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La reina de Aksum

Yo quiero ponerle a usted un abrazo, uno fuerte, duradero, hasta que todo duela. Al final será mejor que me duela el cuerpo por quererle y no que me duela el alma por extrañarle.

Juio Cortázar

La Tora Hebrea, el Kebra nagast (Gloria de Reyes) libro sagrado de la Iglesia ortodoxa etíope, El Cantar de los Cantares Bíblico y el Corán entre otros hablan de una reina. Hasta hace poco se cubría de leyenda, de boca en boca iba pintando su mágica fuerza. Fue llamada Makeda o Balkis, hija de Abu Fatuh, Rey de la Africana Nación de Saba, reino en tierras de Etiopía conocido entonces como el reino de Aksum en el siglo X A.C.

Inteligente y perspicaz, paso a la historia con un halo de misterio cubierto de mítica belleza y así la nombraron  la reina de Saba.

Se habló en tierras lejanas sobre su gran capacidad de presidir y por su destreza en el trabajo de embajadora. Así que uso su talento buscando mejoras económicas para su reino, aunque el territorio que gobernaba no era de gran tamaño. Las historias que corrían sobre ella, hablaban de su cultura refinada, financiada en gran parte por un activo comercio que unía a África Oriental y Arabia Meridional con los mercados de Palestina y Mesopotamia. Hay incluso una leyenda Judía que menciona que el reino contaba con fantásticas riquezas.

El rey Salomón de Israel, controlaba una gran parte de estas rutas, y ponía en riesgo el comercio de los sabeos.

Hasta aquí la historia que cuenta los hechos, pero ahora comienza el territorio donde la tradición cobra vida. Entonces ahora tejamos con hilos de suposición que Betsabé, la madre de Salomón, realmente hubiera nacido en Saba, como se decía y supongamos que ella le hablo a su hijo sobre su lejana patria, y sobre su infancia allá. Imaginemos que el se impresiona profundamente de los recuerdos que atesora su madre y estos llegan a generarle curiosidad.

Dicen unos, que fue el quien mando traer a la reina porque a sus oídos había llegado el misterio de su inteligencia y de su belleza. Otros que fue ella, quien busco el acercamiento, pues necesitaba encontrar alguna acuerdo comercial que protegiera a su reino y pidió audiencia.

Como fuere, al parecer ella viajó unos 1000 kilómetros de distancia, o quizá lo hizo en alguna embarcación por el mar rojo hasta llegar al feudo del rey.

No debe ser difícil suponer el encuentro de aquella mujer de piel obscura ataviada de joyas, debió dejar perplejo al gran soberano, el refinamiento al que se le atribuía su extraordinaria educación, y su asombrosa inteligencia. Era conocida por su exquisita destreza diplomática, así que seguramente entregó al rey esos tres mil novecientos sesenta kilos de oro, la madera de sándalo, las piedras preciosas y la gran cantidad de perfumes. Las lenguas hablaban de que nunca habían llegado a Israel, tal cantidad de perfumes como la que regaló la reina de Saba, al rey Salomón.

“Era costumbre proponer acertijos o preguntas difíciles de resolver en el mundo antiguo” (Jueces 14,12-18) y esto se daba particularmente en las cortes. Una competición que servía para poner a prueba el ingenio y demostrar los propios conocimientos. Cuentan que la hermosa reina no falló a una sola de las preguntas y descifro con argucia cada uno de los acertijos que el mandatario le profeso.

Si imaginamos el encuentro, no nos será difícil creer entonces, que el le haya  quedado prendado de su belleza y embelesado con sus encantos. Loco de amor, hirviéndole la sangre, seguramente si le compuso el cantar de los cantares, una oda a la mujer de sus sueños, como lo creen algunos académicos.

4:3 Tus labios como hilo de grana, 
Y tu habla hermosa; 
Tus mejillas, como cachos de granada detrás de tu velo. 
4:4 Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería; 
Mil escudos están colgados en ella, 
Todos escudos de valientes. 
4:5 Tus dos pechos, como gemelos de gacela, 
Que se apacientan entre lirios.*

Corría entre los súbditos una promesa que la reina había hecho de mantenerse virgen y el astuto rey juró honrar su castidad pero con la única condición de que no se llevara nada de su palacio. Ella prometió no llevarse nada. Pero la reina tenía sed. Encontró un frasco de agua en la enorme sala del palacio y comenzó a beber. Salomón la sorprendió y le dijo: “Has roto tu juramento de que no tomarías nada en mi palacio”. ¿Acaso ella enfureció? Liberado de su promesa dejó que ella calmará su sed y pasaron la noche juntos. Al día siguiente, antes de salir de Israel, el rey le puso un anillo en la mano y le dijo : “Si tienes un hijo, dale esto y envíamelo”.

Aunque la historia cuenta que el poseía un harem de 700 mujeres, seguramente que perdió la cabeza por ella. De la apasionada relación, dio fruto un heredero al que ella llamó Menelik I, rey de Etiopía, quien presuntamente se llevó el Arca de la Alianza desde Israel a su país.

Los mitos y leyendas contaban que Menelik o Ibn Al-Hakim, de joven vivió con su padre, estudió le religión israelita y regresó a su país para fundar una dinastía.

En 1955 esta versión fue certificada por los autores de la Constitución revisada de Etiopía, donde se declara que el linaje real “desciende sin interrupción de Menelik I, hijo de la reina de Etiopía, la reina de Saba, y del rey Salomón de Jerusalén”.

Pues resulta que un equipo de arqueólogos alemanes de la Universidad de Hamburgo en 2008, salieron a dar la noticia sobre el trabajo de nueve años de excavaciones, buscando como llego el judaísmo a Etiopía en el siglo X A.C. Así acabaron con este mito y dieron certeza, al encontrar los restos del palacio de la reina, en la ciudad santa de Axum. El compendio de las investigaciones revelaron que el palacio original de la reina de Saba, fue trasladado poco después de su construcción y levantado de nuevo orientado esta vez hacia la estrella de Sirius.

Así, se aclaran las líneas que entintan las leyendas, supuestos de la imaginación colectiva, que ahora cobran certeza. Cuando la historia se confirma en el tesón de aquellos que no cejan por encontrar verdades, queda un agradecimiento que cobra orgullo sobre el papel.

DZ

Reyes 10:01-13

*Cantar de los Cantares de Salomón