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Terminé mi columna del viernes pasado aludiendo a la posibilidad de que Estados Unidos suspenda la venta de gas a México y de que esto haya sido puesto en la mesa como parte de las amenazas que acompañan el “arte de la negociación” de Donald Trump.

Jason Bordoff, asesor de temas energéticos del gobierno de Obama y su socio, Sam Walsh, experto en los aspectos legales de la exportación de gas estadounidense, han hecho una reflexión sobre este riesgo.

El Tratado de Libre Comercio ha facilitado mucho el proceso de autorización de las exportaciones de gas estadounidense, asociado, como el petróleo, a consideraciones de seguridad nacional.

Los trámites hechos al amparo de las reglas del TLC reducen los tiempos de autorización de exportaciones y han producido un aumento espectacular de las ventas de gas a México: se duplicaron en los últimos cinco años y podrían duplicarse otra vez para 2018. Como consecuencia, entre 2005 y 2015, el porcentaje de electricidad producido en México con gas estadounidense creció de 34 por ciento a 54 por ciento.

La pregunta es si el gobierno de Trump puede interrumpir este suministro y usarlo como una carta de presión a la manera de Putin frente a la Unión Europea.

La respuesta de Bordoff y Walsh es que las empresas estadounidenses exportadoras de gas son privadas, a diferencia de la Gazprom rusa, y resistirían eficazmente en los tribunales una decisión de ese tamaño.

Estando vigente el Tratado de Libre Comercio, sería prácticamente imposible que el gobierno imponga esa decisión.

Pero si el TLC queda en suspenso o es renegociado, la venta de gas quedaría expuesta a otras condiciones legales, a una inspección más rigurosa de sus impactos ecológicos, a tiempos más largos de autorización y a la posibilidad de que el gobierno estadunidense gane el caso en los tribunales.

Más allá de estos daños definitivos, la sola creación de una incertidumbre sobre
la seguridad del abasto del gas estadunidense significaría una catástrofe para México. La amenaza no tiene que realizarse para ser devastadora, bastaría con que fuera enunciada.

Conviene acercarse a los detalles del texto de Bordoff y Walsh, publicado originalmente por el Center on Global Energy Policy, de la Universidad de Columbia, y traducido por Esteban Illades aquí: http://bit.ly/2lYZ5TH

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