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Lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador genera entre su numerosa feligresía cuando dice que los hombres de negocio son traficantes de influencias es un rencor entre aquellos que toman como palabra divina lo que diga su líder, sin entender que sus dichos tienen objetivos políticos específicos.

Esa generación de encono, que alcanza a los empresarios, pero también a los clasemedieros o a los universitarios, puede salirse de control y pasar al terreno de la acción violenta. Esto es algo que seguramente no ignora López Obrador, pero lo alimenta.

Y si esta estigmatización de no pocos grupos sociales viene desde el monopolio de la palabra matutina y no encuentra una respuesta en canales medianamente cercanos a esa estridencia de las mañaneras, acaba por confirmar entre sus huestes que el Presidente tiene razón.

Las organizaciones empresariales se quedaron mudas ante los ataques de esta administración. Los que alzaban la voz ya optaron por el camino partidista. Pero aun con esta ausencia de voces del sector privado para hacer valer su derecho de réplica, no es tan sencillo que consigan megáfonos para ser escuchados.

La polarización amenaza con tener un costo social alto, pero mientras llega la factura su uso goza de plena salud y esta nueva andanada es el aderezo para intentar pasar por el Congreso la contrarreforma energética del presidente López Obrador.

El retroceso energético que plantea el ejecutivo está rodeado de argumentos falsos. Pero no importa qué tan descabellados puedan ser mientras se repitan una y otra vez ante esa clientela fiel que lo habrá de creer todo.

Y mientras la contrarreforma empieza a mostrar dificultades para transitar entre diputados y senadores, incluso entre aquellos que creen incondicionales, la estrategia siguiente es llevarse este discurso, y con fuerza, a la calle.

Apunte esas líneas presidenciales del neoliberalismo saqueador, del tráfico de influencias empresarial, del egoísmo y todo eso que escuchamos cada mañana, porque seguro lo volverá a escuchar mañana del propio presidente López Obrador, pero desde la tribuna de la Organización de las Naciones Unidas.

Y cuando el 20 de noviembre, y a pesar de la pandemia, llene el Zócalo de la Ciudad de México con su “Asamblea Nacional Informativa” volveremos a escuchar los mismos argumentos de cómo la 4T quiere salvar al pueblo y a la CFE de esos horribles hombres de negocios, traficantes de influencias y de las voraces empresas extranjeras.

Podrá la contrarreforma no discutirse en el pleno del Congreso este año, ni en la primavera del 2022, pero toda la letanía que rodea este intento de regresión estará presente en todas las campañas electorales del próximo año y en innumerables mañaneras, y con un discurso cada vez más violento y polarizante.

A estas alturas hasta para los allegados a la 4T empieza a apreciarse el tamaño del despropósito de la contrarreforma energética y eso complica su pretendida aprobación.

Pero hay otro triunfo esperado de la iniciativa presidencial y ese se busca en la calle, en la plaza pública, con ese alimento que aporta al discurso de polarización de la actual administración. Vemos cómo se siembra, pero no sabemos los alcances de la cosecha social que tendrá.

Seguro el presidente López Obrador, desde la tribuna de la Organización de las Naciones Unidas, dirá los mismos argumentos de cómo la 4T quiere salvar al pueblo y a la CFE de esos horribles hombres de negocios, traficantes de influencias y de las voraces empresas extranjeras, y es muy seguro que ese discurso lo repita el 20 de noviembre en su “Asamblea Nacional Informativa”.