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Un vagón del Metro, de cualquier parte del mundo, va lleno de vidas tan cercanas y conocidas, pero que no se miran y se creen ajenas la una a la otra, pero en realidad son tan comunes y ordinarias entre ellas.

El metro siempre será un buen ejercicio de reflexión, cuando no se tiene prisa de llegar a su destino.

Si hablamos en particular del de la Ciudad de México, es un planisferio atiborrado de personas que caminan como desorientadas porque sus ojos van perdidos entre el cansancio y la velocidad en que se mueve todo a su alrededor.

Pero si uno es el que se detiene a observar, entiendes que la movilidad dispareja y desigual es parte de su funcionamiento.

Los ciudadanos que se convierten en sus pasajeros, se transforman de luz a sombra, y presas del incesante olor físico después de las seis de la tarde y después de un silencio abrumador en la noche.

En la actualidad el virus también baja entre las mochilas, las chamarras, los pantalones y de todo objeto que pareciera no tener vida, pero sí capacidad de almacenar y llevar de un lado a otro lo que no se ve.

Los pasajeros siguen cubriendo cada microespacio en el interior, porque lo que importa es llegar sin importar qué tan pegado está del otro.

La inquietante espera de saber si en ese vagón te contagiarás o no, es una preocupación más entre las que sortean diariamente.

Que si te roban, que si te manosean, que si te repegan el cuerpo, que si te gritan, que si te pegan, que si trae cubrebocas o en su peor defecto, que se incendie el vagón y no puedas salir de allí.

Por algo los estudiantes de fotografía siempre van a buscar historias a las cuales deben de perderles el miedo. Observar hasta que la mirada se quite de temores y de nervios para encontrar las relaciones tóxicas, las apasionadas y las discretas.

Fotografiar las entrañas de cualquier ciudad siempre será una odisea a la que hay que irle encontrando pies y cabeza.

Este momento que congeló el fotoperiodista José Pazos de la línea 2 del metro de la Ciudad de México, la segunda más antigua de la red y que recién reinició operaciones tras el incendio del 9 de enero, es como haber detenido el reloj en una fecha tan variante como la primera y última vez que usted estuvo allí.

El metro y su vida - laura-garza-metro-y-su-vida
Foto de José Pazos/ EFE

Los andenes y los pasillos no cambian, incluso la gente pareciera tampoco hacerlo. Solo se llaman distintos, pero van hacia el mismo lugar.

Cariter-Bresson dejó en su legado una frase muy acorde para este momento “No me interesa la fotografía sino la vida” y esa es la que tomo hoy para verla pasar como el señor de jeans y botas beige, o el joven de sudadera color vino y el que mira para otro lado porque sabe que bien pudo haber cabido en un pequeño hueco y no quedarse allí de pie.

La propia Ciudad de México parece que vive una etapa crítica de descuidos, y el Metro es uno de ellos. Con apenas un mes de diferencia, hoy de nueva cuenta se incendia un tren de la Línea 3.

Y la vida allá abajo se torna más peligrosa, porque si no es el contagio es el calor del fuego de un vagón a otro.

Vaya vida.