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Middleton Place

Pisar un suelo marcado por los grilletes de la esclavitud genera un dolor en el pecho que es inevitable.

La brisa cargada de neblina humedece mi rostro, mientras contemplo  un paisaje hermoso lleno de árboles leñosos, que van cargados de heno, testigos de lo que aquí aconteció hace un par de siglos.

Camino por los verdes pastos que hoy recuerdan a los ochocientos hombres y mujeres que pertenecieron en sus veinte plantaciones a la familia Middleton en las inmediaciones de Charleston, en South Carolina.

Los robles de la plantación con sus ramas alargadas desperdigadas hacia todos los lados, tocando algunas el piso, me envuelven susurrándome al oído,  mientras imagino cómo me  cuentan la historia de aquellos que tuvieron dueño porque no les permitieron serlo de sí mismos.

Trabajos  extenuantes que comenzaban al alba  y terminaban cuando la oscuridad ya no permitía hacerlo. Niños ancianos, hombres y mujeres obligadas a generar los recursos para una familia que los engañaba mostrando su lamentable generosidad, al permitirles permanecer con sus hijos si cumplían con sus labores y a venderlos si no lo hacían.

Un sentido tan lastimoso sobre pertenencia de individuos comprados y vendidos como productos,  obligados de facto  a trabajar sólo para poder subsistir a medias, mientras las libretas del banco se engrosaban con dinero para los dueños de la plantación .

Puedo imaginar apenas el dolor de quienes vivieron aquí.  Veo los espacios reducidos donde  dormían apiñados unos contra otros para descansar la piel de color oscura y los huesos.  Morirían de fatiga, depresión  y malnutrición, mucho antes de llegar a ancianos.

A nivel del río, hay un par de lagos (los “Lagos de las Mariposas“) a ambos lados, una calzada de césped verde que prolonga el eje. Están flanqueados por un arroyo embalsado a la derecha para formar el largo y estrecho estanque de Rice Mill y un dique extendido a la izquierda para encerrar los campos de arroz.

Quién lo dijera… fueron las mujeres esclavas que le dieron al dueño de la plantación la idea de sembrarlo, pues era la base de la alimentación para los esclavos y después se volvió un producto que generó mucho dinero.

A los que trabajaban en la casa con sus ladrillos jacobinos, les daban de comer mejor, no por humanidad; sino porque eran los que recibían a los señores con los que se hacían las transacciones y verlos bien alimentados y bien vestidos, era símbolo de status.

Entre 1525 y 1866, de acuerdo al Trans-Atlantic Slave Trade Database, 12.5 millones de africanos fueron embarcados al Nuevo Mundo. En largas filas, amarrados por el cuello, iban al barracón para ser examinados.  Se les examinaban los dientes, los brazos y ojos.  Se les sometía a pruebas físicas para garantizar su calidad, como se hace con los animales. Después eran echados a la cala de los barcos para no volver.

Sobrevivieron 10.7 millones  la travesía, desembarcando en América del Norte, el Caribe y América del Sur. El resto murió en el trayecto debido a que para traer más esclavos, construyeron en los barcos un piso más y hacinados en forma horizontal morían los de la punta del barco porque ahí no llegaba la cubeta y el gas de sus deshechos los asfixiaban. Morían de hambre y enfermedades  o porque cuando alguna vez los subían a la proa, se aventaban al mar pensando que podían nadar de regreso a casa.


Me separan más de cuatrocientos años de esta historia que parece tan lejana y cuando miro las ventanas altas de la casa principal, me sobrecoge el hecho de saber que todavía los rezagos de ciertas cosas nos golpean con la misma fuerza de entonces.

Estados Unidos prohibió la esclavitud doscientos años después de sus inicios, enseguida de una cruenta  guerra civil que luchó en gran parte por ese tema, y que casi partió al país a la mitad dejando un costo de unos 620,000 cuerpos bajo tierra.

Mientras que los esclavos eran legalmente libres después de la guerra, el trágico patrimonio de ésta, continuó en prácticas económicas, legales y sociales discriminatorias que oprimían a los esclavos liberados y sus descendientes en diversos grados, en todo el país.

“Si Estados Unidos sigue siendo una nación de primera clase, no puede tener ciudadanos de segunda clase”, decía Martin Luther King en los sesentas. 

Hoy unos 40 millones viven en pobreza en Estados Unidos 18,5 millones en pobreza extrema y 5.3 millones viven en condiciones de pobreza extrema como el tipo de la que se califica en el tercer mundo.*

Las familias afroestadounidenses, que están en la lista son el doble que las familias blancas. En un país que llega consigo una enorme riqueza y conocimiento contrastan de forma absurda con las condiciones en las que viven gran cantidad de sus ciudadanos.

Desde luego que hemos ido decantando y poco a poco se han creado leyes que van erradicando esta injusticia, pero nuestra lentitud muestra  nuestro sosegado aprendizaje, la incapacidad de poner por encima nuestra humanidad a los intereses económicos y políticos que siempre parecen más importantes.

El Índice Global de Esclavitud de la Fundación Walk Free revelado en 2016 dice que existen casi 49 millones de esclavos en el mundo, los cuales se incluyen a un gran porcentaje de niños, no solo de países en desarrollo, sino de naciones ricas que viven en democracia.

Es hora de partir.  El viento empuja las hojas.  Quedan todavía cientos de ellas en el suelo, rezago del otoño que se despidió apenas. 

Miro hacia atrás mientras cruzo la verja y veo a lo lejos la casa con su historia de incendios, un temblor y la invasión de tropas inglesas que dejaron su huella sobre los ladrillos rojos. Me parece escuchar el latido de los corazones de quienes dejaron la vida aquí.

Me despido de esta tierra un lugar donde se  firmó la Ordenanza de Secesión de Carolina del Sur, que proclamó su independencia convirtiéndola en  República, para después perderla al final de la guerra.

Me llevo esta dura sacudida de sentir en los huesos; un pasado que me parecía estar en otro tiempo, en otro lugar. Parece que tarde o temprano cuando uno se hace consciente de lo que nos acontece como humanidad, nos va volviendo más presentes, más atentos y las experiencias se van volviendo lecciones.

Somos un solo hilo en un inmenso tapiz, entretejido en un patrón complejo.  Podemos ser sólo una hebra, pero todos somos una parte colmada en la imagen terminada. Afectamos a los demás simplemente escogiendo hacer algo o no. Pasar del olvido al no me acuerdo, lleva siempre un costo que tarde o temprano buscará su recaudo, volviéndonos copartícipes de tanto daño.

Y si decide que sí, la tarea está en ir encontrando los espacios para no permitir que los rezagos de tanto daño nos sigan lacerando. Así se honra cada ser que atravesó tan duras pruebas. Me llevo la consigna de seguir buscando los espacios para sembrar de alguna forma en proyectos que permitan cambiar los escenarios y hacerlos florecer.

DZ

En una tarde en Middleton Place, South Carolina.

A Regina Gracias por ser mis ojos en las omisiones y errores que marcan mis textos, te quiero tanto, tantísimo.

*Philip G. Alston académico australiano de derecho internacional y profesional de los derechos humanos.

Para el siguiente lunes…. una historia fascinante sobre un secreto guardado en el tiempo. Una primicia sobre un capítulo de la historia que involucra a los Romanov.