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Un gran defecto de nuestra democracia ha terminado siendo que genera gobiernos débiles y de mala calidad.

Nuestra democracia fue diseñada para que nadie pudiera alcanzar la mayoría absoluta en el Congreso.

Huyendo del presidencialismo abrumador, se diseñó un régimen presidencial de perpetua minoría donde, además, pudieran multiplicarse fuerzas políticas de oposición minoritarias.

Es quizá la peor de las ideas para un régimen presidencial: gobiernos de minoría con una mayoría de oposición difusa en el Congreso. Es decir, con una oposición sin responsabilidad.

En el régimen presidencial mexicano, la mayoría en el Congreso es de liderato fragmentado, pluralidad típica más bien del régimen parlamentario, pero sin los mecanismos obligatorios de este último para formar mayorías gobernantes, principio cardinal de la democracia.

Hay dos caminos para producir los gobiernos de mayoría que necesitan las democracias.

Uno es fortalecer el régimen presidencial existente, garantizando por distintos mecanismos que el ganador del Poder Ejecutivo en la contienda electoral pueda ganar también la mayoría en el Congreso.

No basta la segunda vuelta presidencial, hay que suprimir además los topes a la sobrerrepresentación, reducir la representación proporcional en el Congreso (la que se gana con votación de mayoría) y ampliar las facultades de decreto del Poder Ejecutivo.

Otro camino es abandonar el régimen presidencial y empezar a construir uno parlamentario, donde solo puede formarse gobierno si hay mayoría, si los partidos del parlamento llegan a un acuerdo mayoritario con el ganador.

Los dos caminos suponen abandonar la fantasía de que un gobierno de minoría es más democrático que uno de mayoría. No es más democrático, es simplemente más frágil.

A la debilidad constitutiva de nuestros gobiernos democráticos presidencialistas hay que sumar su debilidad burocrática. Cada seis años, desde el 2000, hemos elegido gobiernos federales sin experiencia previa en ese orden de gobierno, y sin un servicio civil de carrera que sustente la administración en sus niveles profesionales indispensables.

La construcción de un servicio civil de carrera es una solución obvia a este problema que erosiona todos los días la confianza ciudadana. Es un camino largo, apenas iniciado. Podría acortarse legislando que no pueda ocupar ningún alto puesto en el gobierno quien no tenga alguna experiencia previa en la tarea y en la dependencia donde es nombrado.

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