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Tuve el privilegio de escuchar en Madrid, hace unos días, en una comida de amigos, la concernida reflexión del expresidente español Felipe González sobre las coordenadas de riesgo del momento mundial.

El País ha publicado ayer la reflexión completa, fruto de una larga conversación con la directora del diario, Soledad Gallego–Díaz.

Creo que es una lectura obligada, inspiradora.

La reflexión avanza de lo global a lo local, digamos del enfrentamiento de China con Estados Unidos al independentismo catalán, y logra mantener unidos los dos órdenes, en las líneas de riesgo que los acechan.

La palabra que cruza el análisis tanto en el orden global como en el local es anomia, vale decir, “el estado de desorganización social o aislamiento del individuo como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas sociales”.

El primer punto de la reflexión es que el capitalismo que conocemos está destruyéndose a sí mismo y es insostenible como tal.

El segundo es que las relaciones internacionales están a su vez destruyendo o desobedeciendo las reglas de convivencia que los países centrales pactaron a partir de la Segunda Guerra Mundial.

Nadie se muestra más incómodo con esas reglas y más dispuesto a  cambiarlas o a ignorarlas que el presidente Trump. Lo mismo si se trata de los compromisos con la OTAN,  de las reglas de la Organización Mundial de Comercio, de los acuerdos sobre cambio climático y últimamente, nada menos, la crisis de los pactos de desarme y proliferación nuclear.

El factor fundamental de la hora, dice González, es  “el choque tectónico entre la gran potencia emergente, China, y Estados Unidos”. Y se produce en una arena global anómica, sin reglas, mediante una diplomacia a navaja y puño limpio.

La Unión Europea, que podría jugar un papel de equilibrio, acusa las mismas dolencias: “Tanto en respuesta a la crisis de 2008, como en la crisis migratoria, como en el desencadenamiento del brexit, se observa que la UE está trufada de miembros que no están dispuestos a respetar las reglas”.

En un mundo así, nadie puede ganar tanto como los regímenes autoritarios y nadie tener más problemas y más crisis que las democracias.