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Kim

El mayor regalo de la humanidad, también su mayor maldición, es que tenemos libre elección. Podemos tomar nuestras decisiones construidas a partir del amor o del miedo.

Elisabeth Kübler-Ross

No creo en las casualidades, bailo al son de las causalidades y cuando llega un susurro que se transforma en emoción, se va hilvanado dentro mío convirtiéndose en una idea, entonces aparece una oportunidad que va impulsando mis pies, y es cuando encuentro a Toan solo en el corredor y me acerco. “Si hubiera un espacio para hablar con Kim, sería un regalo para alguien que es muy especial para mí”.

“Ya pueden pasar”, nos dice con sus manos y su rostro amable nos guía, nos introduce al cuarto por detrás del auditorio de la Universidad UVM en Guadalajara. No hay ventanas, al cerrar la puerta el calor comienza a hacer lo suyo, en mi caso, el pelo se empieza a erizar, pues la humedad va generando un caldo de cultivo para que el sudor comience a escurrirse por el cuello y de ahí hacia mi espalda y axilas, ¡que molesto! Soy vagotónica y cuando estoy en espacios encerrados se activa una alarma porque de inmediato sé que puedo desmayarme.

Salen tres personas que han hecho fila para tomarse fotografías con ella, la larga fila comenzó al terminar su ponencia. Quedamos solos los cuatro, mi hermana, Kim, su esposo y yo. Al sonar el click de la puerta,  se queda el mundo por detrás. Algo pasa, las cuatro paredes se ensanchan, se abre en el tiempo un espacio liminal, todo se detiene, y la sensación de estar levitando se apodera de mí por los siguientes cincuenta minutos.

Nos recibe con esa sonrisa que ya me es familiar, se la he visto desde el público mientras da su conferencia en el estrado, la he podido observar frente a mí en una cena. Brota con naturalidad como si su rostro terso estuviera acostumbrada a ella, sus labios curvados hablan de una transparencia indescriptible, dando pie a poder conectarnos antes de estrecharla, porque sus brazos se abrieron en el momento en el que entramos.

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Vestida con un hermoso vestido de seda de colores verdosos y rojizos, con pantalón, se ve radiante a, el atuendo es llamado qipao o cheongsam, usado en algunos países asiáticos, sus labios rojos y maquillaje de gala nos presentan a la mujer tras una historia que más allá de conmovernos, nos regala paz y serenidad.

Toma las manos de Clau, inhala y exhala  lentamente, con voz suave comienza a narrarnos cosas sobre su vida que son sorprendentes, su transparencia es única, hay algo especial en esta mujer.

Parado a un lado, está su esposo, un hombre que con su silencio y presencia lo dice todo. Durante el tiempo de nuestro encuentro está atento, presente, escuchando como si fuera la primera vez. Lleva toda su vida de casados, más de treinta años acompañando a la mujer de su vida, devotamente. Detrás de los reflectores, es un silencioso acompañante que sale del cuarto por kleenex para las tres, porque las lágrimas empezaron a escurrirse desde el primer abrazo. El da cabida para que entre la ternura, esa que tanta falta nos hace cuando se abren las heridas.

De pronto, mientras la suave conversación va tocando lo más doloroso de una vida, él hace un par de intervenciones que marcan sus creencias; esas que lo sostienen. “El alma es lo que importa, todo lo demás es efímero, dura poco, mientras cultivemos el amor acariciando esta parte  fundamental de nuestro ser, todo lo demás es fácil”. Para mí es un recordatorio, para Clau que está sumida en la cercanía de Kim, un bálsamo para todo lo que le ha tocado atravesar.

Soy el testigo en la sala, esa que puede contemplar en el silencio, escuchar con serenidad y respirar cada palabra, porque ella también me habla a mí, me hace entrar en contacto con mi historia, con lo que me ha dolido, con aquello que todavía supura, porque sin duda, ese día mi vulnerabilidad ha estado a flor de piel.

La estrategia militar estadounidense usó el napalm que era de fácil producción, bastaba mezclar gasolina con un espesante como poliestireno, para quemar la densa vegetación de la selva vietnamita y así privar a los guerrilleros del Viet Cong de cobertura y suministros. Las quemaduras horribles y la agonía causada se usaron para aterrorizar a la población civil y a los combatientes enemigos. Esto permitiría a las fuerzas estadounidenses tener más control sobre el territorio. No existen palabras para expresar mi repudio hacia semejante barbarie.

“El agua hierve a 100 °C, un edificio en llamas alcanza en su punto más alto, temperaturas de entre 650 °C y 815 °C, el napalm quema a casi 3000 °C.”  Kim nos muestra sus brazos, nos deja tocarlos, la piel rugosa un cuero duro, rígido, las quemaduras alcanzaron la capa de grasa debajo de la piel dejándola rugosa, un cuero chamuscado que ahora es blanca y rosada por el paso del tiempo. Al tocarla me  genera un dolor en el estómago, es imaginarla niña jugando con sus primos en el patio del templo cuando vieron el avión acercándoseles. No puedo imaginar lo que es estar tres días en la morgue porque la dieron por muerta, y luego sometiéndose a 17 operaciones, pasando más de año y medio internada en distintos hospitales. Mientras, con el corazón partido sus padres atravesaban una pesadilla.

“Pensé que nunca encontraría un hombre que me amara, que quisiera casarse conmigo, sobre todo en mi adolescencia cuando el odio invadía mi alma, cuando mirarme al espejo era insoportable. La pregunta de por qué a mí, no me dejaba en paz.

Estaba en el lugar incorrecto a la hora incorrecta y una atrocidad cubrió mi vida, tenía apenas nueve años y la vida me enseño su cara más dura. Al regresar del hospital mi padre me enseño la foto que me hizo famosa, pero yo era una niña pequeña, desnuda, fea y avergonzada. ¿Por qué estaba sin ropa en ella? no lo recordaba, pues después perdí el sentido por muchos días.  La ropa se me había quemado y desprendido junto con pedazos de mi piel. Estaba enojada porque mi padre había imprimido esa fotografía. Entre más se difundía esa foto alrededor del mundo, más costo tenía sobre mi vida privada”.

Con 21 años, el fotógrafo de la agencia de noticias Associated Press (AP), Nick Ut, retrató ese momento de incomprensible brutalidad.

En la aldea Trang Bang, en Vietnam del Sur, a unos 40 km de  lo que es hoy Ho Chi Minh y antes Saigón, su vida era plena, sus recuerdos acarician el agua, sus animales y los juegos con sus amigos rodeada de una vegetación exuberante. “ Cuando tenía nueve años no tuve opción, pero a partir de ese momento sí, pasé años sumida en una desesperación que a veces me llevaba a pensar en quitarme la vida.”

Una Biblia llegó a sus manos, y el mensaje que encontró entre sus líneas, comenzó poco a poco a tejer su camino para perdonar, “fue terriblemente difícil” nos dice mirándonos con sus profundos ojos, necesitaba limpiar su mundo interior, ahí donde supuraban sin cicatrizar las heridas más profundas que deja la violencia que a pedazos va destruyendo la vida y llega a pudrir nuestra sombra.

“Fe, no religión, busqué en todas las creencias un camino hasta que un mensaje hizo sentido, perdonar le dio luz a mi vida, abrió mi esperanza, mi capacidad de amar y encontré lo que buscaba; un propósito. Me casé, y  al convertirme  en madre y sostener a mi hijo Thomas, algo se movió en mí.  Había nacido sano cuando era difícil que así fuera, debido a que una persona que es rociada con napalm, es muy poco probable que pueda tener hijos, a causa de las graves quemaduras y daños que sufre el cuerpo. Entonces veía la foto que tanto odie y pensaba; tengo que hacer algo diferente con ella, y junto a mis creencias se volvió mi estandarte. Ahora tengo cinco nietos y tengo un hombre al que adoro, que cuando le pregunto qué siente cuando ve mis cicatrices, responde que me ama más”.

Mientras, coloca en su rostro las manos de Lau “tengo una cara hermosa, esa no fue quemada”. Hay un halo de grandeza donde brota junto a la ternura, la alegría y la belleza, el amor. Todos juntos en el caldero de la alquimia que da sentido al dolor humano.

Encontrar una narrativa para describir lo que un encuentro hace en el alma, es como poder describir un amanecer o un atardecer sin perder la magia que los envuelve, el lenguaje se queda corto, pequeñito hacia la grandeza. Se que a mi hermana, Kim le abrió heridas que no han sanado, pero también sé que su voz se las acarició, que besó el dolor de estos años. Al tocar las suyas, las mías también quedaron expuestas, y desde ese día vibran, recordándome lo mucho que me falta por sanar. Será que toque entrar de nuevo para ver que ha quedado ahí, que sigue resonando. Y sí, cuando uno se siente contenido por algo más grande que uno, algo pasa. Hacer el viaje solos es casi imposible.

Un gran maestro que tuve, me dijo cuando pasé cuatro años a su lado. “Cuando miramos desde la mirada apenada no basta, hay que atravesar los juicios, el “pobrecito”, el “que mala suerte”, y abrazar sólo al ser humano, ese que se ha fragmentado y que necesita un regazo para descansar”.

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Sé que para Clau fue así, Kim la contempló, pudo entender su dolor, lo tocó y desde ahí con sus ojos negros le dijo “tu me importas ”.

Nos despedimos, nos abrazamos, nos limpiamos los rostros mojados de sollozos que nos pusieron desnudas frente al dolor, frente a nuestras historias, sabiendo que siempre hay una elección para vivir de distinta manera. Ella seguirá su camino incansable de embajadora de la paz, tocando a otros para hacerles la vida menos dura; Clau lleva en el corazón el palpitar de este encuentro, y yo me quedo profundamente agradecida por uno de los momentos más extraordinarios de mi vida, ahora me queda claro porque Kim Phuc significa felicidad dorada.

Hay gente medicina que tiene en sus brazos un bálsamo que calma los dolores, gente cuya voz tranquiliza los demonios y trae de regreso la esperanza con una palmada.

Hay gente que limpia tu espejo para que puedas volver a verte como realmente eres; gente que escucha, que mira los ojos, que rearman lo que se rompió con una taza de café y una buena conversación; limpia los escombros de un derrumbe que no provocaron.

 

Hay gente con la que uno sonríe sin motivo, gente que abraza incluso nuestros espacios oscuros sin prejuicio y sin señalar, hay gente que no se aprovecha de nuestra vulnerabilidad, que tampoco te obligan a estar bien.

 

Hay gente que trae vendas que le sobraron de su propia tragedia y te las ponen en tus heridas; aparecen sin que lo llames, aunque siempre contestan si lo haces.

Te reconocen el dolor aunque lo maquilles y sonrías; gente que en lugar de decirte que ya no llores más lloran contigo, caminan contigo te muestran los caminos que no logras reconocer.

 

Larga vida a esa gente que cura, que ama, que sana, que aparece cuando la necesitas, en forma de amigos, pareja o familia, gente que no abandona, que esperan, que abrazan, larga vida a esa gente que es medicina.

 

Lalo Yaha

DZ

Nota al margen: Gracias Nany por regalarme el poema de Lalo Yaha, que llegó a mí por medio de Clau.

La vida es un tejido de todo lo que somos y yo me siento afortunada de encontrar seres que me ayudan a suturar mis heridas aprendiendo de ellas para ponerlas al servicio. Soy bendecida de haber hilvanado creencias que me sostienen, de estar atenta al agradecimiento y desde ahí poder atravesar lo que me toca, sabiendo que yo soy quien decido cómo hacerlo.