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Un virus llamado coronavirus

Desde donde lo veo hoy el llamado es a parar. Quizá la naturaleza encuentra una manera abrupta de devolver el equilibrio con la fuerza de su alquimia, para restaurarse.

Como especie, hemos irrumpido en la consonancia del planeta, esa es nuestra responsabilidad y en ello va la factura que debemos pagar. Es un reclamo vergonzoso, pues la idea de confort, cimentada en productividad y consumo son una carnada que nos hace creer que todo esto, nos baña de una vida mas cómoda y el precio ha ido minando los ecosistemas, agotando los recursos hasta consumir en un par de meses todo lo que el planeta puede generar en un año.

Podría pasar un rato largo dando cifras, de esas que se nublan cuando hablamos de cambiar nuestros hábitos, porque nos cuesta dejar la vida que llevamos, partiendo de la base que esto no es para todos, pues hoy una séptima parte de la población vive en condiciones miserables, trabajando para sostener en tantos casos, la maquinaria económica por unas cuantas monedas, exprimiendo cada célula para que algunos tengan bienes, de esos que se desechan y se quedan por miles de años en la tierra. ¿En verdad creímos que no íbamos a tener queé hacer frente a nuestro actuar?

Me gusta creer o pensar que las crisis son grandes oportunidades de cambio, es una energía que se coloca ahí para gritar que esto que pasa es una forma de plantear qué hay que hacer cambios urgentes, qué el camino que hemos escogido ya no puede sostenerse y de ahí comienza aquello que le robé a un maestro al que admiro muchísimo, qué lo bautizo con el nombre de re evolución.

El caos es fuente de vida, esa es su raíz etimológica. En la mitología griega, Caos era un abismo desordenado y tenebroso que existía antes de la creación del mundo. Quizá se necesita habitar en la obscuridad para generar algo distinto. Hoy pareciera que esta crisis es un llamado a saber que nuestras fracturas internas nos han traído hasta aquí.

En el proceso evolutivo, nos fragmentamos olvidamos cuál es nuestra composición como parte de un todo, expulsamos el sentido de lo divino, generando adentro un espacio vacío, que buscamos llenar con cosas. Nos sentimos el centro de la creación y nos guste o no, esta también es una crisis espiritual, un combo donde cada escisión se ve reflejada en el espacio que habitamos.

Esta pandemia sea por las razones que sea, hoy obliga al bloqueo y de ahí se colapsa la economía y es curioso, pero también baja la contaminación considerablemente, basta ver las cifras de emisiones de CO2 en China estas semanas. Este virus nos hace entrar en la dinámica de convertirnos todos en los discriminados, los que no pueden cruzar las fronteras y se nos impone un freno de mano forzado. Y por otro lado se abren los espacios de convivencia para vernos, escucharnos y recurrir al sentido de solidaridad con los nuestros. Hemos caído en el espacio de la locura virtual, que nos arrastra hacia la frialdad de ausencia como fuente de cercanía, quizá sea momento de reflexionar.

Solo juntos, dejando las diferencias y tejiendo de nuevo a retazos los lazos comunicantes que son fuente amorosa del colectivo, podremos hacer algo distinto. Quizá creer o pensar que somos parte de algo mayor, nos hile de nuevo en este sentido ser co-responsables, asumirlo y a su vez restaurar no uno, sino todas las aristas de este enjambre en el que estamos. Cabe recalcar que la corresponsabilidad, nos obliga a saber, a sentir en los huesos y dolernos, pues desde nuestro actuar afectamos a otros y va en ello a los que nos rodean y a los que siguen después. Pude ser que el nudo de este lazo, tenga una fuerza que hemos olvidado y que podemos rescatar, un hilo que llama a la solidaridad, a la compasión y a la restauración.
Puede ser que todas estas perturbaciones que son transitorias, nos lleven a un nuevo equilibrio. La evidencia de la emergencia climática no se ha traducido en acciones que estén a la altura de su gravedad, de modo que la epidemia del coronavirus incide sobre un equilibrio muy frágil. Afrontar la incertidumbre sabiendo que, en nuestro modelo actual, nos negamos a afrontar lo que a gritos se nos muestra, la naturaleza nos obliga a hacerlo y en ello la fuente de oportunidades para generar algo distinto.

Solo transformando la crisis en oportunidad, asumiendo la responsabilidad, honrando a cada ser y transformando el desequilibrio en fuente creadora, podremos hacerle frente al cobro por nuestra desconexión.

DZ