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Musulmanes Rohingyas huyen masivamente de Myanmar
Foto de Sergey Ponomarev para The New York Times

La situación que viven musulmanes Rohingyas en Myanmar (Birmania) es terrible. Históricamente ese grupo étnico ha sido perseguido, ya que son considerados por la mayoría de la población (budista), inmigrantes ilegales de Bangladesh que robaron tierras.

Este hecho ha provocado su huida masiva, en lo que militares Birmanos han denominado “operaciones de limpia”, consistentes en arrasar poblaciones enteras de musulmanes Rohingya, con uso excesivo de violencia y toda clase de abusos.

Esta incesante destrucción ha llevado a más de medio millón de personas a Bangladesh en las últimas semanas.

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Foto de Sergey Ponomarev para The New York Times

El Jefe de la oficina de Asia del Sur para el New York Times y ganador del Premio Pulitzer en 2012, Jeffrey Gettleman, viajó a Bangladesh en donde se ubican campamentos de refugiados Rohingyas para realizar un reportaje de investigación. Ahí recopiló diversos testimonios de musulmanes víctimas de abusos, dentro de los que se encuentra el aterrador relato de Rajuma, una mujer de unos 20 años de edad que vivió en carne propia el horror y los abusos ocasionados por militares en Myanmar.

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Foto de Sergey Ponomarev para The New York Times

Jeffrey Gettleman compartió en su cuenta de Twitter que ha cubierto conflictos por 20 años a lo largo de su carrera, pero que durante este reportaje llamó a su esposa para decirle: “Acabo de tener la peor entrevista de mi vida.”, refiriéndose a su conversación con Rajuma.

Gettleman escribió en su reportaje:

“Cientos de mujeres permanecieron en el río, retenidas a punta de pistola, les ordenaron no moverse.
Un grupo de soldados se acercó a una joven mujer de ojos marrones y pómulos delicados. Su nombre era Rajuma, se encontraba boca arriba en el agua, sosteniendo a su bebé, mientras su pueblo en Myanmar se quemaba detrás de ella.
“Tú”, dijeron los soldados, señalándola.
Ella se paralizó.
“¡Tú!”

Apretó a su bebé más fuerte.

Jeffrey narra que los siguientes fueron momentos violentos, los soldados golpearon a Rajuma en la cara, le arrancaron al bebé de sus brazos mientras gritaba y lo lanzaron al fuego. Luego fue arrastrada a una casa y violada. Al final del día, corría desnuda cubierta en sangre a través del campo. Sola, había perdido a su hijo, a su madre, a sus dos hermanas y a su hermano menor, todo fue borrado frente a sus ojos.

Sobrevivientes de las operaciones militares dijeron que vieron a soldados del gobierno apuñalando bebés, cortando cabezas de niños, violando niñas, disparando granadas de 40 milímetros a casas, quemando y matando a familias enteras y reuniendo a docenas de aldeanos desarmados para ejecutarlos.

“La gente se aferraba a los pies de los soldados, suplicando por sus vidas”, dijo Rajuma. “Pero no pararon, solo los patearon y mataron, mutilaron personas, dispararon a la gente, nos violaron, nos dejaron inconscientes”.

Investigadores de derechos humanos dijeron que el ejército de Myanmar mató a más de mil civiles en el estado de Rakhine, pero posiblemente fueron 5 mil, aunque será difícil saber, porque Myanmar no permite que las Naciones Unidas o cualquier otra persona entre a las áreas afectadas.

El miércoles, Naciones Unidas informó que además de la violación y otras tácticas traumáticas de uso militar para expulsar a sobrevivientes, la naturaleza de la violencia (con hogares quemados, cultivos y ganado destruidos) torna casi imposible el hecho de que los Rohingya del norte de Rakhine, puedan volver en un futuro a la vida normal con sus antiguos medios de subsistencia.”

Rajuma apenas logró llegar a Bangladesh, lo hizo en un pequeño barco de madera hace unas semanas. No sabe leer ni escribir. No tiene un solo documento para probar quién es o que nació en Myanmar. Esto puede ser un problema para solicitar refugio en Bangladesh (que se ha mostrado renuente a otorgarlo) o para intentar volver a Myanmar. Ella cree tener alrededor de 20 años, pero podría pasar por una niña de 14, terriblemente delgada, con muñecas que aparentan romperse con facilidad.

Creció en Tula Toli, una aldea dedicada al cultivo de arroz, en el estado occidental de Rakhine en Myanmar, y dijo que el lugar nunca había conocido la paz.

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Foto de Sergey Ponomarev para The New York Times

Durante los siguientes días de la llegada de los militares a su aldea, Rajuma vio grandes incendios en el horizonte. El ejército comenzaba lo que llamó “operaciones de limpieza”. Aldeas Rohingyas alrededor de Tula Toli fueron quemadas por completo.

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Foto de Dar Yasin para Associated Press
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Foto de Reuters

En Tula Toli, Rajuma luchó lo más fuerte que pudo para aferrarse a su bebé, Muhammad Sadeque, de unos 18 meses de edad. Pero un soldado le agarró las manos y otro le agarró el cuerpo, mientras uno más le golpeó en la cara con un palo. Ahora una áspera cicatriz corre a lo largo de su mandíbula.

El niño le fue arrebatado, sus piernas se balanceaban en el aire.

“Arrojaron a mi bebé al fuego, simplemente lo lanzaron”, dijo.

Muchas personas en los campos de refugiados han permanecido con un estoicismo extraño (aparentemente traumatizadas y sin capacidad de sentir algo). En decenas de entrevistas con sobrevivientes en las que dijeron que sus seres queridos habían muerto delante de ellos, no se derramó una sola lágrima.

“No puedo explicar lo mucho que duele”, dijo Rajuma con lágrimas rodando por sus mejillas, “el no escuchar más a mi hijo decirme más.”

Se inclinó sobre un taburete de plástico en la cabaña de otra familia, se cubrió la boca con un velo rojo y comenzó a sollozar tan fuerte que apenas podía respirar.

Algunos refugiados la miraron, pero continuaron cocinando o limpiando. Afuera, en un camino no muy lejano, sonaban los claxons de camiones, que conducían en el tráfico.”

Reportaje de Jeffrey Gettleman para The New York Times