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La detención de García Luna por narcotráfico es el puntillazo al fracaso del combate al crimen, al menos cómo se ha planteado desde 2006: aquella no era la estrategia adecuada, pero tampoco fue la continuación de la misma en el sexenio pasado, y menos aún la actual de abrazo y no balazos.

Lo de García Luna es un cataclismo, porque la acusación del Departamento de Justicia de Estados Unidos indica que “mientras fue jefe de la seguridad en México recibió millones de dólares en sobornos del cartel de Sinaloa a cambio de protección para sus actividades de narcotráfico”.

La orden en su contra señala que gracias a su apoyo el cartel de El Chapo Guzmán mantuvo su actividad criminal sin una intervención relevante de las autoridades, y “permitió que se importaran grandes cantidades de cocaína a Estados Unidos”.

Sin embargo, entonces la propia Casa Blanca tiene una dosis alta de culpa si se importaron grandes cantidades de cocaína a Estados Unidos, pues fue con García Luna que se registró la mejor colaboración del Estado mexicano con los servicios de seguridad estadounidenses en la lucha contra el crimen.

Desde su cargo, García Luna cooperó con organismos de seguridad estadounidenses que, a través de Receptor Abierto y Rápido y furioso, metieron aquí balas y rifles para el crimen organizado, y la DEA lavó millones de dólares para los cárteles mexicanos.

A saber, agentes encubiertos de la CIA enviaron a Estados Unidos el dinero y lo depositaron en cuentas de traficantes. Además había una Oficina Binacional de Inteligencia en avenida Reforma donde operaban agentes estadounidenses.

La CIA, la DEA y el Pentágono tenían en el norte del país una base militar, donde interrogaban a integrantes de la delincuencia organizada, intervinieron llamadas telefónicas, diseñaron operativos y capacitaron a cuatro mil 500 agentes mexicanos, según The New York Times.

Y aeronaves estadounidenses sobrevolaron nuestro espacio aéreo, y empresas privadas y hasta paraestatales contrataron mercenarios estadounidenses, según la BBC de Londres. Todo eso, con el hombre que ayer detuvo en Texas Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Pero, si no funcionó con García Luna, tampoco funcionó gran cosa el sexenio siguiente con la estrategia de fijar la captura de los capos más peligrosos sin presumirlos en los medios como “operadores”, “lugartenientes” o “cerebros financieros” y haciéndolos parecer estrellas de rock.

Y mucho menos la estrategia actual de “amor y paz a los carteles” y anuncios de tregua, diálogo, amnistía, liberación de capos con perdido de extradición de Washington… que provocaron que la Casa Blanca mantenga la amenazada de designar terroristas a los cárteles mexicanos.

Quiere decir que ninguna estrategia ha funcionado y se impone que el Estado mexicano repiense todo.

Y todo es… todo.