No es un tema sólo de preservar la libertad de expresión, sino de entender la conducta humana, del valor de la catarsis individual y colectiva como forma de expresión
La sátira, la crítica mordaz son condiciones del ser humano de todos los tiempos.
Es parte de la conducta individual y colectiva que, como válvula de catarsis, sirve para hacer mofa, ridiculizar, enfatizar el error o los dichos de los otros.
Nada nuevo, es añejo.
En los círculos de la nobleza francesa existieron panfletos de chismes y sátira. En México, el Hijo del Ahuizote y el muralista José Guadalupe Posadas son ejemplos claros del ejercicio de una crítica mordaz que siempre fue incómoda para la gente que gobierna.
Por ello, en los tiempos actuales de masificación del uso de los medios digitales-en que cualquier ciudadano puede opinar, denostar, ridiculizar, siguen siendo absurdas las tentaciones de los gobernantes por censurar; acallar a como dé lugar las críticas lacerantes.
No es un tema sólo de preservar la libertad de expresión, sino de entender la conducta humana, del valor de la catarsis individual y colectiva como forma de expresión -sea creando los elementos de crítica, como los memes o compartiéndolos-.
El comentario viene a cuento porque el líder del Congreso de Tamaulipas, Humberto Prieto, dijo que no pasará la iniciativa impulsada por legisladores de Morena en el estado que buscar imponer multas y trabajo comunitario a quienes creen y distribuyan memes incómodos para esa clase política.
No es una concesión graciosa que lo eviten, ni tampoco es que se pongan a defender el derecho universal a la libre expresión y manifestación de las ideas.
Quienes se sienten ofendidos tendrían que pensar, en todo caso, de dónde surgen esos memes o comentarios acres.
En la gestión de los casos de crisis es un error grave culpar a los medios o quienes opinan en las redes sociales.
Lo que hay que analizar es qué acción, omisión o declaración se hizo para provocar esas críticas.
El caso más ejemplar de esa incongruencia es el controvertido senador Gerardo Fernández Noroña quien en su época de activismo político lanzaba una y otra crítica a los gobiernos en turno sin medir calificativos ni ofensas.
El tema no quedaba ahí. Existió una plataforma denominada Jóvenes con Noroña que era una red -conocida ahora como granjas- desde donde se amplificaban y masificaban memes, denuncias… todo lo que se pudiera dentro de lo que se califican como las “campañas negras” que pasaron a formar parte de las estrategias políticas, sobre todo en tiempos electorales que tienen como fin confundir, mal informar, enardecer…
Fernández Noroña, hoy en su época de glamour, quiere callar a los medios y a los ciudadanos, incluso ridiculizándolos al exigir su disculpa pública en el Senado.
Para enfrentar esas campañas se han articulado contra estrategias que buscan apaciguar los efectos negativos. Pero todo tiene un costo y es ahí donde muchos políticos no quieren asumir el precio. Por eso buscan aplicar leyes de silencio.
Pero el problema real no está en los medios. El problema está en que los personajes públicos hacen, dejan de hacer o dicen cosas que afectan a la sociedad.
Ahí es donde deben reparar, ahí es donde deben actuar quienes buscan la censura.
Al final, no hay que olvidar el viejo refrán: el que se ríe se lleva. Son objeto de escrutinio público.
