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No es agradable asomarse a los expedientes que ilegal y ruinmente subió a sus redes la Presidencia de la República para documentar la sañosa embestida contra María Amparo Casar, pero el trabajo de Miriam Moreno con Ciro Gómez Leyva y la penosa desmemoria del respetable maestro Bernardo Bátiz me animaron a leer y releer las presuntas “pruebas”, tras lo cual corroboré la dimensión de la infamia.

Aunque el procurador de hace 20 años durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador confía en la palabra presidencial, “no recuerda” lo que AMLO afirma en su libro ¡Gracias! (página 100): que la viuda, acompañada por Héctor Aguilar Camín, le solicitó alterar la conclusión ministerial para poder cobrar el seguro y la pensión derivados del deceso del marido.

La versión de que el esposo “se suicidó” figura en el dictamen de la demarcación Miguel Hidalgo de la entonces Procuraduría capitalina, donde registra y concluye:

“En atención a que de la declaración de los testigos no se desprende algún elemento de prueba para determinar que alguien hubiera participado en la muerte de Carlos Fernando Márquez Padilla García, ya que a ninguno de ellos les (sic) constaban los hechos, aunado al Dictamen de peritos en Criminalística (mecánica de hechos), se llegó al conocimiento (sic) que en los presentes hechos ninguna persona privó de la vida al ahora occiso, ya que él se quitó voluntariamente la vida…”.

O sea: sin explicar el porqué, descartó la posibilidad de un accidente.

De la veintena de testimonios recabados por el Ministerio Público, el más consistente lo rindió su secretaria y asistente, Victoria Martínez Ramírez (a la sazón con antigüedad de 22 años en Petróleos Mexicanos), quien declaró que su jefe acostumbraba encaramarse en una ventana cuando quería fumar:

“Desde el sitio que ocupa físicamente al laborar” —narra el MP—, Victoria se percataba de que su jefe “acostumbraba tomar asiento en el filo de la ventana de su oficina, que siempre tenía abierta, y se recargaba contra la estructura del inmueble y fumaba; y en otras ocasiones abría la ventana, se sujetaba con una mano de la ventana fija y se asomaba hacia abajo…”.

Ningún otro declarante aportó datos tan específicos y gráficos de la temeraria forma en que Carlos Fernando satisfacía su adicción al tabaco en su oficina del doceavo piso.

Otras declaraciones, como la del cuñado Juan Rebolledo Gout, pintaron a un hombre “muy deprimido” que, sin embargo, nunca “manifestó deseos de quitarse la vida”.

Los testimonios hablan de que el día del deceso (7 de octubre de 2004), en la Torre Pemex corrieron los chismes de que Carlos Fernando “saltó” (lo que nadie vio) o que se trató de un “accidente”.

Solo Victoria describió el imprudente, riesgoso encaramamiento en la ventana.

En el acta de defunción se consigna: “Causa de la muerte, conjunto de traumatismos”.

Cómo si no: la cabeza pesa mucho y cualquiera que la incline desde lo alto, como narró Victoria, puede perder el equilibrio…