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En un país con una economía sólida, orgánica, con instituciones fuertes, podría funcionar un banco central que tuviera la doble función de procurar la estabilidad inflacionaria y de impulsar el pleno empleo.

Pero México está lejos de esta solidez económica y fortaleza institucional que le permitiría al Banco de México (Banxico) tener la función dual, sin acabar como chivo expiatorio de los fracasos del gobierno.

Cuando algunos aspiran a hacer del banco central mexicano un impulsor del crecimiento, sin descuidar la inflación, están pensando en la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), sin tomar en cuenta la madurez de una economía desarrollada que no enfrenta muchos de los retos estructurales que hoy tiene México, hoy agravados por el intervencionismo de la 4T.

En un país como México, donde existen precios controlados, tarifas públicas monopólicas, una economía informal e ilegal que alteran la formación de precios, donde hay un gobierno que no tiene empacho en decretar aumentos salariales, reparto asistencialista de recursos públicos, o el establecimiento de precios de garantía fuera de mercado, con un tipo de cambio que traspasa con relativa facilidad sus debilidades a los precios, es muy difícil pedirle a su banco central que se porte como una institución de primer mundo con un mandato en dos direcciones.

Abra la página web del Banxico y lo primero que encontrará en letras enormes es la leyenda: “El objetivo prioritario de Banxico es mantener una inflación baja y estable”. Si la curiosidad le gana, esta leyenda lo lleva a la descripción del artículo 2 de la Ley del Banco de México, que da cuenta de su finalidad de proveer a la economía del país de moneda nacional, de promover el sano desarrollo del sistema de pagos y de propiciar el buen funcionamiento del sistema de pagos. Esa leyenda es su defensa.

Lo que tenemos claro es que al presidente Andrés Manuel López Obrador le gustaría que ese artículo incluyera algo así como que el objetivo prioritario también es promover el pleno empleo, que es una forma de llamar a la promoción del crecimiento económico.

Ahora imagínese que los solícitos legisladores de Morena escuchan decir al presidente que el Banxico debería además de controlar la inflación, apoyar el crecimiento, pero la ley se lo impide.

Bien, pues ya hay algunos acercamientos entre senadores y asesores del Banxico y de la Secretaría de Hacienda para explorar la posibilidad de ampliar los alcances de la política monetaria hacia la promoción del crecimiento, más allá de ponerle diques a la elevación desordenada de los precios.

La economía mexicana ha demostrado que con un banco central fuerte puede hacer frente a las presiones inflacionarias, tal como ha ocurrido desde mediados de los años 90, cuando el Banxico consiguió su autonomía.

Si lo que se quiere es que la economía crezca a tasas más elevadas, se necesita trabajar más en los factores de confianza, de estabilidad macroeconómica, de fortaleza de la industria energética y de consolidación de las instituciones, más allá de iluminaciones personales.

Traspasarle la bolita de la responsabilidad del crecimiento al Banxico solo haría de esa institución un órgano obeso, torpe. Vamos, un elefante blanco incapaz de poder competir contra los caprichos de un manejo discrecional de la política fiscal.

La cereza en el pastel de una economía desarrollada, estructurada, institucional y con pleno apego al estado de derecho puede ser un Banxico con función dual. Antes de eso, imposible.