Elecciones 2024
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Retazos de un cuento sobre una taza de porcelana

Quiero recordar una historia que siempre he llevado en el corazón.

Quizá a medida que he ido creciendo la he ido condimentando, poniendo a veces de mi cosecha, inventando frases como quien agarra un tejido lo deshila y lo vuelve a hilar.

De hecho, me pasa que me he metido en el cuento creyendo que rompo la imagen y puedo entrar en la escena y seguramente cuando sea viejita podré contarles a mis nietos aquella vez cuando viví esta experiencia. Una ley de propaganda que se le atribuyo al nazi Joseph Goebbels decía que, si se repite una mentira con suficiente frecuencia, se convierte en verdad y puede que así sea.

Hubo una época donde el mundo me parecía tan profundamente duro. Dolía el alma, a tal grado que mi rostro rara vez sonreía. Usaba mi capacidad de soñar para viajar inventando escenarios, personajes y perdiéndome en los libros de la mitología del mundo, para sentirme viva.

Hoy recurro a esa herramienta para llevarme a esta historia, entonces cierro los ojos, y comienzo a recordar como si fuera verdad. Me veo con un vestido largo y una sombrilla en la mano, guantes que cubren mis brazos hasta el codo, me duelen las costillas; es que traigo un corsé. Qué incómodo es todo lo que llevo, un peinado con crepe y unos zapatitos diminutos para disimular mis grandes pies.

Entro en una tienda de antigüedades, suena la campanilla arriba de mi cabeza. El dueño de la tienda me sonríe y me da la bienvenida. Comienzo a curiosear y el lugar está abarrotado de bellas cosas. Es increíble poder oír el murmullo de cada cosa, pues en el va la historia que las conforma.

En lo alto de una repisa de madera labrada, encuentro una tacita que llama mi atención. Me quito uno de los guantes de seda y la tomo entre mis manos. Era bellísima, perfecta, una tacita suave al tacto y brillosa. Emulaba una majestuosidad difícil de expresar. La tacita comenzó a hablarme. Sí, a hablarme, mi rostro mostró sorpresa, después voltee haber quien estaba cerca. Pasé por el proceso de validar o pensar que me estaba volviendo loca.

“Sepa que yo no siempre he sido esta taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo sólo era un montón de barro.»

Quedé estupefacta; en verdad me hablaba, no pude evitar sentir un helado viento sobre mi cuerpo y me estremecí.

«¿Sabe? La vida me tomó entre sus manos y me golpeó, me aporreó y me amoldó. Le aseguro que mi existencia ha sido muy, muy dolorosa. Más de una vez grité: ¡Por favor!! ¡Ya no puedo más!
Primero pasé por un torno donde fui tomando forma. Luego pasé por un horno candente hasta casi arder, y terminé en una repisa. De pronto la vida me estaba cepillando y pintando. ¡El olor de la pintura me ahogaba! ¡Terminé nuevamente en el horno con una temperatura mucho más alta! 
Grité y lloré hasta el hastío. Justo cuando pensé que me sofocaba y estaba dándome por vencida, se abrió la puerta, me tomaron cariñosamente y me pusieron en otra repisa.»

En su voz había un tono triste, inevitable no sentir empatía. Quizá mi propia historia me hacia vibrar en los recuerdos de aquello doloroso guardado a remiendos en el corazón. La tacita me sacó de ese lugar donde se revive la emoción de lo vivido y continúo diciendo:

“Lo que he aprendido en el camino de mi vida, es que sin todo aquello que me pasó, me hubiera quedado como estaba, apenas un pedazo de barro que se hubiera secado y estrellado.

Sé que los gases de la pintura me provocaron muchas molestias, pero si no hubiera pasado por eso tenga por seguro que no tendría color.
Y si no hubiera entrado de nuevo al horno, no hubiera sobrevivido mucho tiempo, porque era necesario para que no me rompiera.
Esto que usted ve, es un producto terminado, es lo que aquel que me moldeó, tenía en mente cuando sólo era una idea.”

Quedé muy pensativa y fue cuando realicé quizás que es a través de aquello que nos sucede, donde esta la posibilidad de moldearnos, de ir tomando forma, pero para hacerlo hay que forjarnos. Es saber que en aquello que nos pasa, está también la posibilidad de convertirlo en algo más.

“Dejar de ser la víctima o el victimario y volverme el protagonista de mi vida.” Una frase que se lee y si no tiene historia, parece un constructo para ventas de libros de autoayuda.

Sonreí, pedí al tendero me envolviera la tacita en una caja, me puse el guante y salí por la puerta hacia el día soleado.

Será que yo haya podido encontrar en una pequeña tienda en un tiempo extraño, esta idea que ha acompañado mi vida, una sensación de que el dolor y lo vivido con un propósito sirve para tocar a otros.

“El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional.” Y yo no podría estar más de acuerdo, verlo así es la diferencia entre ser la tacita más hermosa de entre las tazas, o ser una taza con cara de indigestión porque no ha digerido lo que le ha pasado durante su vida.

Una brisa perfumada movió mi vestido mientras caminaba calle abajo.

Es un cuento anónimo -intervenido por DZ