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En esta campaña electoral por la presidencia, una candidata tratará de explicar por qué busca mantener las cosas igual, exactamente igual. La otra candidata intentará convencer de que sabe cómo cambiar las cosas para salvar a este país de la debacle en la que ha caído bajo el mandato de Andrés Manuel López Obrador.

Cuando una u otra lleguen al poder tendrán necesariamente que modificar la manera de conducir al país, porque si una no renuncia a la ruta actual del manejo político-financiero del país la crisis económica será inevitable en el mediano plazo.

Y si la otra ofrece, pero realmente no tiene la capacidad para reencauzar las políticas públicas puede provocar una parálisis que, también, lleve a una crisis económica inevitable en el mediano plazo.

Estamos en la antesala de campañas electorales difíciles, porque el propio Presidente quiere que sea una elección de Estado, él descaradamente está volcado a favorecer a su candidata.

El tono de las campañas será de confrontación, no de propuestas y difícilmente los electores podrán retener como experiencia de este ejercicio algo más que los ataques entre rivales.

Evidentemente que esta es una contienda de dos, porque el amigo Dante, muy cercano a López Obrador, optó por jugar un lamentable papel que hoy le ha costado la fractura interna por sus fallidas ocurrencias fosfo-fosfo.

Pero las dos candidatas, que a partir de hoy tienen que encantar en la plaza pública, tienen detrás equipos humanos capaces que bien podrían diseñar estrategias de salvamento de la administración pública de este país.

Entre lo primero que tendrán que recomponer están las finanzas públicas. Es un hecho que este régimen entregará las cuentas nacionales prendidas de alfileres y si no se recompone la relación gasto-ingreso, pronto empezarán las consecuencias financieras.

No sólo urgirá una reforma fiscal, sino también un replanteamiento del papel de las finanzas públicas frente a Pemex y la CFE. Los niveles de transferencia actuales, directos y en especie, a esas empresas son insostenibles en el futuro.

Tendrán que reordenar la vida institucional del país. La administración pública deberá regresar a manos de expertos y no a los incondicionales del Presidente, 90% lealtad, 10% conocimiento.

Se tendrán que ratificar las autonomías y el respeto a los otros poderes y niveles de gobierno.

Inevitablemente se tendrá que iniciar con un complejo y delicado proceso de reconsideración del papel de las fuerzas armadas en la vida civil y económica del país.

Y como punto esencial se tendrá que abandonar la política de complicidad de facto con el crimen organizado. Tiene que darse una contundente negativa a esa política de abrazos y no balazos que ha dejado el camino abierto a la impunidad.

Una, se va a cansar de prometer que así será su gobierno. La otra, se agotará de prometer que no moverá ni una sola coma al modelo fallido del régimen actual.

Pero cualquiera de las dos que llegue a la presidencia en poco más de 200 días tendrá que hacer cambios rápidos y radicales a partir del día uno de su gobierno.

Si realmente quieren salvar a este país, la que gane tendrá que apagar de inmediato el poder de quien en ese momento será ya expresidente y que, quieran o no aceptarlo, tanto daño le ha hecho a México.

Se tendrá que abandonar la política de complicidad de facto con el crimen organizado. Tiene que darse una contundente negativa a esa política de abrazos y no balazos que ha dejado el camino abierto a la impunidad.