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¿Se justifica la racha de optimismo que ahora se vive en torno al TLC? Bastaron unas palabras del vicepresidente de Estados Unidos para que un nuevo estado de ánimo se instalara. Mike Pence dijo el sábado en la Cumbre de Lima que él pensaba que un acuerdo estaba muy cerca, que era cuestión de semanas. De repente, por unos días, se disiparon las preocupaciones como si se le hubieran añadido fechas o días a un calendario muy apretado, como si Donald Trump hubiera tenido una epifanía y cambiado de opinión respecto a lo que considera “un acuerdo que ha hecho mucho daño a Estados Unidos”.

Fue grande el optimismo provocado por las palabras del vicepresidente Pence. Tan grande que alcanzó para compensar el nerviosismo que provoca la ventaja de López Obrador en las encuestas. Esto se notó en el mercado cambiario, donde el peso rompió el piso de 18 por dólar y alcanzó su nivel más alto en un año. Esto es sorprendente y se explica, en buena medida, porque los grandes definidores del tipo de cambio radican fuera de México. No dudo del colmillo de los que participan en los mercados de divisas, pero llama la atención este tipo de respuesta ante una declaración política que viene de un hombre que no desempeña ningún papel práctico en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

El TLCAN no está resuelto. Son apenas seis o siete los capítulos cerrados. En las otras mesas, las negociaciones siguen siendo muy complicadas. En las reglas de origen del sector automotriz, la supuesta flexibilización de la posición estadounidense ha sido recibida con frialdad por sindicatos y representantes de la industria. Es imposible de cumplir, si se trata de mantener la competitividad en costos de la región de Norteamérica, dicen los expertos. No garantiza la recuperación de empleos bien pagados para Estados Unidos y Canadá, de acuerdo con los sindicatos.

El TLCAN se acerca a las etapas definitorias y está poniendo en movimiento a numerosos grupos de presión. Crecerá la actividad de los grupos sindicales que fueron fundamentales en el triunfo de Donald Trump y también se incrementará el esfuerzo de los grupos defensores del medio ambiente, muy relevantes en la agenda de Justin Trudeau. Una prueba de esto último es la declaración conjunta que ayer hicieron Sierra Club, Council of Canadians y Greenpeace México. Esta alianza trinacional critica la poca profundidad de los compromisos ambientales que hasta ahora se están negociando en el marco del NAFTA 2.0. Afirman que se necesita un acuerdo que permita restituir el daño al medio ambiente que han generado 25 años de operación de la zona económica de América del Norte. No hay garantías de que así será, al contrario, estos grupos llaman la atención hacia un aspecto poco difundido del acuerdo por medio del cual se relajarían algunas restricciones a la explotación de fuentes de energía fósil en Canadá. El nuevo estándar lo marcaría Mr. Trump.

Las próximas cinco semanas serán clave para definir lo que pasará con el TLCAN. Si no hay acuerdo para fines de mayo, todo se trasladaría hasta el 2019 y allí todo puede pasar: nuevo acuerdo, inercia con lo que tenemos o salida de Estados Unidos y fin del NAFTA, ¿reglas de la OMC? La cosa está muy complicada y puede ganarnos la prisa. Ya lo dijo Ildefonso Guajardo: “es mejor un no acuerdo que un mal acuerdo”. La gran cuestión es: ¿cómo saber si nuestro equipo negociador logra un buen acuerdo?

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