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Domingo 2 de julio del 2000, 11:10 de la noche. En ese momento, el presidente de México, Ernesto Zedillo Ponce de León, apareció en cadena nacional para felicitar al candidato de la Alianza por el Cambio, Vicente Fox Quesada, por su triunfo electoral de ese día, y a hacer un llamado para cuidar lo que consideró lo más importante: la unidad.

Si algo debió haber festejado Vicente Fox un año después de su triunfo, debió haber sido, sin duda, este gesto de demócrata del último presidente del siglo pasado. Está claro que Ernesto Zedillo desactivó una bomba política muy importante que preparaban los priistas que no sabían perder.

Pero no, con sus dotes populistas, Fox aprovechó el primer aniversario de su triunfo electoral para casarse con Martha Sahagún.

Ayer tuvimos otro de esos festejos, con ese toque populista, pero con el estilo del actual presidente. Plaza pública llena, música y discurso, a pesar de cualquier inconveniente meteorológico, el presidente Andrés Manuel López Obrador gozó de su ambiente natural.

Pero ahora que los resultados están lejos de lo esperado en estos tiempos de la 4T, ahora que incluso hay un deterioro muy marcado y acelerado en materia económica y de seguridad, hay un reforzamiento del discurso de confrontación. No hay, sin embargo, un reconocimiento a lo que realmente ocurrió hace un año: un tránsito democrático, ordenado y pacífico del poder entre dos opciones evidentemente discrepantes.

No pidamos a López Obrador un homenaje a Enrique Peña Nieto, quien a las 11:04 de la noche del 1 de julio del 2018 apareció en las pantallas y a través de sus redes sociales felicitando a Andrés Manuel López Obrador por su triunfo electoral.

Y no porque el actual presidente haya obtenido los votos de más de 30 millones de electores, que representan más de la mitad de los que ejercieron su derecho al voto, demerite el hecho de que otra vez un presidente priista reconociera su derrota, tal como lo marcan las reglas democráticas.

Lo que hoy realmente se festeja es que los instrumentos democráticos que ha logrado México funcionan y puede haber esta alternancia del poder en paz y en orden. Qué bueno que López Obrador festeje que la democracia funciona y se respetan los resultados.

Porque más allá de su discurso y de ese intento, ya desesperado, de repartir culpas ante los magros resultados, lo mejor es que da su aval al sistema electoral que lo llevó al poder.

Vamos, ayer también se festejó el valor de la derrota del candidato del partido en el poder y la reacción de aceptación de los resultados electorales adversos de un presidente perdedor.

Así que, para fortuna de este país, hoy podemos festejar que hace un año el gobierno de Peña Nieto, el partido en el poder y la otra oposición derrotada supieron perder. Así haya sido por paliza electoral. Eso sí merece sumarse a la fiesta de ayer.

Sobre todo porque debe dejar en la conciencia del actual presidente la certeza de que, en una competencia abierta y democrática, se gana y se pierde, y si eventualmente en futuras elecciones sus favoritos no consiguen el triunfo electoral, deberá tener la actitud de un buen perdedor y no atrincherarse, ahora en el poder, para defender algo que crea que le pertenece, pero que eventualmente no se valide con los votos.

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