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Un socavón
Foto de Mensajeros Urbanos.

Con la prisa de llegar a algún lugar importantísimo como siempre, traía el estomago con una ansiedad tremenda porque iba 10 minutos tarde. El cielo se oscurece, las nubes se aglomeran y barrunta agua, de pronto un torrencial aguacero ciega mi visibilidad.

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Foto de Mensajeros Urbanos.

El trafico se aletarga más cada vez que las primeras gotas de agua golpean en las aceras de la ciudad. En la radio escuchaba a Beethoven, las notas en sus partituras tienen un poder sanador en mi mente, inhalo y exhalo procurando entrar en calma, no hay nada que pueda hacer; llegaré tarde.

De pronto, caigo en un socavón que mueve el coche y suena como que algo se ha roto…

Lo primero que uno hace es dejar de respirar a modo de protección, como si el no llevar aire a los pulmones creara un halo impenetrable donde uno cree que así, no pasa nada.

Se cierran los ojos y de inmediato se frunce el ceño.  La realidad es que hay que respirar y ahí es cuando uno recobra el sentido de realidad. Recuerdo muy bien cómo de inmediato las ideas comenzaron a aglomerarse mientras de mi vientre comenzaba a generarse una explosión de emociones que buscaban la forma de salir; igual como lo hace un volcán cuando necesita explotar.

“Estoy segura que se poncho la llanta, diluvia, se me acabo la pila del celular y no traigo paraguas. Para acabarla de amolar, no tengo como avisarle a mi cita que no llegaré.” Entonces, comienzan a salir las palabras altisonantes de mi boca cada vez en un tono más fuerte, golpes en el volante como descarga de la rabia que se ha apoderado de mí.

La temperatura de mi cuerpo subió drásticamente. Los músculos y tendones se tensaron y después de un rato comencé a sudar. Son esos momentos de crisis que nunca expresamos. No los dejamos salir, porque hemos sido adiestrados a que son “malos” de inmediato comenzamos con la retahíla de frases como “cálmate”, “así no logras nada”, “las princesas no maldicen” etc. etc. Pues no, ese día grité y maldije hasta que me cansé. No lastimé a nadie y a mí tampoco, así que la rabia fungió como un catalizador para después poder entrar en una extraña calma.

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Foto de Mensajeros Urbanos.

Y todo pasa. Hoy es sábado y sí, el parte de mi coche fue dos y no una llanta ponchada, roto el eje y la suma del costo, gracias a Dios, disminuyó en una quinta parte, porque tengo seguro. Tres semanas sin coche y la paciencia de tener que salir media hora antes porque no sé si el taxi llegara a tiempo o no.

Sigo intentando llamar a “Bache 24”, el teléfono donde se supone se permite a los conductores reclamar el daño por desperfectos en la carpeta asfáltica a través del número 072, en la Agencia de Gestión Urbana de la CDMX.

Pero siguen sin contestarme. Cuarenta minutos mínimo de espera en cada intento, donde una grabadora con una voz muy amable me dice “su llamada es muy importante para nosotros, por favor espere en la línea”.

Así que cuelgo irremediablemente. Las placas de mi coche son de la capital, por lo que se supone que envían a un ajustador a evaluar el perjuicio y pues nunca llegó, ya que seguramente estaban ocupados en otros menesteres y no pudieron atender mis llamadas. Tampoco hay un censo que pueda poner de manifiesto la gravedad del problema y que nos quejemos. Pero lo que sí sé es que no conozco a nadie que tenga coche en esta ciudad, que no haya pasado por lo mismo que yo.

¿Cómo salí del embrollo aquel día? Pues me rescataron dos choferes de un camión de refrescos. Dos jóvenes muy amables que se bajaron y sin paraguas vinieron en mi auxilio, lo que de inmediato bajo el estado de crisis en el que estaba. Entre otros tres me sacaron el coche de la tremenda cueva y me ayudaron a ponerlo en un lugar seguro. Me prestaron un teléfono para llamar al seguro y a mi cita, que de milagro tenia el teléfono apuntado en una tarjeta, ya que ya no se me ningún teléfono de memoria.

Uno de mis salvadores me regalo un refresco pa’l susto y me pude sonar los mocos, agachar la mirada en son de rendición y suspirar profundo mientras cerraba los ojos.

Este tipo de ayuda solidaria es la que todavía me hace creer que somos una especie que tiene salvación, verlos mojados sin importarles. Fue realmente un oasis en un momento donde todo era caos. Y no solo eso: la expresión natural de enojo por lo que me estaba pasando, me ayudó también a entrar en calma y en esa capacidad de ser agradecida aun en momentos difíciles.

Pero, como venia contando, hoy es sábado, mi programa de radio es a las 11:00 h. He llegado un poco antes y en la esquina he visto una escenografía que ha logrado sacar una sonrisa de mi rostro. La verdad, he estado seria desde el martes, es justo cuando esa curvatura de boca me hace darme cuenta, que mi estado de animo desde el día de haber caído en las fauces del socavón ha estado muy bajo.

El asfalto de toda la ciudad esta remedando a retazos por todas partes. Hoy los baches, a los que yo llamo socavones, porque son profundos y anchos como una cueva y no son pequeños desniveles en el suelo como dice el diccionario de la real academia española, suman más que los remaches hechos a medias por las autoridades.  Una carpeta que permite el transito de los coches de toda la ciudad y que es una aventura llena de posibles tragedias.

Pues bien, en medio de una calle en la colonia Del Valle, cerca de la estación de radio, llamó mi atención un par de coloridos tulipanes que eran esquivados por los automovilistas.

Un socavón - mensajeros-urbanos
Foto de Mensajeros Urbanos.

Estas plantas no nacieron espontáneamente, sino que fueron sembradas por un colectivo llamado Mensajeros Urbanos como parte de un experimento social para hacer visible el tremendo problema de los baches. Gerardo Alcobendas, cofundador de esta iniciativa busca hacer visible este problema urbano, del que yo he sido víctima. Una protesta artística y pacífica para evidenciar el estado de las calles.

Mi sonrisa se pronuncia sola cada vez que recuerdo las lindas flores, cada vez que afirmo que no hay un solo suceso que no pueda reinterpretarse y que pueda gestar algo bello por más desolador que parezca.

Me quedo con la idea de que todo es parte de un aprendizaje que me hace besar la vida, aunque caiga una y otra vez en distintos tipos de socavones que abarcan lo emocional, también, y el dolor que me producen mis afectos, donde tantas veces parece que todo es obscuro.

DZ

Inspirado en Ceci, quien paso por algo así.

Fotos tomadas de un video de Mensajeros Urbanos.

DZ

Por Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195