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#LaPeorMamá. COVID en la familia parte 2
Foto de Archivo

Resumen de la primera parte de este post: Para el lunes 20 de diciembre, mis 2 hijos y mi marido con COVID.
Síntomas: Fiebre, dolor de cuerpo y de cabeza.

– ¡Qué mala suerte, ma’! No vamos a tener Navidad ni Año Nuevo por culpa del COVID. – Me dijo mi hijo.

Y en mi mente surgían mil cosas más. La Navidad y el Año Nuevo eran lo de menos. Cuando uno se entera de que el virus llega a su casa la preocupación no se hace esperar. Sin importar lo leve de los síntomas.

Obviamente nos enviaron tratamiento a todos, porque a pesar de que solo la prueba de mi hijo salió positiva, ya con dos miembros más de la familia con síntomas, solo era cuestión de tiempo para que yo también presentara síntomas.

Entre una cosa y otra, había que dar medicamento a todos cada 4 horas. Durante el día no hay problema, pero a la 1 a.m. y a las 5 a.m. se vuelve un tanto complicado. Alarmas, alarmas y más alarmas junto con una libreta dónde anotar todo porque se me cuatrapea la información.

Lo mío no es la memoria, así que cuando me preguntaban cómo fue la fiebre o la oxigenación durante la noche ya no me iba a acordar.

Ese lunes mis tres pacientes tuvieron fiebre y pasaron gran parte del día dormidos. Lo cual era importante, pues descansar es uno de los consejos cuando se está enfermo. Casi nadie tenía hambre, solo yo.

Durante el día mi hijo tuvo mucha fiebre y se tuvo que meter a bañar varias veces para poder bajarla, el pobre lloraba por el dolor de cabeza y piernas. Pero descubrió que el agua tibia le ayudaba a bajar los dolores así qué pasó gran parte del día remojándose.

Para la noche, la fiebre de mi marido ya estaba en casi 39°. Hasta a la regadera lo metí porque nada más no se le bajaba. Fue consejo de mi hijo.

Por supuesto que pasé una noche de infierno dando medicina y pasando de una cama a otra para revisar que nadie tuviera fiebre.

Para el martes mis hijos dejaron de tener fiebre y dolor. Pero siguieron durmiendo casi todo el día.

El pobre señor de la casa seguía con fiebre y comenzó con tos.

El miércoles fue un mejor día. Los niños ya estaban perfectos. Empezaron a comer y preguntar cuándo iba a terminar el encierro. Ese día comprendieron que de verdad no íbamos a ver a nadie en Navidad y que no íbamos a ir a Cuautla con toda la familia la siguiente semana como lo habíamos planeado.

Ahí les llegó la tristeza, esa tristeza que les ves en los ojos todo el día. Les costó asimilar y aceptar las cosas, pero como siempre, su resiliencia y su empatía me sorprenden y descubrí que lo aceptaron mucho más rápido y sencillo de lo que lo hice yo.

El jueves todo iba mejor. Hasta bacalao hice porque decidí que celebraríamos Navidad nosotros 4.

No puedo yo decirles esos días la ayuda y muestras de cariño que recibimos.

Mi mamá pasaba a dejar fruta todos los días para que tuviéramos suficiente vitamina C. Mi cuñado nos mandó comida preparada para todos y para prácticamente toda la semana. Mi hermano también nos trajo limones y naranjas para el agua.

Unos amigos nos prepararon pasta para la cena de Navidad. Mis cuñados y mi suegra nos trajeron los regalos del intercambio y se llevaron los que nos tocaban. Mis papás también trajeron regalos. Y de verdad que no había quien no se ofreciera para ayudarnos.

¿Saben cual fue el problema?

El elevador de mi casa. Que se descompuso y duró así desde el lunes y hasta el jueves. Así que terrible que no podían subirnos nada más que por las escaleras ¡8 pisos! No saben el estrés que eso me ocasionaba porque ¿cómo iban a subir el super o cualquier otra cosa 8 pisos si no arreglaban el elevador? ¿Qué iba a pasar si había una emergencia y no había elevador? Ese elevador ocasionó muchas de mis preocupaciones en esos días.

Como les decía todo iba muy bien pero el jueves por la noche el señor de la casa presentó fiebre de nuevo. Qué difícil es bajarle la fiebre a ese hombre, y qué perseverante es ese bicho.

El viernes ya era Nochebuena, nos arreglamos todos, nos pusimos guapos e hicimos intercambio con la familia por Zoom.

Pusimos la mesa, sacamos la vajilla fina y las copas con agua de limón. Cenamos los 4 juntos, cantamos karaoke y jugamos UNO. Todo fue diversión hasta que en determinado momento me di cuenta de que ya tenía síntomas. Empezó el dolor de cabeza, las piernas no las aguantaba, y todo me sabía raro.

Esa noche el señor de la casa y yo con fiebre.

De chiripa Santa logró llegar a la casa, suponemos que uso cubrebocas y careta para no contagiarse.

Los niños lograron contener la emoción de los regalos y esperaron pacientemente a que despertáramos para pedirnos que bajáramos a ver los regalos y ayudarles a armar y jugar.

Fue un día muy cansado. No podía pensar en algo que no fuera acostarme. El cansancio era impresionante y la culpa de no estar con los niños jugando con los regalos de Santa era muy grande.

Pero el señor de la casa entró al quite porque aparentemente ya estaba mejor.

Y estaba mejor, durante el día, por la noche la fiebre regresaba y entonces vino lo pesado, sentirte mal y ser cocinera, enfermera y mamá cuesta mucho trabajo.

Vinieron unos días que de verdad sentía que no se terminaban pero que por fin pasaron. Empecé a ver un final para la enfermedad.

En la siguiente les cuento cómo no era tan cierto porque a pesar de que yo mejoré, el marido no mejoraba tanto.

Gracias por leer
#LaPeorMamá