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Minna

Minna Bernays es quizá sólo un nombre que acompaña la vida de Sigmund Freud. Era su cuñada y vivió en su casa por más de 50 años.

Mucho se ha especulado sobre su relación amorosa, creándose un dejo de sombría acusación; un halo de escándalo que marcó una historia que apenas se conoce. Hasta hace poco, no había ningún indicio de que así fuera hasta que, en una entrevista que le hacen a Gustav Jung, él cuenta que ella se lo confiesa. Sin embargo, una investigación reciente lleva a nuevas conclusiones que marcan una historia de amor prohibido.

Quizá ambos comenzaron una relación de cortejo intelectual, inocente al principio, pero que, poco a poco, fue absorbiéndolos irremediablemente. Si fuese el caso como lo sugieren algunos curiosos, ella, como tantas mujeres y hombres, hubiera adquirido peyorativamente el nombre de amante, con ese tinte de clandestinidad que arropa este tipo de relaciones.

Lo difícil es que cuando alguno se enamora, el orden siempre está por encima del corazón, aunque quizá creamos que no es así. Para que la hermosa danza del ritmo de cada sístole y diástole pueda mantener esa excelsa armonía que empuja la dopamina en la corteza cerebral, existen formas y respuestas que son más nutricias que otras.

Enamorarse de la vida y de todo lo que ésta conlleva se traduce en alegría; sentimiento grato que se manifiesta con gestos y expresiones que emulan sonrisas en los rostros. Inevitable externarlo y ver en los otros ese estado luminoso en la mirada y la postura del cuerpo.

Pero cuando es con otro, se necesita de dos que puedan donarse, escogerse todos los días, mirarse con complicidad y en ella, llevar la fuerza de la libertad para salir juntos de la mano y mostrar con orgullo que se han elegido.

En occidente hemos construido conceptos culturales que envuelven la palabra compromiso, que realza la fuerza de la lealtad y da cumplimiento a las promesas. ¿Cómo habrá sido para Freud convertirse en lo que, en esta cultura, acusatoriamente, llaman bígamo? ¿Habría acaso un inevitable dolor ocasionado por romper las normas y en el fondo dejar estelas de arrepentimiento? ¿O acaso sus conocimientos sobre la conducta humana le hicieron dejar de lado las costumbres, los convencionalismos y se liberó, llevando una relación extramarital sin culpa alguna?

Qué difícil mantenerse firme ante la decisión de crear una vida en cada instante conforme al proyecto establecido, cuando todo cambia. De pronto, no se puede dejar de pensar en el otro y todo se cubre de un manto donde cada poro de la piel grita: —¡Su cercanía me hace querer ser mejor persona!

Uno puede decir que ha encontrado a quien ama cuando el lenguaje se acota envuelto en tantas cosas que uno siente que no puede describirlo, sólo sabe que se siente pleno junto a él o ella y de ese estado no quiere salir jamás. Brillan los ojos, hay un halo de luz en cada movimiento y se nota.

Estar en una relación con otro, vitalmente, no es buscar un complemento para llenar aquello que nos hace falta; es acompañarse completos. El amor es una presencia de fondo, no es un sentimiento, es una actitud. Es la aceptación incondicional y agradecida del otro tal y como es.

Tocar el amor con cada sentido, absorberlo en el interior, llenarse y saber que los amores sanos no se anulan, siempre suman, podría haber sido una sombra inevitable en los sentimientos de Minna. Es difícil no involucrarse emocionalmente en una relación que conlleva intimidad. Este tipo de cercanía entra en la dimensión emocional que lo vuelve distintivamente humano, es mucho más que simplemente una pulsión y una descarga física y aunque no queramos, tiene consecuencias emocionales potencialmente poderosas.

Cuando enamorarse entra en la complejidad de que uno o los dos no son libres, en ello va la posibilidad de lastimar a otros. Difícilmente se evita el sufrimiento. Por detrás de una relación así, hay un anhelo de querer siempre algo más, se abre una caverna que se llena de vacío donde yace algo que se siente insatisfecho.

Según se cuenta, Freud dejó de estar cerca de su mujer porque no quería embarazarla, pero Minna dormía en el cuarto contiguo, tan cerca que había que pasar por la recámara del matrimonio para llegar al suyo.

¿Acaso el día que decidió cruzar la puerta y volverla su amante, y con ello trasgredir el orden, condenó su relación a llevar un tinte de soledad y un dejo de culpabilidad del que difícilmente se escapa?

Peyorativamente una relación así lleva matices de algo prohibido. El término cuando se aplica a un vínculo de este tipo parece relevante al adulterio y es ilegal bajo algunos gobiernos en el mundo; quizá lleve un tinte moralista, pero hay algo en el fondo que no termina por anclarse con transparencia, por más que el dulce éxtasis de lo prohibido se vuelva un mareo adictivo.

Para aquel que se vuelve el amante, es casi inevitable que se anide en lo profundo, habitante de un cuarto oscuro con un par de grilletes y barrotes que lo hacen sentirse esclavizado. Podría ser que Minna sintiera vergüenza y dolor al engañar a su hermana, de sentirse incómoda cuando, inevitablemente, se notara la pasión amorosa que la invadía por su cuñado.

Quizá sintió esta sensación de ser invisible ante el mundo, y esperaba con paciencia el tiempo que a Freud le sobraba para estar cerca de ella. ¿Acaso la impronta de que esos momentos que le dedicaba a escondidas enjuagaban la pureza de que esta cercanía no era un acto de amor, puro y transparente? Ser la otra, el otro, usualmente es complicado y doloroso.

Tal vez por detrás de este tipo de relaciones hay una necesidad amorosa no satisfecha, un sesgo de adrenalina que genera lo prohibido o, tantas otras veces, un quid pro quo, un dar para recibir algo a cambio.

Amar es saber decir sí cuando no se juega a hacer daño a otros. Es querer el bien deseando el desarrollo pleno de aquello que amamos.

Cuando esto se da de forma desordenada, el otro suele ser quien lleva la peor parte, pues pocas veces se arriesga la estabilidad dentro de una relación por alguien y, si lo hace, el dolor causado a otros acompaña como sombra el destino de la nueva relación. Sumándose ese dejo de incertidumbre de que podría engañarlo, como lo hizo con su pareja anterior.

Creer que no hay un pago doloroso al implicarse en una relación así es algo que debe considerarse cuando, por falta de experiencia, se dice sí y se involucra amorosamente.

Cada relación es única y sus matices difíciles de poner en tela de juicio, porque quien se enamora en circunstancias que son complejas, normalmente no busca dañar a nadie. Cómo me gustaría preguntarle a Minna qué pensaba en sus noches solitarias mientras imaginaba el colchón ocupado de la habitación contigua.

¿Será que estas relaciones no duran más que un par de años en términos generales? Ella vivió toda su vida así. Para aquellos que se encuentran en esta disyuntiva, quizá lo mejor es detenerse un momento y saber que, si se decide involucrarse, es importante entender que después vienen los cargos de todo lo que conlleve.

Se debe estar consciente de que cuando termine, usualmente le acompañará el paquete completo que esto generó y no hay forma de no hacerse responsable de las consecuencias. Brotan sentimientos de minusvalía, de desazón, porque la cercanía es fuente de arraigo y cuando no se da, duele. La situación deviene por lo general en algo más lastimoso que gozoso.

El 13 de agosto de 1898, Sigmund Freud, que entonces tenía 42 años, y Minna Bernays, de 33, se registraron como matrimonio en la habitación 11 del hotel Schweizerhaus, en la pequeña localidad de Maloja. En ese pueblo pasarían dos semanas mientras la esposa de Freud recibía en Viena postales que describían la belleza de los Alpes, sus lagos azules y el verde de sus hermosos bosques. Hay datos que indican que ella quedó embarazada y se sometió a un aborto. Quizá ese fue el pago por involucrarse. Imagino lo doloroso que debió de haber sido.

La libertad, en concreto, es un derecho primordial, único e irrenunciable. Ejercerlo requiere tener muy claro la responsabilidad que conlleva, porque cada acto tiene consecuencias, éstas son para uno y para aquellos que nos rodean y tantas veces se vuelven profundamente dolorosas. Las relaciones humanas son de naturaleza compleja y el orden, sin duda, ayuda a que se genere menos sufrimiento.

Minna es otra alma más en este entramado de la afectividad que a veces parece tan frágil, tan lleno de humana emocionalidad.

DZ.

Gracias Melissa por recorrer mis estrofas con dedicación y esmero, limpiándolas del polvo y del descuido.