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Nunca en la historia, un gobernante anciano ha podido conducir a las masas juveniles, excepto Mao en China, quien las movilizó con los resultados terribles del Gran Salto Adelante, y de lo que denominó “la transformación espiritual del pueblo bueno”.

El fracaso de dirigentes ancianos al frente de jóvenes entusiasmados tiene un refresh histórico este año, cuando el mundo recuerda 50 años de los grandes movimientos juveniles de 1968, que registraron, justo en el mes de agosto, un fracaso histórico en la Primavera de Praga.

Solo Fidel Castro, a sus bisoños 32 años, movió con éxito a millones de jóvenes cubanos durante el triunfo de la Revolución cubana en 1959, y más de una década después, hasta el fracaso de la Zafra de los Diez Millones de toneladas de azúcar de caña.

Fue, precisamente el chorro de luz irrepetible del triunfo fidelista, una de las huellas que seguían los jóvenes checoslovacos cuando salieron a las calles para defender reformas democráticas que buscaban “el socialismo con rostro humano”.

Sin embargo, para entonces ya el poder absoluto había envejecido los ímpetus de Fidel, quien fue el único gobernante del continente americano en justificar la invasión soviética que aplastó la revuelta juvenil de Praga, porque “se marchaba hacia los brazos del imperialismo”.

La Primavera de Praga no dice mucho al México de hoy donde, sin embargo, 30.6 millones de los habitantes tiene de 15 a 29 años y, además, según el INE, fueron los jóvenes de 18 a 39 años quienes definieron los resultados de la pasada elección presidencial.

Y al mundo le cambió el rostro: no existe la Checoslovaquia que invadieron los tanques enviados por el primer secretario del Partido Comunista de la URSS, Leonid Breznev, a las 11 de la noche del 20 de agosto de 1968. Vamos, tampoco existe la URSS.

Medio millón de soldados soviéticos acabó con “el socialismo con rostro humano”, que defendían los jóvenes checoslovacos sin pensar si quiera en una economía capitalista. Solo querían libertad de expresión y mayor participación de los ciudadanos en la toma de decisiones.

Pero todo empezó por la censura. Bueno, cuando los países ya han conocido la libertad, su desgracia comienza cuando se la quitan. El detonante de la Primavera de Praga fue la censura a la primera novela de Milan Kundera, La broma.

Aunque era una novela de amor, los comisarios la leyeron como

una crítica política, solo porque, en la trama, un chico divertido le escribe en una postal a su novia que “el optimismo es el opio del pueblo”, y esa frase lo condena al ostracismo para siempre.

La Primavera de Praga acabó también en una broma que se hizo clásica:

¿Cómo visitan los rusos a sus amigos? En tanques.

Por Rubén Cortés