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Venimos de la sierra ¡Virgen Bendita!

Venimos de la sierra ¡Virgen Bendita!, María de Guadalupe, fiel madrecita.

Dejamos nuestra tierra y nuestra familia, y vamos a tu casa, hogar de nuestra raza, que es tu Basílica.”

Se arranca en Neblinas, en la Sierra Gorda queretana, mientas las campanas tañen. A la izquierda se levantan altaneros los cerros llenos de árboles, mostrando una majestuosidad que se vive distinta al fervor de los cantos a María. Misa, bendiciones y arranca un camino desconocido, al menos para mí.

Comienzan un par de cientos, muchas encaminadas por quienes las quieren, van delante las mujeres, que agrupa a unas quinientas; tantas con sus trajes de otomies perfectamente planchados. Este año se cumplen sesenta años, donde las mujeres dejaron de vestirse de hombres, camufladas para poder peregrinar.

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Ahora son una columna infranqueable que rebosa de mucho más que agradecimiento por existir. Los hombres irán por detrás, hombro con hombro, en filas que marcan el paso, un día de después. Se irán sumando más, a medida que se avanza y de pronto los números de 50 mil hombres y 20 mil mujeres, suenan apabullantes. Pero pesan mucho más cuando todos van hacia un puerto de llegada; la Villa en la Cuidad de México, el lugar que marca la aparición de la morenita hace cuatrocientos ochenta y ocho años. Para los que no creen, se vuelve difícil entender el fervor qué hay por detrás de cada paso. Para los que lo hacen, se vuelve un camino devocional, una entrega desde el corazón a una experiencia, de carácter místico.

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Y el fervor lo va tomando a uno poco apoco, envolviendo despacito aunque uno vaya solo con la intención de sorprenderse.  Mientras, la travesía que cubre más de quinientos kilómetros, se vuelve un peregrinar que toca el cielo en ardor y efusividad.

Se sale un par de horas antes de la madrugada, se reza en el camino mientras los pies se van llenando de ampollas. En la columna de mujeres, algunas campesinas con huaraches de suela de llanta, caminarán con una intensión, los kilómetros que hay entre un lugar y otro. No traen nada, solo una fe que las impulsa hacia adelante paso a paso. Dormirán donde les den posada. Comerán lo que generosamente los pueblos puedan ofrecer, mientras cargan sus pesados estandartes. Estas son mujeres indígenas que dan gracias por todo lo que SÍ tienen y al menos yo no escuche una sola vez quejas, por lo mucho que les falta.

“A ti virgencita yo quiero ofrecerte un canto valiente que México entero te ofrece sonriente”. Se escucha el clamor de la columna, en la voz que suma edades desde las que prestan años, hasta las más pequeñas que vienen de la mano de su madre.

Yo voy además, fijando la atención en cómo pongo los pies sobre la tierra, me pregunto si podré hacerlo como si la besara. Quizá me voy dando cuenta que camino como soy. Hoy me siento más pausada con menos prisa, acaso el equipaje menos pesado y comienzo a viajar ligero.

Contemplo los rostros y me doy cuenta que cada una trae su pesado equipaje. Qué te aqueja peregrina, con que devoción lo dejas a los pies de tu madre, te abandonas en sus brazos y gritas: ¡Aquí estoy virgen María!

Se abren los sentidos y de pronto brota la abundancia. ¡Pero siempre ha estado ahí! Quizá hace falta sentirla en cada poro para encarnarla y hacerla nuestra.

Bendecir es bien decir, deseando luz para los demás. Un momento de re conexión de los unos con los otros, con el mundo, y con la fuente de nuestro ser. En este sentido, nos despierta de nuevo a quiénes y qué somos, uniéndonos con nuestros orígenes, recordándonos que somos parte y no aparte del resto de la creación. Se renuevan las respuestas con matices de experiencia sobre aquello que nos ha transformado; quién soy, para que estoy y a donde voy, se envuelven en una sensación de serenidad difícil de expresar.

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Me parece que peregrinar no es solo transitar y recorrer tierras desconocidas hacia un santuario, quizá en verdad es ir trabajando en encontrar cómo sorprenderse, cómo agradecer cada sonrisa, cada acto de generosidad, honrar todas las historias compartidas.

Caminar transforma aunque no se quiera. Los pasos van abriendo el corazón, se vuelven comunión cuando a nuestro lado viene otro, cuando la naturaleza no se mira, se contempla y de pronto cuando menos se lo espera uno, es tal lo que conmueve que brota el llanto. Y se aprende a honrar, el camino de unos de otros y el propio.

El cansancio y la incomodidad, van tocando esas fibras profundas, el calor a algunos nos doblega. Y entonces se abre esa posibilidad de tocar nuestra propia fragilidad, lo profundo que habita en la vulnerabilidad. No queda de otra, uno se rinde y por unos fragmentos de tiempo, nos mostramos tal cual somos. Entonces también se vuelve un andar que sana adentro, que sutura las heridas.

Y son estas mujeres que me dieron una mano, un abrazo, cuando ya no podía más. Y el corazón ahora llora por un dejarse cuidar y pareciera que esto es nuevo, al menos para mí. Soy de las que les cuesta recibir.

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De pronto mi alma me invita a salir y siente la belleza integrando mi parte más obscura; se debate entre sentir el extraordinario poder de la asombro y la posibilidad de abrazarme tal cual soy. Sucede que me lleno de júbilo en agradecimiento por existir. Hay vida en todas partes, el camino se llena de espectaculares vistas, mariposas azules, amarillas y rojas que revolotean jugando con los bellos sombreros.

La vida también está escondida en los lugares más ordinarios y al menos para mí la confección con esta forma espiritual que se manifiesta en los cantos y la devoción, va hilando un tejido maravilloso que me hace sentir, completa. Y ahí justo ahí como diría Roberto Pérez, brota el “sacramento del instante”, el momento sagrado donde se revela el Creador al alma humana, en su Creación. Ahí donde se encuentran lo visible y lo invisible, ahí donde uno se siente profundamente amado.

México es grande, mucho más que la radiografía de sus fracturas. Nos hace falta hilarnos de nuevo encontrando cómo fortalecer las hebras de nuestras tradiciones, de la gran generosidad que brota a manos llenas, de la fe que arrastra, de re conectarnos con la tierra para sentirla nuevamente nuestra y salir al encuentro.

Y SÍ, la polaridad de todo esto se manifiesta en los cientos de miles de problemas que nos dividen, nos enfrentan, nos fragmentan. Si seguimos buscando culpables, si volcamos toda la energía en descalificar, en no salir de la zona de confort; nos quedaremos pequeños, habiendo tanta grandeza.

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Qué no se confunda esto con la denuncia que propone, que impulsa los grandes cambios. Me quedo con la imagen de sentir cada hilo sobre mis dedos, encarnando el impulso sobre mis pies para ir tejiendo de nuevo. Me llevo el alma llena de tanto por cada kilómetro caminado. Y sobre todo enardecida por nuestro pueblo, este que abraza mujeres valientes, silenciosas que se abandonan en los brazos de una Fe que solo se entiende, si se acompaña con el alma.

De dónde vienes peregrina, a dónde vas, Qué fuego mueve tu rutina, tu voluntad. Qué terco empeño, qué alado sueño. Dame un rinconcito en tu destino, Déjame a tu lado transitar….

Me quedo en Cadereyta, se ha terminado el tramo de la sierra. Las alcanzaré un día antes vestida de gala como lo harán todas las demás, entraré a la villa el 28 y sabré lo que es sentir el jubilo de las jornadas donde el dolor también forma parte, heridas, torceduras, incomodidad y un extenuante cansancio. Nadie escapa al dolor del camino pero tampoco a su mágica transformación.

DZ