teléfono- ¿Bueno…? sí, sí, que entre, que pase a la oficina decía llevando como telón la foto del miliciano de la República española captada por Robert Capa justo en el momento que le pegan un tiro y él, crucificando al aire, muere.

-Hola Javier… Gracias… Te agradezco que me hayas llamado… -decía entre el saltar de los pequeños de Diana y la tristeza de Sarita que allí tenía, otra vez como siempre, su tejido.

Cuentan que Sarita destejía de día lo que tejía de noche.

-¡Señor Krauze…! -se adelantó a abrazar a Enrique, el historiador, su amigo y pareja en un proyecto inminente de televisión- Gracias por estar aquí -como que le susurraba y Krauze le correspondía con un afecto genuino.

Sarita recordaba otra vez, creo que nunca ha dejado de hacerlo:

“Fíjate que cuando me casé oía de las bodas de plata y 25 años se me hacían una barbaridad, los veía tan lejanos… pero ahora ya son 44 y aquí estamos…”

Por el pasillo nadie se movía. Si acaso la luz de una cámara portátil de Federico Wilkins, Amador Narcia, Salvador Estrada, allí llegaba Jaime Almeyda, Rita Ganem, Juan Manuel Rentería, Ana Cristina Peláez, Martha Venegas, los de entonces, los jóvenes de ahora y todos los de ECO. Miguel Reyes Razo, que también fue reportero de 24 Horas, hacía su crónica. Patricia Suárez y Fernando Schwartz.

-No se pongan tristes que me pongo de malas -insistía en vano. Todos seguían tristes, aunque él se pusiera de malas que ni se iba a poner ni a ellos se les iba a quitar.

Los de las confianzas se atrevieron a entrar al espacio de su oficina y retratarse con él.

-¡Andenle!, vamos a tomarnos algo, aunque sea una fotos -y reía corto, pero reía.

Eran pasadas las nueve y media de la noche y se esparcía la nostalgia. nostalgia por el futuro, claro está.

El teléfono no paraba.

-Hola Lalo. ¿Cómo está hermano…? No, no tienes porqué estar triste… La verdad es que no hay razón porque como decía El Guerra, “Lo bien toreao es lo bien arrematao”, yo no sé si estemos arrematando bien, pero la mención del Guerra viste mucho… Sí, claro… No, yo seguiré aquí.

Desde las paredes lo miraban Dalí y el tormento de aquella entrevista monumental en la casa de la locura de Cadaqués, faena del periodismo, hoy ya clásica, y Salvador Allende y Chou En lai y Carter y Dayán. Presidentes y ex presidentes: el general Cárdenas, don Miguel Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos por supuesto, Díaz Ordaz, Luis Echeverría, que hoy está igual que entonces, don José, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo.

Abajo, enmarcado, el anuncio del lunes 7 de septiembre de 1970: cuando Telesistema Mexicano y la Dirección de Noticieros, a cargo de Miguel Alemán Velasco, anunciaban que esa noche iniciaba 24 Horas.

Ayer, 27 años más tarde miraba en un muro las fotos de tres generaciones de Azcárragas: don Emilio Azcárraga Vidaurreta, su hijo Emilio Azcárraga Milmo, su nieto Emilio Azcárraga Jean.

-Sí, sí. Gracias por lo que me dices -respondía otra llamada cuando ya estaba el guión y entraba a la oficina Félix Cortés, el primer jefe de redacción del noticiero, ahora al frente de los informatvos de Televisa y llegaba con Félix, entonces chico, hoy un señor y su mamá, Margitta.

E irrumpía, como siempre ha irrumpido, el licenciado Alemán Velasco con su esposa Christian, con sus hijos Miguel, con sus hijas y sus maridos.

Aquello que se contenía una hora antes era ya incontenible: gente, saludos, afecto y emociones.

A las 10 y 10 Jacobo ya no pudo más. Llevaba media hora con el guión en la mano, su lápiz amarillo y el caso puesto cubriendo su corbata negra de siempre.

Pasó frente a las fotos con la Doña, con Julio Iglesias, con Raphael, con su amigo García Márquez, con Pepe Guindy, con Felipe González y el Papa, el Rey Juan Carlos.

Ya había llegado, también, Abraham y González Fernández con Aurora y Carlos Salomón con Cristina. Habían comido en El Danubio.

Apenas dejó la oficina y un largo, intenso aplauso lo siguió por los pasillos, por la escalera, por las alturas de otros pisos. Todos le decían adiós.

Así, casi por línea alcanzó la puerta del estudio “B” y por línea entró. Luego, como en los gallos, se cerraron las puertas y se llenó el sillerío del estudio “A”.

En el monitor apareció Jorge Berry desde La Habana.

-Sí, sí. Ya te veo. Ahora ya te oigo.

Se sentó, por primera vez visiblemente nervioso y llegó Guillermo Ortega. Subió al entarimado del escritorio que ocupará desde esta noche, diferente pero a la misma hora y en el mismo canal.

Y de repente con el primer tope de audiencia casi al triple de lo cotidiano. 24.8 puntos de rating, Jacobo fue al aire en la última edición de 24 Horas.

“No te vayas”, le había pedido a Ortega Ruiz.

-¿Por qué no te presentó ya aprovechando que estás aquí?

-Lo que usted diga -le dijo con respeto.

-¿Va a estar usted parado? -quiso saber el floor manager para decirlo a Rubén Mancilla, el productor.

-Sí -dijo.

-Tres, dos… aire -le indicó el gerente de piso y aparecieron a cuadro Jacobo y Guillermo.

-Desde mañana Guillermo Ortega en este espacio. Gracias por llegar -le dijo sin soltarle la mano.

-Señor, gracias por todo. Gracias por su amistad, gracias por su enseñanza, gracias por su cariño, gracias por ser, en mucho más de un sentido, un segundo padre para mí. Gracias y esperamos corresponder al reto. Nos deja usted un sillón enorme, muy difícil de llenar, pero pondremos todo nuestro empeño. Gracias. Gracias por todo -correspondió Ortega.

-Vas a tener el éxito que te mereces Guillermo.

-Gracias. Gracias, señor -y se retiró mientras Jacobo le aplaudía y, ya solo, se sentó.

-Bueno, vamos a las noticias… dentro de cuarenta horas llegará el Papa a La Habana -introdujo y apareció Jorge Berry que le había recomendado llevarse su celular porque ya le había conseguido una línea telefónica. Se despidió el primero de los enviados a Cuba cuando intervino al aire Lupita, la telefonista. Antes había instruido al “floor” -No metas la entrada que creo que tengo una llamada.

-Lienciado… es una llamada del doctor Ernesto Zedillo presidente de México, desde Los Pinos… Está en la línea tres…

-¿Está él en la línea…? quiso confirmar Jacobo.

-Sí.

-Buenas noches señor Presidente -le saludó con una sonrisa de satisfacción.

-Buenas noches Jacobo ¿cómo estás…?

-Bien señor Presidente, aquí trabajando.

-Pues te hablo para expresarte mi sincero reconocimiento y felicitación por esta etapa de 27 años de tu notable carrera como periodista al frente de 24 Horas -le dijo de entrada para seguir con un amplio reconocimiento y una recomendación- Confío en que después de tomar un muy merecido descanso y cuidar debidamente de tu salud -Jacobo asintió sabedor de las cosas-, encontrarás inevitable seguir sirviendo a la gente mediante tu noble profesión de periodista. Auditorio y lectores estaremos muy pendientes. Salúdame a Sarita, a los hijos, a los nietos y, por supuesto a tus compañeros de trabajo. Recibe un fuerte abrazo.

-Gracias señor presidente. Muchas gracias.

-Gracias y buenas noches.

-Gracias -repitió Jacobo en el momento en que se corría, por última vez, la entrada del noticiero:

“¡24 Horas… con Jacobo Zabludovsky…!”, y el letrero recordaba, si es que a alguien le interesaba saber eso en ese momento, que faltaban como 711 días para el año 2000.

Eran las 22:45 y la audiencia había saltado de 24.4 a 28.8 puntos. Para las 23 horas ya estaba en 35.5, algo inusitado en un noticiario, casi cinco veces el promedio.

-¿Por qué no ligas al corte? -entre que sugirió y dejó claro y por supuesto, ligaron el corte comercial.

De repente, un anuncio pareciía una escena de Orol y Fellini, de Buñuel, de todos juntos: el personaje más importante del mundo en una era, al que Jacobo entrevistó en el Kremlin el 5 de julio de 1992, unas semanas antes de caer. Michail Gorbachov, ya no estaba en las noticias. El autor de la Perestroika y demás era él mismo, pero el mundo ya no y él vendía pizzas por televisión.

Regresó Félix Cortés al estudio y acompañado de Arturo Vega, el Demonio Vega, el primer productor de 24 Horas y lo presentó al aire.

-Yo no sé porqué le han dicho siempre El Demonio a Vega, si es tan buena persona. Bueno, toros y deportes con Heriberto Murrieta. Y otro corte y a menos tiempos mayor emotividad. Jacobo sosteniendo y resistiendo.

-Este es el último corte -dijo como para sí, y ya al aire agradeció a Eloy Cavazos que le hubiese brindado los dos toros del domingo, saludó por televisión a los reporteros enviados a La Habana, que desde allí veían la última edición de 24 Horas y pasó la línea de las 23:15, el “rating” como nunca, casi seis veces su promedio: 44.8 puntos. 

-Así se cotizó hoy el dólar -y dio el dato.

“24 Horas termina hoy. Muchas gracias y buenas noches”, dijo y con esas nueve palabras cerró un capítulo que duró más de 27 años. Un aplauso en el estudio, en los estudios y en los pasillos, lo despidió. Hugo del Carril cantó Uno, uno de sus tangos favoritos, el de Marianito Mores y Discépolo. Se puso de pie, caminó hacia Sarita, la abrazó, le dio un beso y regresó al escritorio, comenzó a despedirse de mano y por su nombre, de todos y cada uno de los técnicos, algunos, como El Villano, sobrevivientes de aquel lunes 7 de septiembre de 1970.

Avanzó entre abrazos, aplausos, lágrimas. Había venido desde Madrid su amigo José María Ansón, ex director del ABC y ahora delegado de Televisa en España, estaba su primer compadre Aurelio Pérez. Lo rodearon todos, trató de caminar hacia la puerta, ejercicio inútil.

-Félix, ¡qué haya mucho éxito…! -le deseó al nuevo responsable informativo de Televisa.

Al salir lo sorprendió otro aplauso y un corredor humano que se estrechó a su paso.

Avanzó entre una multitud, porque aquello era tumultuario hasta donde le esperaban Emilio Azcárraga Jean, Miguel Alemán Velasco, Alejandro Burillo, Miguel Alemán Magnani, Ariana Azcárraga, pero aquello era un ir y venir de gente.

Azcárraga Jean le abrazó. Ya no pude decirle allí aquel que le diría a medianoche en el primer piso de El Taq.. alá en El Carmen:

“Jacobo, en estos momentos y después de tantos años puedo decir diez millones de palabras, pero te quiero dar una sola: gracias”.

A tirones y empujones avanzó aquel pasillo y bajó al estacionamiento acompañado de los jóvenes ejecutivos lo despidieron y Azcárraga Jean, acompañado de Cortés Camarillo y Jaime Dávila, se fueron a la oficina del principio para calificar el último piloto de Guillermo Ortega.

Para esa hora era difícil saber de Televicentro.

En el estudio “B” se habían apagado todos los reflectores.

Y resonaba el adiós de Jacobo y el último anuncio, el último corte que aseguraba: “El mañana nunca muere”.

Adiós, míster Chip’s….