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El aumento debe tener la prudencia de buscar un beneficio para los trabajadores.

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, no podría desaprovechar el día del trabajo para hacer uno de esos anuncios al estilo del populismo bolivariano.

“He decretado a partir de hoy —dijo Maduro- un incremento de 30% a los salarios”. Un anuncio que hoy ya sólo aplauden los más cercanos al poder de ese país sudamericano.

Todos los demás saben que un aumento que suena tan apetitoso como sumar una tercera parte más del ingreso de un día para otro, no sirve de nada cuando la inflación de la canasta básica está calculada en 582 por ciento.

Pero más allá de la hiperinflación que azota al país, no es otra cosa que la muestra de la escasez que vive aquella nación.

Sin electricidad, sin productos básicos, sin trabajo, de poco sirve un aumento salarial sustancial, presentado con toda la parafernalia de la caricatura presidencial venezolana.

El caso extremo de lo que ocurre en aquella nación debe servir para ver dónde estamos parados los mexicanos. Alguna vez pasamos por la hiperinflación, nunca a niveles venezolanos pero sí lo suficientemente alta como para no perder el valor de aquella lección.

Claro que la inflación en México lleva lo que va del siglo en niveles controlados, por eso es que quizá ya no sean tantos los trabajadores en activo que recuerden aquellos días de pesadilla de finales de los 80 cuando la inflación era de 160 por ciento.

Es un hecho que la válvula de ajuste de la presión inflacionaria fue el salario. En aquellos años de las altas inflaciones se hicieron pactos económicos donde el castigo mayor se lo llevó el salario, después los precios del sector privado y al final los precios y tarifas del sector público.

No hay que perder de vista que fue la inflación y el manejo irresponsable de la economía durante décadas, desde los 70, los que dieron cuenta del poder de compra del salario.

Hoy que la inflación se mantiene controlada, incluso por debajo de las expectativas del propio Banco de México, hay una recuperación nominal del salario.

Aunque ya en un análisis más detallado, cuando vemos que los precios de los alimentos tienen un aumento superior a la inflación general, es ahí donde se vuelve inmoral presumir una recuperación del salario mínimo durante los últimos años.

Pero tampoco es conveniente decretar al estilo venezolano un aumento salarial general que eleve de manera temporal el poder de compra. Porque esa presión adicional en la demanda generaría aumentos inflacionarios inmediatos.

Si en Venezuela la inflación tiene una previsión de aumento de 2,200% (sí 2,200%) es porque ya hay pocos productos para muchos trabajadores.

Es evidente que hay muchos aspirantes a ser los padres del aumento del salario mínimo. Es una excelente oportunidad de ganar la buena fama política que el ejercicio del gobierno no ha dejado, pero si el aumento al mínimo implica que se encadenen aumentos a los salarios contractuales, veremos el inicio de una carrera entre precios y salarios.

Con la creación de la Unidad de Medida y Actualización se liberó a los salarios mínimos de la absurda carga que tenían; ya tienen la posibilidad de subir sin causar daños colaterales.

Pero ese aumento debe tener la prudencia de buscar un beneficio para los trabajadores, no para los políticos urgidos de reflectores.