Elecciones 2024
Elecciones 2024
Hoy, 2 de Septiembre
Arqueólogo. José Eduardo Contreras Martínez Centro INAH Tlaxcala

“Entre aquellos grandes guerreros y sus temerosos venados, apareció quien diera cuenta de uno de ellos y entonces le espetó una cuchillada. Ahí se dieron cuenta de que era una hembra, le cortaron el pescuezo y quedo muerta. La destazaron para mostrar en todos los pueblos de Tlaxcala, que no eran ni Dioses, ni sus bestias sagradas.”

Se repiten los días en el calendario año tras año y tantas veces nos pasan desapercibidos. En México hoy hace 500 años se produjo la primera batalla entre los guerreros tlaxcaltecas y el temido capitán Hernán Cortés, al mando de su pequeño ejercito. Así pasó a la historia como un enfrentamiento al que dieron el nombre de la batalla de Tzompantzinco.

El espacio de tiempo que ocupó la conquista de México es uno de los episodios que ha suscitado múltiples controversias, resentimientos y consignas entre los pueblos que participaron, dejando una herida que duele y que no termina de sanar. Ha surcado el tiempo y se ha volcado rasgando nuestra identidad, haciéndonos creer que eso somos; un pueblo sometido, azuzando a odios, postergados. 

Quizá hay una posibilidad distinta, una forma de zurcir la herida que no permite vernos como un pueblo nuevo; cruza de inmigrantes, conquistados y conquistadores. Una simbiosis variopinta de sangre revuelta, que hoy necesita unirse en una identidad contemporánea, para hacerle frente a sus crisis, asumiendo el pasado con los pies bien plantados en el presente. 

Los españoles en medio de un tumulto de profecías que advertían la llegada de “hombres blancos y barbados procedentes de Oriente”, se materializaron con el desembarco de Hernán Cortés. Pusieron los pies en las costas 518 infantes, 16 jinetes y 13 arcabuceros, en aquel marzo de 1519. 

Pasados los primeros meses cruzando valles y montañas, penetraron al territorio de Tlaxcala por la cañada que hoy se conoce como La Mancera

Se desplazaban 300 soldados de infantería y quince caballos que abrían su paso certero en tierras nuevas. Se erguían con la soberbia y displicencia de quien se sabe  conquistador. Algunos guerreros de pueblos sometidos por los Mexicas, se sumaron  a los “grandes señores.” Veían una posibilidad de aliviar la pesada carga que implicaba tener el pie de los tenochcas** en cima. Así que iban caminando a un lado para no mezclarse; los dioses barbados, que hechizaban a su paso, no lo permitían.  

A la altura del pequeño poblado de Tehuacingo, se encontraron con las huestes del señor de Teoc, que enviando de frente a un contingente otomí al mando de Xicoténcatl el Joven, atacó con fiereza, cerca del desfiladero. 

Los caballos de Cortés, no podían desempeñarse bien por la superficie del terreno, así unos guerreros lograron dar alcance y muerte a dos caballos propiedad de Pedro Cedeño.  Con ello demostraron que “los venados”, como los llamaban en su idioma, eran solo animales domésticos. Los restos fueron destazados y mandados a las principales cabeceras tlaxcaltecas para demostrar que no eran dioses como se creía y sirvió como argumento a Xicohtencatl el gran guerrero, para continuar con el acecho.

Tomaron las insignias de los conquistadores, y se sintieron vencedores, pues para ellos esto era un símbolo que dejaba claro, que habían ganado. Los códigos de guerra marcaban normas que los españoles no conocían, o no les importaban.

Los hispanos descargaron los cañones y dispararon sus mosquetes. El ruido ensordecedor, invadió por segundos un silencio que aturdió el campo de batalla. El tiempo se detuvo, el polvo cegaba y de pronto se despejaba  el espacio. Una dificultad para respirar se hizo presente, era demasiado ver  a los hombres caer, heridos, mutilados y destrozados por las balas.  Esta imagen, les desgarraba el corazón, les robaba dignidad y con ello la fuerza de las piernas. Confundidos, encontrando un lugar donde acomodar este episodio, al ver semejante carnicería, los valientes guerreros huyeron despavoridos. Sin duda, este fue un enfrentamiento breve. 

Durante varios días librando algunas pequeñas contiendas, el ejército tlaxcalteca se encontraba diezmado.

Los cuatro señoríos se enfrentaban entre ellos, pues habían contradicciones políticas entre dos grupos sociales; el de los guerreros y el de los comerciantes que no veían con malos ojos a los recién llegados. Con este enjambre de problemas, sumando las pérdidas de vidas, de bienes y el número de poblaciones tomadas por el enemigo y sin dejar de lado a los ejércitos que se negaron a participar en medio de la confusión, parecía confirmar que la balanza se inclinada a favor de los recién llegados. Como pólvora las voces murmuraban que estos seres, eran invencibles.

Del otro lado, el ejercito español comenzaba a desmoralizarse, los soldados estaban exhaustos, cortos de provisiones, muchos enfermos y con frio, además de percibir a su adversario como numeroso y tenaz. 

Es en momentos así, cuando una decisión aguda, digna de un gran estratega convierte un momento crítico, en una posibilidad. Entonces se pone andar la maquinaria de la argucia, la mente hace los diagramas de flujo necesarios, se revisan las posibilidades. 

El extremeño que no estaba improvisando, venía tomado nota de los puntos vulnerables y las debilidades de su gigantesco enemigo. Así,  puso un plan en marcha. Les ofrecería  apoyo, les diría que con su ayuda podían  acabar con su enemigo más acérrimo; los mexicas. Que al firmar una alianza, terminaría el yugo de las fauces de su imperio. Basta tocar las fibras de lo que otro necesita, para poner una carnada de fácil ingesta.

Aprovechó el mito de que los indígenas los consideraban dioses y por tanto inmortales. Había tomado las precauciones para esconder a sus escasos muertos y no desmitificar la leyenda. En un doble juego, usando su enorme sagacidad, haciendo alarde de quien sabe mentir, se puso a hablar con los mexicas al mismo tiempo,  mandando mensajes a Moctezuma II diciendo que estas batallas contra los de Tlaxcala, eran para cuidar al imperio de sus enemigos. Y es así como un ejercito tan pequeño vence a cientos de miles de hombres que confundidos, sucumben ante los hombres barbados. 

Veintiún días después de iniciados los combates, el 23 de septiembre de 1519, los conquistadores se asentaban victoriosos y de manera pacífica en el corazón de Tlaxcala. Su camino hacia la capital del imperio azteca quedaba libre. 

La alianza hispano tlaxcalteca, no fue un asunto sencillo de establecer como se ha pensado tradicionalmente; parece ser que poco tuvo que ver la estrategia militar española, las armas, los caballos, ni los temores inspirados en imágenes fantásticas que abrazaban las profecías. El peso de la decisión recayó en factores de otra índole, poniendo en desacuerdo a la asamblea tlaxcalteca, que hizo patente las contradicciones políticas entre dos fuerzas: la de los guerreros y la de los comerciantes. La alianza se fincó en el apoyo del grupo con mayor poder político, que vio una manera de hacerse más prósperos y con mayor prestigio.

DZ

*Fragmentos robados, amasados a modo y transformados para el uso de un cuento llamado -De donde Eres –

El original es de Bernal Díaz del Castillo “Historia Verdadera de la conquista de la nueva España.

** El término tenochca es una referencia directa a Tenochtitlán.  

Bibliografía 

Bernal  Díaz  del  Castillo,

Historia  Verdadera  de  la  Conquista  de  la  Nueva  España, México,  Editorial  Porrúa C 1983.