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En alguna parte leí que una de las funciones de las cortes supremas de los países es “domar a la multitud”, someter a normas, a menudo impopulares, las pasiones mayoritarias: los usos, creencias y costumbres que nadie desafía así se trate de aberraciones civilizatorias.

A una de esas pasiones colectivas, la homofobia, acaba de ponerle norma y freno la Suprema Corte de Justicia mexicana al fallar, por quinta vez, en el sentido de que los matrimonios entre ciudadanos del mismo sexo tienen los mismos derechos y obligaciones ante la ley que los de sexo distinto.

Si entiendo bien, lo interesante de que la Corte haya fallado por quinta vez en el mismo sentido es que en nuestro sistema constitucional el quinto fallo sienta jurisprudencia, vale decir, establece una norma universal que obliga a todos, como si estuviera inscrita en la Constitución.

Las consecuencias del fallo de la Corte apenas pueden exagerarse. Para empezar, pone fuera de la Constitución a las constituciones de los estados que hacen la diferencia entre matrimonios homosexuales y heterosexuales.

El mandato no tan implícito de la Corte para esos estados es que cambien su Constitución. El mandato explícito para todas las instancias judiciales es que deberán amparar en automático a todos los que quieran acogerse a la nueva norma.

Los historiadores saben que no hay nada más difícil de fechar que los cambios largos de una sociedad, normalmente cambios lentos de sus costumbres y sus valores.

El viernes 19 de junio del año 2015 en que la Corte publicó la tesis que da carácter constitucional al matrimonio del mismo sexo, puede reputarse como la fecha en que un lento cambio de costumbres en la sociedad mexicana fue finalmente incorporado al patrimonio constitucional, terminando en ese ámbito con la discriminación por preferencias sexuales y amorosas.

La homofobia es seguramente una pasión mayoritaria mexicana, como lo sabe cualquiera que haya visto una encuesta donde se responde a la pregunta de si el encuestado viviría bajo el mismo techo con un homosexual.

El quinto fallo de la Corte tiene este componente civilizatorio: desafía y doma una de nuestras bajas pasiones mayoritarias, la homofobia.

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