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          Solo hago cuentas políticas sin comparar, porque ya sé que no le gusta, de las diferencias de tiempos, espacio, condiciones y personalidad: de la indignidad del apoyo a aquella frustrada reelección, al encuentro, puedo decir, entre iguales, aunque por la disparidad de países, parecería imposible

Lo ha dicho ya Jorge Castañeda en estas páginas, pero conviene volver al tema, porque el tema volverá sobre nosotros: el brexit inglés fue en muchos sentidos un plebiscito de irritación contra el “más de lo mismo” europeo, un clímax del hartazgo global contra los costos de la globalización y sus respuestas rutinarias.

En particular fue una rebelión electoral diferida contra los costos de la crisis del 2008, que no tuvo en los hechos otras respuestas que la austeridad presupuestal, “austericidio” dice Felipe González, y recuperaciones económicas, cuando las hubo, que ofrecieron crecimientos raquíticos y empleos de inferior calidad a los perdidos con la crisis.

La estela globalifóbica del brexit no se prolongó a las elecciones españolas, donde el “más de lo mismo” ganó incluso algunos escaños, pero está anunciada en gran formato para seguir bañando la Unión Europea de la mano de ofertas nacionalistas euroescépticas, xenófobas, antimigratorias, proteccionistas.

Las lecciones del brexit para este lado del Atlántico, en particular para las elecciones de noviembre en Estados Unidos, apenas pueden exagerarse.

En primer lugar, puede haber en el electorado estadounidense una mayoría enojada y temerosa, mal medida en las encuestas, equivalente a la que el brexit sacó a las urnas.

Segundo aviso: el nativismo, la fiebre antimigratoria y el repudio a “los políticos de siempre” son resortes emocionales poderosos. Pueden en cualquier momento saltar las líneas y ganar una batalla entre “cambio” y “continuidad”, cualquiera que sea el “cambio” ofrecido y cualesquiera puedan ser las virtudes de la “continuidad”.

La nota de restitución de una grandeza perdida que hay en la emoción del “cambio” es particularmente  poderosa. El grito de Trump no es hacia un futuro nuevo, distinto, sino hacia un futuro que restaura una antigua grandeza.

La sociología y la demografía son elocuentes en esto: el brexit tuvo un apoyo inusitado en los viejos distritos obreros del norte de Inglaterra, del mismo modo que la esperanza electoral de Trump está cifrada en los estados posindustriales del Rust Belt del Medio Oeste estadounidense, que han perdido el reino de sus viejos buenos empleos a manos de los beneficiarios, asiáticos y mexicanos, del libre comercio. Inquietante simetría.

Todo esto puede leerse con mayor detalle y profundidad en el artículo de Peter Weber “Why Brexit should Scare Anti Trump Americans” (“Por qué el brexit debe asustar a los estadunidenses antiTrump” (http://bit.ly/28RI6bd).

(Mañana: “El brexit mexicano”)

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