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El presidente es el político de habla hispana con mejor manejo de medios en los últimos 20 años. Hugo Chávez no cuenta porque, para poder manejarlos los cerró. Este, cambio los usa a placer y sin pagar. Lo ha demostrado con el paso de Otis por Acapulco.

Por ejemplo, aunque para la minoría pensante fue un show el video de la camioneta atascada y los pocos metros que caminó entre la maleza, en la mayoría funcionó como demostración de que el presidente estaba a cargo. Veamos la encuesta de El Financiero:

Antes del montaje del vehículo atascado, el 51 por ciento opinó que su actuación ante la tragedia fue muy mala, y 28 por ciento, buena. Al verlo de camino, supuestamente, a Acapulco, el 39 por ciento dijo que lo estaba haciendo bien, y 37 por ciento, mal.

En su perfidia, para manejar la propaganda, radica casi todo el éxito del presidente como político. Es su marca de toda la vida: y no tiene rival en ello. Recordemos cuando mandó a Claudia Sheinbaum con montacargas llenos de cajas de “pruebas” de la corrupción de Felipe Calderón.

En un debate de la campaña de 2006, el actual presidente acusó a Calderón de beneficiar, como secretario de Energía, a la empresa de un cuñado, Hildebrando, S.A. de C.V., con dos mil 500 millones y evasión de impuestos.

Al día siguiente, la actual candidata presidencial de Morena llevó a la sede del PAN diablitos con cajas de “copias de los delitos de Hildebrando”. Pero las cajas estaban vacías. “A lo mejor se les olvidó llenarlas, pero lo que importa es la verdad”, dijo el candidato.

Y, el domingo, el gobierno anunció que mandó cinco mil despensas a Acapulco. La verdad es que cinco mil despensas es nada para un millón de damnificados, pero sólo la minoría pensante saca esas cuentas, mientras él gobierna para mayoría que no las saca.

Son trampas usuales en la política, que nada tiene de limpia, pues se trata de obtener el poder. El problema con las tretas del grupo político que gobierna hoy en México, es que con ellas establece conductas de Estado. Es el culmen de la democracia de truco.

Alejandro Encinas admitió que cambió la Verdad Histórica del Caso Iguala, y refundó a personas en la cárcel, sin pruebas reales, porque no verificó la autenticidad de los pantallazos de WhatsApp, que presentó siendo subsecretario de Gobernación.

Y a Rosario Robles la tuvieron presa tres años por ser adversaria del grupo político en el poder. Un juez aliado del gobierno (Delgadillo Padierna) la encerró, aunque se demostró que lo hizo con pruebas fraguadas: una licencia falsificada por los fiscales.

Es la democracia del truco. Castrochavismo a pulso.