
Me pregunto si mi voz hubiera podido viajar a los rescoldos de tu mente abrumada, atrapada en ese espacio oscuro donde no hay salida
He intentado imaginar que sería poder detenerte antes de que te tiraras por la ventana con tu vientre abultado, pero sé que quizá en ese momento, no sabría qué palabras usar. ¿Acaso me escucharías? Me pregunto si mi voz hubiera podido viajar a los rescoldos de tu mente abrumada, atrapada en ese espacio oscuro donde no hay salida.
No sé qué pasó exactamente, ni si hay un halo de victimismo en quienes escriben sobre ti, si acaso es verdad que tuviste una relación plena con él, pero hay algo me dice que es difícil imaginarlo. Pienso que al final, estabas en un pantano que hilvanaba una desesperación inimaginable, bañada de una tristeza profunda por haber perdido a Amadeo, dejándote abrazada de un sentido de pérdida insuperable. Tampoco creo que tu primera hija, de catorce meses, te daba la fuerza suficiente para anclarte a la vida, a ella la habías tenido que dejar a cargo de una institución, debido a la miseria en la que vivían, y que lentamente los arrastraba como un torbellino. Así que más allá del melodrama del que muchos se quejan cuando escuchan tu historia, yo pienso que sí, que viviste un infierno aunque lo amaras con el alma.
Tiempo atrás, tu hermano André, te presentó a la comunidad artística de Montparnasse de la que formaba parte, llena de ilusiones conociste algunos artistas, de los que aprendiste e incluso posaste. A él lo conociste en la Académie Colarossi, tenía 33 años y tu apenas 19, puedo imaginar a tu familia alarmada, oponiéndose desde el inicio.
Tus orígenes eran sencillos, austeros, católicos, un padre trabajador que llevaba la contabilidad, en una mercería del centro de la ciudad. Todos se resistían viendo esa unión con tremendo recelo y preocupación, desaprobando sus extravagancias, sus excesos, el alcohol y sus raíces judías. Pero no te importó, te fuiste a vivir con él. Eras una chica menuda de ojos claros y pelo oscuro, una joven amable, tímida, tranquila, y fuiste la primera mujer de la que él se enamoró.
Eras de esas mujeres llenas de fuego por dentro, con grandes cualidades para sentir, pensar, llena de inteligencia y pasión, llevabas en las venas la posibilidad de ser una gran artista, hábil con los pinceles, transformando los lienzos en bellos cuadros, usando la pluma y papel para dibujar, diestra para el cincel sobre las piedras de mármol. Tu pintura era fresca, colorida y de firmes trazos; mientras estabas en la escuela, eras apreciada por el círculo de artistas de tu época, aunque siempre a la sombra de él. Te gustaba la música, tocabas el violín, y eras conocida por tus creaciones de diseños de ropa, llenas de influencias orientales, amabas tus exóticos turbantes, capa marrón y botas altas. Cómo me hubiera gustado conocerte.
Pero él era el maestro, con su pañuelo de seda al cuello. Su genialidad te convirtió en sobras, llevándote a la abnegación y el sometimiento, a una destrucción dolorosa, de esas que cobijaban las relaciones tortuosas. Sin duda, soñabas con la mitificación de amor romántico, pero al despertar cada mañana, te mirabas al espejo, viendo que era inexistente, ese que tenías, se tejía en hilos de su mal carácter, de la depresión, la enajenación. Conozco a quien en circunstancias parecidas ha usado la palabra “migajas”, encarnando la sensación de sentirse eclipsada, atrapada en una soledad, que apenas puedo imaginar. ¿Acaso te habrás sentido sólo un objeto? Lo que pudo haber gestado tu extraordinario talento, quedó enterrado por la elección que tomaste, y quizá por ser simplemente mujer.
Antes de que aparecieras en su vida, él usaba un poderoso magnetismo que ejercía sobre las mujeres, apoderándose de sus almas, desnudando sus cuerpos, para plasmarlos sobre el lienzo; Anna Ajmátova, Simone Thiroux, Lunia Czechowska, Nina Hamnett, Marie Vassilieff, Beatrice Hasting, entre tantas otras, figuraron en su estudio y en su cama. Pero solo tú fuiste la elegida de su corazón, sólo a ti te amo con el alma, y con ella te arrastró.
Qué habrá sido para ti, apenas comer, no contar con el dinero suficiente para traer al doctor, comprar más láudano, opio, tolerar los sopores de la absenta, ese licor “La fée verte” (el hada verde), que lo anestesiaba, mientras lentamente, la meningitis que padeció y de la que casi nadie sabía, se convirtió en una meningitis tuberculosa, que terminaría con la vida del hombre al que amabas, cuando apenas tenía treinta y cinco años de edad, asfixiado por las deudas en el cuartucho que compartían .
Al día siguiente del entierro, ya en casa de tus padres, decidiste acabar con tu vida y con la del hijo que llevabas dentro, de la ventana del quinto piso te lanzaste al vacío, para terminar con el dolor insoportable que sentías por la vida.
A él lo enterraron “como un príncipe”, en una bella tumba en el legendario cementerio de Père-Lachaise; tú, en cambio, avergonzaste a tu familia, que te enterró en secreto en el cementerio de Bagneux. Cuántos otros seres como tu han corrido ese mismo destino, desterrados del linaje familiar por sensurar en forma de pecado el suicidio. Se creía entonces, que te serían negadas las puertas del cielo, aún hoy esa idea sigue en pie en tantos otros espacios.
Tu familia no quiso quedarse con tu hija, o no pudo, quizá el dolor que los embriagaba era insoportable, el destino de tu pequeña fue cobijado por una hermana de Amadeo, que se la llevó a vivir con ella.
Diez años después de tu muerte, en 1930, el hermano mayor de tu amado, rogó a tu familia para que tus restos reposaran junto a los de Modi, como lo llamaban sus amigos en son de broma, ya que en francés se pronuncia de manera similar “maudit”, que significa “maldito”, y fuiste a parar al cementerio Père Lachaise. El epitafio sobre las tumbas escribe: “Llamado por la muerte cuando había llegado a la gloria”, y el tuyo, “Compañera devota hasta el sacrificio extremo”. ¿Será? Yo quisiera pensar que fuiste víctima de tu circunstancia, del abandono de tu familia, de tus decisiones llenas de pasión.
Me pregunto, si las palabras correctas se me hubieran escurrido entonces entre los labios, acaso te alcanzarían dándote la oportunidad de detenerte, ¿te haría sentido que te dijera que amar no significa perderse a uno mismo? ¿habrías podido continuar? ¿reponerte? ¿comenzar a pintar y volverte famosa?, pero hay algo que me dice que no, ese nivel de desesperacion genera un tunel negro donde no hay salida; a tu hijo también te lo habrían arrancado, porque estoy segura que lo hubieras intentado de nuevo.
Cuando aparece en los titulares que hay una exposición de Modigliani no me la pierdo, sus lienzos son inconfundibles, alcanzando la fama después de su temprana muerte, un destino que comparte con tantos otros, incluso contigo. Retratos con cuellos alargados, ojos almendrados, la
extensión del placer a pinceladas, mostrando su obsesión por la estética, reflejando profundas conexiones emocionales. Curioso, semejante belleza en vida no proliferó; su única exposición individual fue clausurada el mismo día de su inauguración, sus desnudos generaron controversia, algunos los miraban con ojos de depravación.
De las 20 obras que acompañan tu pequeño acervo, hay una que llama mi atención, un autorretrato tuyo donde yaces muerta a causa de una navaja enterrada en el costado, trazos que reflejan tu estado mental, formas distorsionadas mostrando tu tumulto interno. Hay otro más, llamado muerte, un año antes de que te quitaras la vida.
¿Acaso los pintaste mientras atravesabas un pantano de profunda angustia?
Para mí, los dos son un reflejo de tu tormentoso sufrimiento lleno de tristeza y soledad, acompañados de la opresión, del dolor existencial, y la desesperación que rodeaba tu vida. Aunque haya quien opine otra cosa.
Quizá en ellos simbolizabas no sólo a ti, sino también a todas las mujeres que han enfrentado circunstancias similares, donde el suicidio sigue acompañando una salida trágica a situaciones insostenibles.
En el 2000, tus pinturas se presentaron en Venecia, en la Fundación Giorgio Cini, como me hubiera gustado ir. En 2021, se realizó una exposición en el Museo de Arte Moderno de París, que incluyó tus obras, resaltando tu talento, aunque nunca han alcanzado el mismo valor en el mercado del arte que las de él. Será que un día alguien te revalore, te redescubra, z y entonces se cumpla tu deseo de ser reconocida como la gran artista que en verdad eras.
DZ
póstumo. En años recientes, se han realizado exposiciones que destacan su talento artístico, lo que ha contribuido a reevaluar su lugar en la historia del arte
que vivía estando muerta hasta sucumbir a la desesperación y hallar solo refugio en la muerte que la liberó.
Hasta conocerla a ella, y pese a los conocidos escarceos, Modigliani no se habían enamorado, no había sentido la intensidad del verdadero amor y lo descubrió convirtiendo a esta mujer primero en su musa, modelo, amante y poco después cuidadoras y sufriente desesperada.
Finalmente Modigliani muere el 24 de enero de 1920 -oficialmente, de meningitis tuberculosa- a los treinta y cinco años de edad.
Dos días después del entierro, presenciando una disputa familiar sobre el futuro de sus dos hijos ilegítimos, Jeanne (que no soporta la pérdida del “Modi”) se dirige a la ventana del quinto piso, la de su antigua habitación en casa de sus padres, y se lanza al vacío.