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Brasil está enfrentando un cambio de modelo económico y político profundo, aunque lo hace con todo el estilo de un país tercermundista.

Es un hecho que ese país sudamericano tiene avances democráticos que ya quisiéramos en México, como el combate a la corrupción que ha permitido destapar la cloaca de los malos manejos de la petrolera estatal Petrobras y llevar al banquillo no sólo a la actual presidenta, Dilma Rousseff, sino al expresidente Fernando Collor de Melo, en 1992.

Pero ese envidiable avance no deja de tener su toque tropical, como muchos de los argumentos que utilizaron los diputados brasileños al momento de respaldar el proceso de impeachment contra su presidenta.

Al momento de emitir su voto en favor del proceso de destitución, que ahora va al Senado brasileño para concretar la salida de la presidenta, los legisladores usaron argumentos para su respaldo que abarcaron de todo menos una razón lógica.

“Por mi tía Eurides, que me cuidó de pequeña”, dijo una diputada. Otros lo hicieron por su abuela, por sus hijos, por la paz de Jerusalén, por los camioneros, por los agentes de seguros, por un par de criminales de la dictadura, en fin.

La tía Eurides podrá sentirse complacida de tener una sobrina tan agradecida en el Congreso brasileño, pero quién sabe si entienda la trascendencia del cambio en el que está inmerso su familiar.

La inminente salida de Dilma Rousseff de la presidencia, una vez que en mayo el Senado concrete este procedimiento, implicará el final de una era económica y política para Brasil, que inició con el carisma y la buena estrella del obrero metalúrgico de nombre Luiz Inacio da Silva, a quien le gusta que lo llamen por su apodo de calamar, Lula en portugués.

Cuando Dilma deje el poder será relevada por un político del partido opositor, el Movimiento Democrático Brasileño. El organigrama marca en la línea al vicepresidente Michel Temer, pero también pesa sobre su cabeza un proceso judicial. En la lista seguiría Eduardo Cunha, compañero de partido de Temer y líder de la Cámara baja.

Quizá el voto del diputado inspirado en la abuelita esconde un deseo de girar hacia la derecha a un país que, sin duda, fracasó en su modelo de izquierda. Brasil está hundido en una crisis provocada por el modelo aplicado durante las dos últimas décadas.

Y así como durante mucho tiempo Venezuela fue un ejemplo para un número importante de brasileños que lo tomaba como muestra de lo que llamaban el socialismo del siglo XXI, hoy, en Brasil, no son pocos los que han volteado a Argentina para ver el giro radical que ha tomado esa nación hacia su regreso al mundo financiero del capitalismo.

Es evidente, no es un secreto, que muchos sectores privados brasileños tienen especial interés en recuperar los hilos de una economía libre de ataduras de la izquierda impuesta por la dupla Lula-Dilma, y hoy ven esa posibilidad.

Habrá de pasar mucho tiempo para que Brasil salga de sus crisis económica y política, pero lo que sigue es ver qué carril elegirá el gigante sudamericano para recuperar una fuerza que hoy está deprimida y trivializada.