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La noticia mayor de la Encuesta Nacional de Adicciones 2001 respecto de la de 2008, es que no hubo cambios mayores en el consumo de drogas ilegales. Dice la ENA 2011:

Respecto al consumo de cualquier droga en el último año, la prevalencia pasó de 1.6% a 1.8%, incremento que no es estadísticamente significativo. Asimismo, el consumo de drogas ilegales es de 1.5% muy similar al encontrado en 2008.

Sigue la ENA 2011:

Con relación a las drogas específicas, la mariguana se mantiene como la de mayor consumo con una prevalencia del 1.2%, y con relación al 2008, no hubo un incremento estadísticamente significativo en la población general.

La siguiente droga de mayor prevalencia es la cocaína con un 0.5%, similar al 2008. El consumo en el último año de las demás drogas sigue siendo mínimo, abajo del 0.2%.

Lo más cercano que hay a una medición de adicciones en la ENA 2011 es el concepto de “prevalencia de dependencia”. Esta se da cuando alguien reporta “haber tenido dos o tres síntomas de dependencia asociados a su consumo de drogas”. La “prevalencia de dependencia” se mantuvo estable entre 2008 y 2011, con 0.7% de la población.

Por el crecimiento poblacional, la ENA 2011 agrega “100,000 personas como dependientes en este período”, lo cual hace pasar los dependientes de “450,000 en el 2008 a 550,000 en el 2011”.

Otro indicador de consumo conflictivo o adictivo registrado en la ENA 2011 es el registrado por la Secretaría de Salud en mil 118 centros de atención sanitaria. Durante 2009 acudieron a solicitar tratamiento por uso de enervantes  70 mil 467 personas.

La droga de mayor impacto reportada fue el alcohol, con 29 mil 417 pacientes; la siguiente fue la cocaína, con 10 mil 450; luego la mariguana, con 8 mil 235, y finalmente las metanfetaminas, con 6 mil 950.

¿De qué estamos hablando entonces cuando hablamos del desafío de las adicciones a drogas ilegales como un grave problema de salud nacional?

Desde luego no de las cifras oficiales disponibles sobre el problema, sino de una alarma inflada para justificar la guerra contra las drogas, cuya intensidad desorbitada no tiene justificación de salud alguna.

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