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Procrastinar
Procastinar. Foto: Especial/ Concepto.

Las palabras son manojos de líneas pequeñitas, porciones de letras atadas en fragmentos trazadas en el papel. Un cableado capaz de evocar pedazos de nuestra historia, llenando de resonancia la pulsión de nuestro mapa del mundo, explotando como juegos pirotécnicos en millones de significados.

Se anidan en lo más profundo, donde se acumulan los conceptos y las experiencias y, son nuestra interpretación sobre ellos tan importantes, que desde ahí nos anclamos al mundo.

Cada palabra tiene un valor, así como la altura, el ancho y el peso de las cosas. Se vuelven un suceso de herencias contenidas en grafemas que apiñadas, dan sentido a nuestra vida perpetuándose hacia las siguientes generaciones.

Se heredan la una a la otra. Son intérpretes de una danza entintada entre emisor y receptor. Son el hilo conductor que une los retazos de la memoria colectiva, que después se hace lenguaje, escritura y lectura, evocando las entrañas del inconsciente colectivo de las comunidades.

Me declaro coleccionista de ellas y las tengo en categorías. Son las malditas, las olvidadas, las extraviadas, las relegadas, las que son tabú, las innombrables, las que más me apasionan.

Ésta, se me apareció en boca de una paciente, tuve que preguntarle qué significaba y lanzarme a las hojas del diccionario para conocerla pues nunca la había oído y si sí, la dejé pasar de largo sin pararle bolas. Pero cuando captó mi atención, justo en ese momento, me generó un efecto de incomodidad. Mis sensaciones tienen un lenguaje potente y ésta la traduje a que algo en el simbolismo que representa, no me gustó.

Comencé a escucharla cada vez más en consulta, se me aparecía en conversaciones, en textos, pláticas, clases, con más frecuencia de lo que hubiera querido. Es la controvertida ley de la atracción, quien calma mi asombro, pues al parecer enfocada en el disgusto que me genera, la atraigo y como sortilegio se me aparece. (Ojo, esta ley ha generado enormes ventas, un gran producto de la mercadotecnia con libros escritos por Rhonda Byrne, que como El Secreto (Urano, 2007) hace más de una década, que volvió a entrar en la lista de los más vendidos en tiempos de pandemia, así como sus continuaciones El poder (2010), La Magia (2012), Héroe (2013) y El secreto más grande (2020).

Esta palabra procrastinar me ha hecho pensar mucho en por qué me genera malestar, y aparece el escozor como síntoma, y la incapacidad de pronunciarla bien, como respuesta. La percibo pesada, chiclosa como el chapopote, un sabor que evoca el asco hace se frunza mi ceño, y un olor a agua sucia entra por mi nariz, quizá por detrás de su significado hay mucho que se teje en mi historia.

Se ha vuelto moda, son sobre todo los jóvenes entre 20 y 35 años, son quienes la están usando con más frecuencia, haciendo referencia a que están perdiendo el tiempo y la usan en tono de reproche.

Vivimos en la cultura de la eficiencia y de la productividad. Buscando formas de maximizar el tiempo, y cumplir con todas las responsabilidades que nos hemos echado a cuestas, así términos como “procrastinar” comienzan a ser látigos que fustigan, para señalar las faltas de rendimiento.

Esta vez, buscando congeniarme con el término, me propuse encontrar sus significados, pues son muchos, y encontré la brocha que la entinta, y así fue como di con esta leyenda.

La palabra crastinare aparece en el siglo III, cuando en la historia quedó plasmada en forma de cuento. Se trataba de un capitán romano en la Capadocia, que se sintió atraído por la fe cristiana, pero su pensamiento era desviado por el graznido de un cuervo (cras, cras. Voz del cuervo: crascitar). Él interpretó que debía dejarlo para mañana, pero el centurión acabó con el cuervo diciéndole ¡hoy, hoy! Con esta carga evangélica se escurre en el tiempo y llega a nuestros días, mezclándose con la modernidad.

Así, según el diccionario, la raíz proviene del latín “procrastinare”, compuesto por “pro-” (que significa “adelante” o “a favor de”) y “crastinus” (que significa “del día siguiente”). Por lo tanto, “procrastinar” hace referencia a la acción de posponer o aplazar algo que debería hacerse en el presente, para realizarlo en un momento futuro. En pocas palabras significa dejar para mañana, aplazar, diferir, posponer, postergar o relegar, generando una ansiedad asfixiante, producida ante la tarea pendiente.

Se lo que es, fui víctima de dejar las tareas escolares y universitarias a último momento, o estudiar para el examen el mismo día, de ponerme la meta de arreglar mi cuarto el lunes y justo al empezar, aplazarlo hasta el siguiente. He llegado a las tiendas cuando están a punto de cerrar y, sin duda, he pagado algún recibo en el último minuto. Sí, yo he cometido el sacrilegio de perder el tiempo haciendo otras cosas menos importantes, despreocupada de lo que tendría que hacer.

Las definiciones de demorar, dilatar, retrasar o prorrogar implican dar menos importancia a las cosas, pero si se trata de hacerlo con personas, pasa al renglón de grosería, un acto que violenta y genera respuestas de enojo, rechazo y castigo.

Me maravilla que una palabra de apenas 12 letras, entre en escaños que toquen, lo moral, lo religioso, los social y lo económico, con tanta fuerza energética y, quizá es lo que sostiene sus grafemas como pegamento.

Algunas religiones y sistemas de valores enfatizan la importancia de utilizar el tiempo de manera sabia y responsable. Procrastinar podría considerarse un “pecado” en este sentido, si se ve como un uso irresponsable del tiempo que se ha dado a las personas.

Los sistemas morales a menudo promueven el cumplimiento de deberes y responsabilidades, ya sea hacia Dios, hacia los demás o hacia uno mismo. Si la procrastinación resulta en la negligencia de estas obligaciones, podría percibirse como un acto moralmente cuestionable. La autodisciplina y la autorregulación como medios para desarrollar virtudes y evitar tentaciones, son pilares de muchas creencias, así que éste término podría considerarse problemático desde esta perspectiva, si demuestra una falta de autodisciplina y autocontrol.

Sin duda las consecuencias negativas, son el estrés, la falta de cumplimiento de metas, y la pérdida de oportunidades. En un contexto moral o religioso, estas consecuencias podrían ser vistas como resultados no deseados de un comportamiento poco ético.

“El que madruga Dios lo ayuda”, “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, “el que no trabaja no come”, “el flojo trabaja el doble” estas y muchas más, acompañaron las amenazas de mi abuela cuando me gritaba “¿mija estás papando moscas?”.

Dado que cada vez más, interpretamos la vida en términos de trabajo y rendimiento, desciframos la palabra como un déficit o problema que debe ser remediado cuanto antes. Así que algunas organizaciones usan la palabra para inculcar la cultura que valora la eficiencia, la productividad y el cumplimiento de plazos. En estas situaciones, podría ser considerada contraproducente y, contraria a los valores de la organización.

Resulta que como nuestro lenguaje se ha acortado por la falta de lectura, nuestros libros se han adelgazado al punto de comenzar a ver su futura extinción, y hemos subido a los altares el exceso de medios de comunicación digital, me ha tocado ser testigo de que ahora confundimos el término con el de la inactividad. Ese no hacer nada, que es primo muy cercano de la procrastinación.

No entendemos que la inactividad no es una incapacidad para la actividad, ni una falta de algo, tiene su propia lógica, lenguaje, arquitectura, esplendor y magia. Tiene una intensidad diferente que nuestra sociedad ya no tiene capacidad de percibir. Como lo refiere Byiung Chul-Han.

Es una forma de esplendor de la existencia humana, pero se ha debilitado al punto de llevarla a la idea de imaginarla como una forma vacía, confundiéndola con sus primas hermanas y procurando el mismo castigo.

Ah, pero el ocio, ése que también entra en el mismo árbol genealógico tiene mejor prensa, pues hace referencia al período de tiempo libre, durante el cual nos dedicamos a actividades voluntarias, que brindan placer, relajación y satisfacción personal. En él aparece la lectura, el cine, la práctica de deportes, hacer manualidades, socializar con amigos, es considerado algo positivo y enriquecedor para hacer uso del tiempo libre, ya que proporciona entretenimiento, relajación y posiblemente también aprendizaje.

Por fin creo dar en el clavo. Procrastinar que implica perder el tiempo, me hace consciente de mi papel en esta sociedad contemporánea, ésta constante exigencia de estar activa y produciendo, me lleva al agotamiento, y aparece en mí un cansancio nervioso, sintiéndome abrumada por no rendir. Mi carácter está anclado en el hacer, un mecanismo defensivo para no entrar en silencio, ahí donde habita la vulnerabilidad y la posibilidad de rendirme.

Cuanta falta me hace la contemplación, la reflexión y relajación; quizá es justo en esos espacios, donde puedo recuperar mi sentido de libertad y autonomía, frente a las demandas impuestas por la forma de vida en la que estoy inmersa.

Alentar el tiempo es fuente del ocio, necesario para crear, reflexionar, cuestionar y elaborar cosas distintas. Vivo en el mundo de la sobreexigencia, que valora la rapidez y la eficiencia. Necesito reaprender a contrarrestar este agotamiento, y recuperar una relación más saludable con el lugar que ocupo en esta modernidad, y aprender a relajar el tiempo y extender la propia experiencia.

Me hace falta disfrutar más de actividades que me permitan un ritmo más tranquilo y una conexión más profunda con mi entorno, encontrar un espacio en las vicisitudes del quehacer cotidiano y respirar. Es justo eso lo que me molesta de tan célebre verbo. Me recuerda como he sido adiestrada para cumplir con las funciones que se esperan de mí y es justo eso lo que irrita.

Dentro mío hay un ser que es indomable, que me grita cuando se siente aprisionado, un pedacito de mí misma, que todavía se presenta como un ser rebelde y que aparece así, en la vibración de alguna palabra que toca mis sensaciones.

Por DZ

Claudia Gómez

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