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Gran parte de nuestra memoria de la infancia la tenemos registrada no solo porque la hayamos vivido, sino por las fotografías que hemos visto. Los cumpleaños cuando éramos bebés, los juguetes más simbólicos de cada etapa, los pasteles, los primos alrededor, los vecinos de aquellos tiempos y sobre todo, nosotros.

Incluso los comentarios de nuestros padres que acompañan a esas imágenes de cumpleaños, son los que nos hacen crear un recuerdo que en realidad no recordamos de primera.

Entonces tenemos los recuerdos vagos, y se confunden con lo que creemos haber retenido en nuestra mente y las fotografías que nuestros padres tomaron, imprimieron y las pusieron en un álbum.

Hoy tengo la fortuna de celebrar mi cumpleaños, y desde esta nueva realidad en donde el festejo es en casa, sin los amigos, sin los tíos, los abuelos y los papás, toca hacer una representación de la fiesta de cumpleaños aunque no tenga invitados.

Entre las reflexiones que llegan cuando se cumple un año más, viene el gusto por ver las fotografías de lo vivido en el año, de recordar cómo fue el último cumpleaños y cómo se prepara uno para otros 365 días.

La foto que hoy les comparto, es de mi cumpleaños número seis. Allí luzco con mi vestido color blanco, con tres moños al frente que mi madre le diseñó. En ese tiempo, nos hacía mucha de la ropa, y recuerdo perfecto que hasta hacía las mochilas que usábamos mi hermano y yo.

Vivíamos en Monterrey, pero estábamos a punto de mudarnos a Torreón por el trabajo de mi padre. Las mujeres disfrazadas de muñecas, eran parte de un show regio que se llama, porque aún existen, “Las Muñequitas”.

Aquí es cuando viene la confusión entre lo que creo recordar, con lo que mi memoria ha decidido armar entre foto y foto, como piezas de un rompecabezas.

Estoy bailando, con mi cabello chino largo, mis lentes y la emoción de hacer una fiesta de cumpleaños porque los primos y los vecinitos irían a mi patio para jugar, brincar, comer pastel, apagar las velitas y sobre todo, a llevar un regalo.

Claro, hoy los tiempos son otros y puedo decir que mi infancia fue fantástica, siempre con mis padres creando unas piñatas fascinantes para que fueran inolvidables, y honestamente es que recuerdo bastantes.

La memoria la construimos con imágenes, porque nuestro cerebro nos lleva a ponerle rostro, lugar, personas, y le pone mayor intensidad al recuerdo de eso que vivimos. En este caso, los cumpleaños.

¿Cuántos cumpleaños recuerda? Pero sobre todo lo invito a que piense en esos de cuando era chiquito o chiquita. Cuando la mesa de la sala se llenaba de regalos, cuando corrían entre la sala sin que su mamá los regañara, o no se diga cuando querías abrir los regalos a toda velocidad y tu mamá te pedía que lo hicieras despacio para saber quién lo había dado y tomar una foto.

Por eso debemos seguir tomando fotos, por eso debemos imprimirlas o conservarlas debidamente de forma digital para que años después podamos disfrutarlas y los hijos, los nietos construyan su historia familiar entre recuerdos vividos y otros creados por la memoria visual.

Los cumpleaños son para recordar porque terminamos e iniciamos otra “vuelta al sol” sin saber qué nos espera, pero al menos con la ventaja de los años, podemos tener más calma que la experiencia es un grato regalo de la vida para enfrentar lo que sigue.

Hoy cumplo, orgullosamente, mis 38 años y lo festejo de la manera más sencilla y llena de vida, que es con mi hija, recordándome que la imaginación y la actitud de disfrutar, no tiene que ver con la edad, sino con las ganas de vivir feliz.

¡Feliz cumpleaños a los que también cumplen años hoy!

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Foto de Laura Garza.