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#LaPeorMamá Cuando nos vengamos de los niños
Foto de Archivo

La revancha es algo natural. El deseo de desquitarse nace en nosotros cuando nos sentimos heridos y buscamos herir de vuelta.

Nos sucede a todos, en todos los ámbitos de nuestra vida. Con personas con las que trabajamos, con nuestros familiares o hasta con desconocidos. ¿Quién no le ha mentado la madre a alguien de un coche a otro? ¿O quién no ha contestado con un beso soplado una mentada de madre? Yo si, y se siente súper bien. ¿Ven? Necesidad de revancha.

Por supuesto con los niños no es la excepción. Es más, con los niños es con quienes más sale a relucir esta necesidad de venganza. Y es de esa necesidad de donde nacen los castigos, los gritos y las nalgadas. No pegamos porque así aprenden, pegamos porque así les “regresamos” algo de lo que nos hicieron.

He trabajado mucho en los últimos años para no vengarme de las personas que me rodean, en especial de mis hijos. Pero a veces es muy difícil.

El otro día se me ocurrió la terrible idea de decirle a mis hijos que quizá veríamos a sus primos en los siguientes días y por varias razones, no se pudo hacer. Así que sucedió lo siguiente durante la cena:

– Mami – dijo #minispeedy – Mañana vamos a ver mis primos ¿verdad?

– Híjole no amor. No vamos a poder verlos.

– Pero es que me dijiste que íbamos a verlos.

– No corazón, te dije que iba a ver si los podíamos ver, y no se va a poder. Quizá la siguiente semana.

Por supuesto en su cara se dejó ver el enojo. No hay forma de que lo oculte, y por supuesto tampoco era su intención.

– ¿Estás enojado?

Mmmmhhhhmmm.

– ¿Quieres que platiquemos?

Silencio.

– ¿No me vas a hablar?

Y solo movió la cabeza aclarándome que no.

Si hay algo que he aprendido, es que en especial, ese hijo mío necesita la soledad y el silencio para asimilar su enojo y su tristeza. Y no tengo ningún problema en respetarlo. PEEEEEEERO….

En cuanto se le ofreció algo, entonces sí que me dirigió la palabra. Creo que ni siquiera recuerdo qué fue lo que me pidió. Pudo ser un vaso, la leche, agua o lo que sea pero inmediatamente mi yo revanchista emergió.

[Ah para eso si me habla] solo lo pensé, no dije nada. O sea sí me controlo, casi siempre.

Después empezó a contar no sé qué cosas de un juego con su papá y a platicar con la hermana.

Hace mucho tiempo que no me sucedía, pero en verdad estaba muy “ardida” porque estaba hablando solo para lo que le convenía. Así que muy inmadura yo, le hice la ley del hielo toda la cena.

Ni siquiera sé si se dio cuenta de lo que sucedió, probablemente no. Pero yo estaba muy molesta porque no quiso hablar conmigo sobre lo que sucedió y sí quiso hablarme para pedirme leche (o lo que fuera). Y mientras estaba sin hablarle, muriéndome de coraje por dentro, me sentí de 12 años.

Me sentí la niña que deja de hablarle a sus amigas por cualquier tontería, me sentí también la esposa que le deja de hablar a su marido porque le enojó que llegara tarde o porque no la invitó a la cena de la empresa. Me sentí la adolescente que deja de hablarle a sus papás por no dejarla ir a la fiesta.

Me encontré enganchada en esa necesidad de hacer sufrir al que me hizo sufrir.

Hace mucho que no me pasaba, y me di cuenta de que sigo sin estar exenta de este tipo de cosas. Me equivoco y me engancho de vez en cuando. La diferencia es que me doy cuenta y lo resuelvo.

Cuando finalmente se me pasó un poco el enojo y descubrí lo que me había sucedido realmente, hablé con #minispeedy y le dije cómo me había hecho sentir lo que sucedió. Nos abrazamos y nos dijimos lo mucho que nos queríamos y ya somos amigos otra vez.

No, no siempre puedo controlarme, algunas veces la revancha sale a la luz pero de eso se trata la vida, de seguir intentando ser mejores.

Gracias por leer

#LaPeorMamá