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¿Dónde queda el centro del mundo? Se preguntó Zeus y para obtener una respuesta liberó dos águilas en los extremos opuestos del orbe, la primera en el este y la segunda en el oeste. El punto justo donde se encontraron resultó ser el centro y lo nombró Delfos. Ahí se construyó un templo dedicado a Apolo —dios de la medicina, las profecías, la música, la danza, la poesía, la curiosidad intelectual—. Tanto griegos como extranjeros peregrinaron para conseguir revelaciones sobre su futuro. Las respuestas eran tomadas como certezas y de esa manera planeaban invasiones, guerras, cosechas, amores. Las pitonisas eran las encargadas de transmitir los mensajes de Apolo bajo los influjos de gases alucinógenos que provenían de las hendiduras del suelo mientras masticaban hojas de laurel.

El oráculo de Pachacámac —centro ceremonial prehispánico del Perú— predecía el futuro y creían intervenir en los movimientos de la tierra. Naturales de los Andes y su periferia acudían al templo en busca de respuestas ante sus dudas. 

El I Ching o libro chino de las mutaciones interpreta el presente de quien lo consulta y si se siguen las indicaciones se pueden resolver las dudas del futuro. 

Desde que el tiempo es tiempo, el ser humano proveniente de cualquier latitud ha tenido la necesidad de buscar respuestas a la ansiedad que le provoca la incertidumbre del futuro; tantearon las entrañas de los animales, hicieron sacrificios humanos, o lo dejaron —por un acto irrestricto de fe— en las manos de Dios, una virgen o un santo, incluso de la suerte. Otra manera de aminorar el desasosiego a lo desconocido y encontrar respuestas es a través de la cartomancia, los cuatro elementos, la lectura de manos y del café, escuchar voces interiores, analizar el vuelo de las aves, interpretar los sueños, preguntarle a la güija y se acude a videntes, expertos en numerología, astrólogos —y sí, confieso que leo mi horóscopo seguido—. Vamos tras la buena suerte y nos aferramos a amuletos tales como herraduras, ojos turcos, manos de Fátima, atrapasueños, tréboles de cuatro hojas, maneki-nekos y hasta horas espejos. Creemos que si tocamos la cabeza de un pelirrojo o si nos cae una cagada de pájaro obtendremos la “baraka” que en el islam es un flujo de gracia y bendiciones que emana de Dios y que se transmite rozando dichos objetos benditos.

Mientras nos debatimos presagiando ¿qué pasará en México? ¿cómo podemos luchar contra el crimen organizado y el narcotráfico? ¿cómo rescatamos la libertad de vivir sin miedo? ¿cómo logramos que nuestros hijos caminen seguros por las calles? ¿cómo paramos los ríos de sangre para que ya no existan más madres buscadoras? ¿cómo defendemos el estado de derecho y las leyes? ¿cómo protegemos la libertad de expresión? No perdamos un tiempo que vale oro preguntándoselo al oráculo, a los videntes o a las cartas, reflexionemos ¿qué debo hacer para que suceda? Y mi respuesta es única: acude a las urnas y vota por la paz, la unidad y la justicia.