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Es difícil creer que el presidente Donald Trump haya pretendido que sus seguidores participaran en acciones de violencia que concluyeron con cinco fallecimientos y la toma del Capitolio. Posiblemente la idea de convocar a sus seguidores a Washington era la de mostrar músculo popular en afán de presionar a los legisladores, propios y extraños, al momento que se formalizaría en el Congreso el resultado a favor de su contraparte demócrata, Joe Biden.

Lo ocurrido ahí quedará para la historia, ha sido un bochornoso espectáculo para todos, incluso para el mismo Trump, quien tuvo que tomar distancia de los acontecimientos y comprometer a su gobierno a una transición de poder ordenada.

El presidente ha perdido un preciado capital político, que le permitía mantener un virtual liderazgo del Partido Republicano, y eventualmente la posibilidad de presentar de nueva cuenta su candidatura, dentro de cuatro años.

Las palabras de un presidente son muy preciadas y por lo mismo deben manejarse con particular cuidado, mucho más si se trata de un mandatario con amplio respaldo popular, como es el caso, incluso a pesar de la derrota electoral. Azuzar a seguidores en un ambiente de polarización política vuelve a la protesta rebelión, como fue señalado por el presidente electo Biden.

La democracia y la sociedad norteamericana están muy lejos de los acontecimientos del pasado martes. La fortaleza de sus instituciones, los valores y los compromisos de quienes las representan impusieron el orden y la legalidad. La imprudencia y los excesos verbales opacan el momento más relevante del gobierno trumpista, esto es, en la entrega de poder.

El nuevo mandatario tiene como tarea prioritaria promover la concordia y la reconciliación. Es cuestión de meses para que se supere la crisis sanitaria. Estados Unidos es el país más avanzado en el programa de vacunación a una tasa de 380 mil aplicaciones diarias. De igual manera, la economía norteamericana habrá de recuperar normalidad.

Como quiera que se vea, es bueno para nuestro vecino, para nosotros y para el mundo, que la normalidad transite a través de la unidad, de la civilidad democrática y de la tesis republicana de que un presidente gobierna para todos.