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La belleza seduce, trastorna, extasía y deslumbra. También duele, descoloca, arde y a veces traiciona. Como una marabunta, se introduce por los orificios de los ojos, de los oídos y la nariz. Repta por las columnas que nos sostienen y avanzan hasta taladrar el ombligo. Para que algo sea bello necesita de su antípoda: lo evidente sería la fealdad aunque a veces impera un territorio brumoso donde el mal es sinónimo de feo. La belleza puede encontrarse en casi cualquier cosa: en la naturaleza viva y también en la muerta, en lo que sentimos y en nuestras percepciones.

En las Metamorfosis de Ovidio, la Medusa es una hermosa doncella, deseada por muchos. Sacerdotisa del templo de Atenea y violada por Poseidón. La diosa, por rabia y celos, convirtió la bella cabellera de la muchacha en serpientes y le confirió el terrible poder de transformar en piedra a quien la mirara fijamente. Hay falsas bellezas, engañosas, que se disfrazan de lo que no son. 

En la épica grecolatina se narra la guerra de Troya, un conflicto bélico entre ejércitos aqueos contra dicha ciudad. El pretexto —y totalmente creíble por su naturaleza— fue el rapto de Helena de Esparta por el príncipe Paris. El deseo de poseer la belleza ha enloquecido a las mentes más brillantes produciéndoles un placer intenso y las ganas de recurrir a ella constantemente. Sí, la belleza es adictiva y también puede tener un uso pervertido.  

En las actuales sociedades moralinas —constreñidas cada vez más por lo políticamente correcto— no está bien visto elaborar un estereotipo de belleza externa que ponga en riesgo —o vulnere— a grupos que no posean dichas características; es más fácil poner una venda en los ojos, quemar libros y prohibir que se cuente la historia a aceptar que, como diría César Vallejo, “hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!” 

El cuerpo humano es bello per se, existe una belleza intrínseca en sus funciones; los eritrocitos fluyen en el torrente sanguíneo transportando el oxígeno desde los pulmones hacia todas las partes del cuerpo, los neurotransmisores son mensajeros químicos perfectos que incitan impulsos eléctricos pero no podemos negar que el cuerpo femenino es el epítome de la belleza. 

Por primera vez Nicaragua, Sheynnis Palacios, gana Miss Universo. Más allá del discurso de una mujer en un escaparate siendo acribillada por miradas lascivas y cejas levantadas por la frivolidad y el machismo de un concurso de mujeres, el simbolismo trasciende allende las fronteras. Sheynnis se vistió de azul y blanco, los colores fueron la mar de simbólicos: en Nicaragua portar la bandera ha sido causa de encarcelamientos, la Purísima Concepción de María también tiene los mismos colores y nos resuena que la Iglesia está siendo reprimida y violentada en ese pequeño país de volcanes. 

La mezcla perfecta entre valentía, inteligencia y belleza sí existe, y puede ser génesis de una revolución.

Las cosas bellas no tienen la obligación de serlo, son.