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Los mexicanos somos esos que pueden comer tacos tres veces al día, con una o dos tortillas de maíz, o una tortilla de harina.

Somos los que extrañamos ir a la taquería de la esquina o a la de “siempre”, porque el taquero ya nos conoce y nos hace sentir como en casa.

¿Cuántos quiere güera? ¿Los de siempre? ¿Cuántos le sirvo hoy? ¿Con todo? ¿De qué le doy güero? ¿Los de siempre? ¡Pásele! ¿Empezamos con suadero?

No importa el nombre de la taquería, porque lo que le da la magia y el poder de atracción es el rostro del taquero, su personalidad y su trato.

Gladys Serrano, fotoperiodista que actualmente trabaja para el diario El País en México realizó un recorrido por la Ciudad de México para documentar qué hacía la gente en estos tiempos de cuarentena.

Entre tantos rostros cubiertos con tapabocas, encontró a don Emilio Olguín en su taquería.

El impacto de un retrato, es la intencionalidad de la mirada del sujeto que aparece, y por supuesto del ambiente a su alrededor. Entre más simple y genuino, mayor será la atracción visual.

Eso logró Gladys, al detener el tiempo en la taquería de don Emilio, porque cada uno de los elementos que aparecen, no fueron puestos intencionalmente para que la composición fuera adecuada para describir su ocupación, estaban allí y adornaron su encuadre.

Los rollos de plástico colgados con dos alambres, las hojas de papel cortadas para servirles los tacos de suadero, longaniza o de tripas para comer allí parados mientras el olor a la grasa que se derrite con el calor se impregna en nuestra ropa.

La jerga extendida allí al fondo, los cuchillos afilados para el corte exacto de cada carne, el refrigerador de “la Coca”, la Cruz de Cristo en señal de ser un negocio católico y de fe, su kit de primeros auxilios, de esos viejitos que tenía mi tía abuela en su casa desde que yo estaba pequeña y su periódico que seguramente terminará hojeado y desgastado al final del día.

La pared color azul cielo, limpia y desgastada es la más ferviente testigo de los años de esfuerzo de don Emilio y sobre todo, de los clientes que han llegado allí hambrientos y esperanzados de encontrar un momento de paz, al comerse sus tacos.

El foco que cuelga y está encendido, porque allí se trabaja aún en tiempos de pandemia. No se descansa porque el ingreso de su casa, es gracias a esos mexicanos que no pueden empezar a trabajar sin antes comerse sus tacos, o de los que no pueden llegar a su casa, sin haber pedido dos de longaniza y 3 de suadero.

Una fotografía que detuvo el tiempo, como si no pasara nada. Porque el molcajete tiene salsa, las tripas están listas para servirse, la carne de suadero está limpia y preparada para cortarla, el envase de refresco está casi vacío y el servilletero está desordenado porque alguien tomó una y desacomodó la simetría de las servilletas.

Sin poder salir, Gladys nos hizo estar allí y eso le da vida a un retrato.

Don Emilio, con su cabello peinado, con una sonrisa detrás de la tela azul, con su playera tipo polo color naranja, con su bata limpia y planchada de color blanco y con la pulcritud de su delantal está allí en su negocio, sin detenerse, sin quedarse en casa, porque es su manera de subsistir, de llevar alimento a casa, y de alimentar a muchos mexicanos que tampoco pueden parar.

Porque los tacos son “los” tacos y bien dicen, panza llena, corazón contento.

¿Unos tacos? - 1587755279-626104-1587765098-album-normal
Crédito de Foto: Gladys Serrano, El País. Instagram @GladysSerrano.foto