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Shinzo Abe fue declarado ganador de las elecciones adelantadas para primer ministro en Japón. Esto sucede apenas un mes después del importante triunfo de su bloque en las elecciones legislativas. La victoria de Abe representa un fuerte respaldo a su plan económico, que por fin ha logrado sacar a la economía japonesa de un largo letargo.

Después de casi dos décadas de estancamiento, Shinzo Abe tomó el poder en el 2013 e inmediatamente dictó a las autoridades financieras japonesas implementar una serie de medidas para tratar de estimular la economía y combatir el persistente riesgo de deflación. Vale la pena recordar que la economía japonesa vivió en un constante estancamiento desde la década de los 90.

Este estancamiento comenzó después de un periodo de gran prosperidad en los años 80, artificialmente alimentado por un incremento desmedido en los niveles de apalancamiento del sector privado y la creación de una gran burbuja especulativa en el sector inmobiliario, que al reventar devastó al sector financiero y al resto de la economía.

Sin embargo, las autoridades financieras japonesas no diagnosticaron bien los orígenes de la recesión y tomaron decisiones de política económica erróneas que exacerbaron la situación. En lugar de usar la política monetaria como herramienta para amortiguar la crisis, las autoridades económicas de Japón subieron las tasas de interés, exacerbando la crisis de solvencia y obligando al gobierno japonés a efectuar un rescate del sistema bancario.

El rescate bancario fue muy costoso para las finanzas públicas. Japón pasó de tener un superávit público de 2.4% del PIB en 1989 a un déficit de 10% en 1998. Posteriormente, el Banco Central de Japón (BoJ) redujo las tasas de interés a 0 en un intento para reactivar el crédito y el consumo. Sin embargo, cuando esto ocurrió los patrones de consumo e inversión del sector privado habían cambiado de tal manera que la economía interna se estancó en un entorno de crecimiento prácticamente nulo.

La llegada de Abe dio un golpe de timón a la política económica japonesa. Una de las principales iniciativas fue que el Banco de Japón siguiera los pasos de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo con un programa inédito de expansión monetaria.

En este contexto, la política monetaria del BoJ dio un giro total hacia la heterodoxia, implementando tasas de interés negativas e inyectando miles de millones de yenes a la economía mediante la impresión de circulante destinado a la recompra de bonos soberanos, fondos indizados al mercado accionario japonés y fondos de bienes raíces.

Adicionalmente, se autorizó al fondo de pensiones del gobierno japonés, que maneja más de 1.2 billones de dólares, incrementar de manera considerable la asignación a instrumentos de renta variable en su cartera.

Todas estas medidas han tenido un impacto positivo en la confianza del consumidor y de las empresas. Adicionalmente, las medidas han debilitado al yen, lo cual ha impulsado al sector exportador. El gobierno de Abe complementó los estímulos monetarios con una serie de estímulos fiscales equivalentes a 5% del PIB japonés, enfocados en proyectos de infraestructura y programas sociales.

Las medidas han funcionado, la economía podría crecer 1.5% en el 2017 y el mercado laboral se encuentra prácticamente en pleno empleo. Sin embargo, Japón aún enfrenta retos importantes. Abe y su gobierno deben impulsar una nueva ronda de profundas reformas estructurales enfocadas a aumentar la productividad, además de implementar un retiro gradual y ordenado de los estímulos monetarios.