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¿La última de las reinas atlantes?
Foto de TAMANRASSET Alegerie.

Aparezco en un lugar oscuro. La sequedad del aire y el calor me incomodan, no sé bien por qué estoy aquí.

Hace mucho que no me pasaba esto. Pareciera que, a base de provocarlo, ya no hace falta. Aparezco de la nada sin un rumbo, sin la intención de llegar a un lugar. Estoy desorientada; es difícil averiguar qué lugar es este, pues no hay nada de luz. Siento la piel húmeda, huele a encerrado ¡y odio el calor!

Se prende una antorcha. La luz me toma por sorpresa y me cuesta trabajo afinar la vista. Estoy en un cuarto, hay un esqueleto con una litera de madera, tumbado de espaldas, con la cabeza mirando hacia el este. Está acompañado de algo que parece oro macizo y veo unas joyas que deben ser de plata, algunas de ellas adornadas con perlas. Pongo atención. En el antebrazo derecho llevaba siete pulseras de plata y, en su izquierda, siete pulseras de oro.

Otra pulsera de plata y un anillo de oro están colocadas en el cuerpo. Los restos de un collar a destajo complejo de oro y perlas. El cuerpo debe medir entre 1.72 y 1.76 Este cuerpo es seguramente de una mujer.

¿La curiosidad me mata, donde estoy?

Al fondo hay una serie de objetos funerarios. Es una “Venus”, una copa de cristal y una hoja de oro que llevaba el sello de una moneda romana. Quien ha encendido la antorcha está vestido de azul, tiene piel obscura, ojos profundos llenos de historias de esas que marcan un peregrinar ancestral. El turbante teñido de añil, cubriendo el rostro para mitigar la arena que empuja el aire seco del espacio donde habita. ¡Ya se dónde estoy!

El año pasado escribí una historia sobre un pueblo llamado Tuareg “hombres libres”, comunidad que se suma a los bereberes, que son un total de unos dos millones y medio de seres humanos pertenecientes de muchas tribus y la mayoría todavía son nómadas. De tuaregs hay quizá apenas unos trescientos mil, aunque van diezmándose lentamente, sobreviviendo a las guerras y a la inevitable modernidad.

Recuerdo que, en sus periplos anuales en busca de pasto, pueden llegar a superar los mil 500 kilómetros de travesía, entre Argelia, Níger y Mauritania, donde las fronteras se cruzan como si no existieran. Se orientan mirando a los astros, que no solo los guían en el duro camino, sino que los guían hasta los pozos de agua, que ellos únicamente conocen.

Quiero preguntarle al amable hombre que encendió la antorcha donde estoy y el sonríe. Habla en un idioma que desconozco y, por más que intento doblegar el guion de mi relato a mi capricho, esta vez hay una barrera lingüística que no puedo superar. Pero como tengo guardado en un archivo lo que escribí hace tiempo, entonces saco información para ayudarme con las manos haciendo figuras y mi compañero comienza a asentir y a mover la cabeza negativamente cuando la pregunta es un no.

Los Tuareg tienen una alimentación de dátiles, carne secas hervidas en leche, y unos cuantos vegetales acompañados de té. Viven una vida que parece de otros tiempos. Una forma de existencia que hoy está a punto de desaparecer. Según sus ancestrales tradiciones, ellos son los descendientes de la princesa Tin Hinan y de su hermana Takamat, que se establecieron en el macizo de Ahaggar o Hoggar, una cadena de montañas localizada en el oeste del Sahara, al sur de Argelia, hace milenios.

Y, cuando menciono el nombre, el hombre del turbante azul asiente.

¿La última de las reinas atlantes? - tiin-hinan
Tin Hinan. Foto de Fatakat.

Claro, ya me acordé; en 1926 el conde Byron Kûhn de Protok descubrió esta tumba morada de la última de las reinas atlantes, sus descendientes directos son hoy en día los miembros de la confederación Kel-Azjer, que continúa habitando en los montes argelinos y que por estirpe son todos nobles.

“¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!”

La población tuareg decrece, es por eso que estoy aquí. Si dejo su rastro en letras quizá alguien lo lea y quede la curiosidad como fuente creativa para encontrar cosas sobre ellos. Este pueblo, donde brota la capacidad de cruzar el yunque del sol, las puertas del Teneré donde cualquier signo de vida es aniquilado por los rayos del astro rey; el desierto dentro del desierto, un paraje osco y inhabitable para cualquier otra raza.

La reina yace dormida en la resbaladiza frontera entre la historia y la leyenda. Una necrópolis custodiada durante generaciones en el corazón de Argelia y una historia transmitida oralmente desde hace mil seiscientos años, son ingredientes que acompañan a esta mítica figura, la fundadora del pueblo tuareg.

Su espíritu se mueve grácilmente, en el lomo de un camello mientras su historia ha permeado a media voz con la escasez de datos concretos, pero tomando fuerza aún así, colocándola en el siglo IV D.C.

Tin Hinan significa en lengua amazigh “Ella, la de las tiendas”. La leyenda no otorga valor a lo que fue, sino a lo que sería, en la transformación de esa figura mítica que ha sido venerada, generación tras generación.

Junto a su doncella Takamat, y a un puñado de fieles servidores, decidió emprender un viaje imposible por el desierto del Sahara, atravesando mil cuatrocientos kilómetros de ardientes arenas.

Siguiendo antiguas rutas caravaneras se dirigió hasta las cercanías de Tamanrasset, una zona fértil de pequeños ganaderos y agricultores.

La princesa recién llegada del desierto se las arregló para unificar a los distintos clanes de señores, vasallos, pastores y agricultores. Les doto de una identidad nueva y de valores y principios en común, mediante el resolutivo método de poner enfrente a a una amenaza real: la invasión árabe que afectaba a todos.

Sea como fuere y aunque las fechas bailan un poco, ya que la llegada de los árabes al Norte de África se cifra en torno al año 650 d.C, a partir de ese momento Tin Hinan se convirtió en Tamenoukalt, en idioma targui, la reina, “La madre de todos.”

Los mitos sobre ella varían tanto, situándola como un ser de polvo de estrellas que vino a crear una raza superior, hasta aquella guerrera indomable que arrastro el destino de su pueblo. Las controversias sobre esta tumba llegan incluso a desmitificar la tradición, el esqueleto quizá ni siquiera es de mujer.

¿Sera que es mentira? No lo sé. El relato esta inconcluso, lo sé, pero hoy, mientras venia en la carretera de regreso a mi casa para terminar el escrito, fui colocando ideas para ver cómo debo cerrar la historia de una gran soberana.

Y resulta que vengo con tres mujeres de más de 1.72, todas guerreras, en el coche, de esas que la vida pare para generar transformaciones. Quizás sean de las que le dan un empujón hacia una evolución mas amorosa.

Y mientras voy honrando su existencia, decido que la reina si existió, que puedo plasmarla en una cuantas hojas de un texto sintiendo que al hacerlo la honro a ella y todas las que como ella tienen vidas de esas que dejan huella, aunque se les entinte de leyenda o de fantasía.

En algún lado está el hombre del turbante azul sonriendo. Su mágica presencia me ha llevado a escribir sobre ella, sobre su reina y ahora esta complacido. He terminado de escribir y he tomado mi lugar como se me pidió.

Por DZ

Claudia Gómez

Twitter: @claudia56044195