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El mundo y México viven un estado de ánimo de enojo. En tiempos de posverdad, las razones se vuelven emociones y así, es más difícil superar los retos y los conflictos en términos lógicos.

Es evidente en el día a día: amplias franjas sociales están descontentas, lo mismo con la situación del país, que con los problemas propios de la entidad o la comunidad en la que viven.

Una de las características de este semblante social es que el enojo se proyecta a los demás, no hacia uno mismo. Como si el entorno sólo fuera responsabilidad del vecino, del alcalde, del gobernador, del presidente, de los otros. Así, una circunstancia que podría ser virtuosa si diera lugar a un cambio constructivo y positivo en el conjunto de la sociedad a partir del análisis racional, se ha convertido en un lastre que dificulta todavía más encontrar respuestas a la adversidad.

El éxito político y electoral de las experiencias populistas, incluyendo la nuestra, se explica por líderes que dan cauce al descontento, pero pocas veces para mejorar el estado de cosas. Se identifican los problemas, sus causas, pero se aplazan o de plano se desdeñan las soluciones.

Peor: se toman acciones que profundizan la crisis. Por ello el ciclo del populismo, en la mayoría de los casos, es de corta vida, a pesar de la intensidad en su momento de vigencia.

Como fenómeno social, el enojo colectivo antecede al triunfo de López Obrador y de su proyecto político, pero también lo explica en sus magros resultados. En la coyuntura actual de decepción in crescendo, México requiere que este sentimiento tenga cauce por la vía institucional, especialmente en los partidos políticos, las organizaciones civiles, los medios de comunicación y las elecciones.

Lo peor es que sea la protesta callejera la que cobre fuerza y que su sujeto sean las masas, no el ciudadano; si ya existe, lo óptimo es hacer de esta energía colectiva motor de una transformación virtuosa, que realmente empodere a la gente en un sistema de representación capaz de expresar la pluralidad del mosaico social, cultural y regional que es México.

El enojo puede ser el punto de partida para un mejor país en la medida en que cada quien se entienda parte de la solución, y no como un actor pasivo decidido a que alguien más haga su tarea.