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Empieza en estos días la redefinición del lugar de México en el mundo.

La presidencia de Trump pone en duda las líneas rectoras de las relaciones mexicanas con Estados Unidos, que son el centro de la posición global de México. No hay retórica de soberanía nacional que pueda ocultar este hecho.

Quizá es el cambio de mayores consecuencias para México que haya visto mi generación: por el tamaño que tiene ya la integración de los dos países y por la radicalidad del cambio en las reglas que vienen del norte.

Está siendo rechazado desde Washington el defectuoso pero funcional statu quo que ha regido  nuestra vida fronteriza. Será suplido por un muro y por la actitud subyacente de discriminación y xenofobia que creíamos domesticadas.

Como nunca antes, está siendo amenazada la comunidad mexicana que vive en Estados Unidos. Nunca ha sido esa comunidad más grande y más importante para los dos países. Es el mayor reto de solidaridad y diplomacia que tiene nuestro país en el mundo: cuidar a esa comunidad.

Está puesto en entredicho el acuerdo comercial económico de mayores rendimientos que México haya tenido en su historia, clave del único sector de la economía mexicana que se moderniza y crece.

La sacudida migratoria, diplomática y económica que suponen estas nuevas reglas no puede sino alterar el resto de la relación. Plantea un antes y un después.

La alteración de esos tres frentes de la relación obliga a revisar los otros: la lucha contra las drogas, el control migratorio y la seguridad, particularmente en materia de colaboración militar y coordinación de inteligencia para el control del terrorismo.

La radicalidad del cambio obliga a plantear también nuevas reglas diplomáticas bilaterales. Para empezar, sobre la actividad de México dentro de territorio estadunidense en defensa de sus ciudadanos, de sus intereses. Luego, en los criterios de colaboración en foros multilaterales y en las no escritas de relaciones económicas y políticas con el resto del mundo.

Nuestro cambio de paradigma es un reto de muchas dimensiones. Una fundamental es la del conocimiento. ¿Sabemos suficiente como sociedad para pensar y decidir este cambio?

Los conocedores, ¿dónde están? ¿Alguien puede convocarlos?

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