En la imagen, lo veo viejo y cansado. Quizá con un peso sobre los hombros que lo encorva y transmite esta sensación de derrota
Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos, son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.*
Resulta que en un sueño lúcido se me aparece la imagen de este ser que me parece apasionante. Las figuras se entrelazan y se mezclan en los archivos de mi mente donde guardo las películas, los libros y las historias. Al despertar busco quién era, quería ponerle un rostro a las bellas estrofas, me intrigaba quién pudo escribir con tan profundo sentimiento y encuentro una sola foto y al verlo siento una pena enorme.
Contrasta tanto con mi idea loca de como lucia. A mí se presenta en tonos sepia, joven alto, fuerte y delgado. La piel obscura brilla, está quemada por el sol, cubriendo los músculos y tendones. Veo una mirada adusta de esas que imponen, pero también generan confianza. Veo facciones nativas, unos dientes blancos. Cubre su cuerpo con pieles y tiene colgado un collar. Siento de pronto que su presencia trae un mensaje para mí, así que al despertar corro a mi computadora y encuentro una foto de él.
En la imagen, lo veo viejo y cansado. Quizá con un peso sobre los hombros que lo encorva y transmite esta sensación de derrota.
Entonces entra en mí, esta curiosidad que me desborda y quiero tejer el tiempo entre su niño y su adulto.
Para poder sentir su presencia nuevamente, cierro los ojos me coloco en mi usual postura para traspasar el tiempo, me visto a base de brochazos con la indumentaria de la época, esta vez soy una india piel roja. Inhalo profundo y rasgo con una mano el espacio donde estoy y abro una hendidura por donde viajo a finales del siglo XVIII. Estoy en Blake Island en lo que hoy es el estado de Washington.
El cielo es azul, brilla de una manera especial, tengo que tapar mis ojos, todo me deslumbra y me cuesta ver.
Hay un olor especial en el ambiente, huele a pino. Entonces reflexionó y me doy cuenta que la cuidad donde vivo del otro lado del tiempo me ha robado el olfato, entre el humo y el asfalto.
Veo un campamento, los tipis de piel están humeando, es octubre y comienza el frío. Tres grandes ciervos están siendo desposeído de su piel. Se escuchan los cantos agradeciendo a la madre tierra el alimento que los protegerá durante el duro invierno.
Esta Shweabe líder de la tribu suquamush acariciando el pelo de su esposa Scholitzade los duwamish. Ella trae un niño en brazos y le canta en lushootseed su lengua natal. “Seattle, duerme niño que te cubra el sueño de tus ancestros.”
Como no tengo más que unas cuantas líneas, adelanto las escenas con rapidez, veo al niño convertirse en adolescente y luego en un joven valiente, levantándose del piso hasta medir 1.82. Va ganándose la reputación como líder y guerrero, se vuelve maestro en las técnicas para emboscar y derrotar a grupos de enemigos invasores que vienen de Greenpeace River, ahí donde la cadena montañosa de Cascade se impone en el paisaje.
Lo veo hablar y encuentro que su voz embruja, tiene esa capacidad de hablarle a su pueblo, se vuelve un líder sabio, profundamente amoroso, honra la tierra que acaricia con los pies.
Lo veo casarse, tomar dos esposas la primera muriendo dando a luz.
Convierte sus creencias al catolicismo y las pinta con sus rituales creando un sincretismo peculiar.
Está toda su prole, también bautizada y creciendo con una fe distinta. Ya no hay una reverencia a la tierra, ahora hay un solo ser que es más humano, quién guía sus sueños.
Como líder de su pueblo la historia marca su presencia como un eje clave que busca la cooperación con los nuevos colonos estadounidenses.
De pronto recibe esta oferta para vender el suelo que no es suyo y se siente derrotado.
Inician en 1854 las negociaciones del tratado de paz de Point Elliott – Mukilteo (1855) que cede 2.5 millones de acres de tierra al gobierno de los Estados Unidos y delimita el territorio de una reserva para los Squamish.
“Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.”*
Entonces comienzan la aparición de las empresas que vienen de fuera para extraer de la tierra todo lo necesario, para satisfacer las necesidades de un pueblo que crece. Después el sistema que es como un espíritu maligno, va llenándolos de comodidades, volviéndolos adictos a cientos de miles de cosas materiales. Los vuelve entes sin capacidad de asombro, los vuelve autómatas que responden al estímulo de la última moda.
Entonces entiendo la fuerza de la imagen y de mi sueño. Entre el niño y el viejo está esta posibilidad de gritar que no tuvo alternativa. Que de no firmar los acuerdos, el hombre blanco los hubiera aniquilado.
La voz del Jefe Seattle se hace presente con fuerza hoy, que la tierra nos cobra el olvido de la promesa hecha por el hombre blanco. Nos mira con tristeza al ver su pueblo muriéndose de apoco, anestesiado en los influjos del alcohol.
Me parece que grita, ¡Qué no se nos olvide, NO heredamos la tierra de nuestros ancestros, la tomamos prestada de nuestros hijos !
“¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?”
Entonces regreso al cuarto donde escribo, decido quedarme todavía vestida y dejarme la pluma y coloco mis largas trenzas hacia atrás. Leo la carta varías veces, busco para encontrar otras fuentes y zas de pronto hay una cruda realidad que certifica que el que busca encuentra y descubrí que el bello texto es un invento del cine usando apenas unas palabras de lo que se cree que dijo Seattle.
Un historiador alemán especializado en los indígenas norteamericanos, Rudolph Kaiser, identifica a Ted Perry como autor de la llamada “Carta del Jefe Seattle” y publicó su investigación en los años 90.
El Dr. Henry Smith, por su parte, era conocido como un “poeta de talento ordinario” que “tejió en versos y ensayos gran parte de sus reflexiones, mezclándolas con el texto que se publicó la primera vez.
Así la carta que solo fue una transcripción al inglés de lo que dijo el jefe Seattle, se llenó de matices y poesía.
Guardo silencio, desaparece la indumentaria, escucho los pájaros que cantan tras mi ventana. Ahora, qué se hace con la revelación de una verdad que aparece latente entre fragmentos de exageraciones, prosa y poesía.
El Jefe Seattle nunca pudo haber dicho “He visto a miles de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha.” Ya que vivió en el noroeste del Pacífico donde no había búfalos a menos de 1000 kilómetros, tampoco había vías de tren que llegaron 15 años después del escrito, por último la gran masacre de Búfalos fue una década después de que el jefe Seattle muriera .
Y pese a eso, yo que tejo lo que imagino y lo mezclo con la realidad tangente, me quedo con la mirada dolorosa del jefe viejo.
Reflexiva pienso que si bien no escribió la carta, estoy segura de que así lo sentía y que hoy puesto en estos fragmentos de líneas yo me uno a su grito.
¡Qué le hemos hecho a nuestro planeta!
Suspiro, es momento de firmar con las siglas que uso para escribir y de pronto percibo esta presencia, acaso estará feliz de que el hombre blanco comience a restaurar sus montañas, los ríos, los mares. Acaso en verdad despierte de su letargo y comienza a honrar el espacio que ocupa.
DZ
*Fragmentos de una carta que se supone llegó a manos del presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, en 1855. Atribuida al jefe Seattle, de la tribu Suwamishuna, quien se supone contesta sobre la oferta para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos, que hoy forman el Estado de Washington. A cambio, el presidente promete crear una “reservación” para el pueblo indígena.
Gracias Jaime García Priani por poner una idea en mi mente que se volvió un sueño que hoy uso para tejer el escrito.
https://ciudadseva.com/texto/