Elecciones 2024
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Hildegard

Por dónde empiezo a hilarte, cómo te construyo a base de letras amalgamado tus huesos y tendones para ir dándote forma. Te visto de abadesa, te voy trasladando hacia atrás, mirando la historia de estos últimos ochocientos años en un santiamén. Borro los rastros de esta forma de mirar el mundo con tintes de contemporaneidad. Enjuago mis juicios y comienzo a hilar la crónica como si en verdad pudiera, y sonrío llena de asombro.

Me hago pequeñita, los seres humanos entonces en términos generales eran más bajitos. Me doy cuenta que a mi edad, ya se era anciano, sin dientes seguramente. Habría enterrado a la mitad de mis hijos de haberlos tenido. Habría conocido el hambre y mi sentido de pertenecía quizá estaba en lo intuitivo más que en un constructo de concepto. Dibujo los ladrillos que enmarcan los castillos que regulan los feudos de esta tierra, que hoy es Alemania.

Hace ochocientos sesenta y siete años, tenías mi edad. Encuentro que vestirme de monja me ayuda a entrar en tu convento Benedictino, en Rupertsberg. Es sorprendente que esta sea tu propia abadía. En esta época lo habitual es que los conventos sean mixtos, pero impusiste tu designio de volverlos solo para mujeres y dentro de los muros, las monjas dan rienda suelta a sus talentos artísticos, aprendiendo a cantar, a copiar e ilustrar manuscritos, tomando cerveza, riendo y haciendo gimnasia. Me sorprende que hablaras de igualdad entre hombres y mujeres como si vivieras en mi época, quizá es por eso es que te admiro como a pocos.

Toco la aldaba con recato, por una reja se asoma después un rato, una monja de ojos severos. Pregunto por la profetisa teutónica, cierra la ventana y cuando pensé que no me iban a abrir, se corre el cerrojo y se escucha el portón de madera pesada moverse. Una mujer adusta me recibe, precavida hace una cara de poco amable, más tarde me doy cuenta que solo está siendo cuidadosa, pues los extraños pueden ser enemigos. Invento un cargo, quizá algo de jerarquía me permita ser mejor recibida.

Reina Federico Barbarroja emperador del sacro imperio Romano. Es la época de la Segunda y Tercera Cruzada, un tiempo donde se gestaron los grandes reformistas religiosos.

Mientras estoy sentada en un cuarto húmedo donde el frío cala los huesos, afuera se están construyendo y levantando grandes ciudades y nacen los primeros estados burocráticos de Occidente.

Hay un Cristo de marfil sobre un mueble pesado y la silla de cuero me abraza. Esta es la época que vio la culminación del arte románico y el comienzo del gótico, brota la literatura vernácula, la resurrección de los clásicos latinos, la poesía, el teatro litúrgico y el Derecho Romano. Se ha recuperado la filosofía y la ciencia griega con sus adiciones árabes y es la época que da origen a las primeras universidades europeas.

Una campana tañe a lo alto, para quien vive en la vorágine de una ciudad del siglo XXI el tiempo de pronto aquí se percibe más lento.

Estoy nerviosa, me sudan las manos estoy apunto de verte y solemnemente te presentan “La abadesa Hildegard von Bingen”  me levanto y te miro, tienes los ojos claros como decían que los tenias. ¿Se inclina uno, se da la mano?, no sé cómo se saluda y decido sonreír. Entonces me adivinas y me tiendes la mano, es áspera y rugosa, son las manos de quien trabaja con ellas.

Tengo ante mí a la relevante mística, mi emoción es tan grande que el corazón parece salirse de mi pecho. Eres considerada la primera bióloga alemana, la primera médica y la primera feminista. Una de las mujeres más extraordinarias de la Edad Media europea.

Se escucha música, las notas se cuelan por las rendijas de puerta. Sonrío, conozco la melodía, es tu música. Esta es del ciclo de canciones de la “sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales.” Con ella llevas la expresión de tus ideas acerca de la sanación y la vinculación con la espiritualidad. “Todas las artes que sirven los deseos humanos y las necesidades del ser humano se derivan del aliento que Dios envió al interior del cuerpo humano” me dices.

Le pides a las madres que nos dejen solas y me preguntas qué es lo que en verdad hago ahí. Me has descubierto y con ingenuidad te respondo que quería conocerte, que desde que escuche tu nombre por primera vez, te has vuelto una fascinación, conozco tanto sobre ti que me parece que eres tan cercana. No me reprendes, quizá tu corazón amable decide abrazarme. Me dices que te acompañe, vamos hacia el huerto, ahí donde están tus plantas, aquellas con las que practicas la fitoterapia, esta forma milenaria de curar e incluso prevenir las enfermedades, mediante el uso de las propiedades medicinales de las plantas o de una parte de ellas como las hojas, raíces y la corteza, preparando tisanas, infusiones y extractos, adelantándote a la homeopatía. Hoy en día en Alemania, te consideran la precursora de las flores de Bach.

Te pregunto sobre tu historia y me cuentas que de niña tenias una débil constitución física, pasabas mucho tiempo en cama sufriendo constantes enfermedades. Entonces fue cuando comenzaron las visiones, sin caer en éxtasis. Simplemente, te sentías mal, doliéndote todo, pero siempre estabas perfectamente lúcida, oías, veías y estabas al mismo tiempo en el mundo espiritual y en el terrenal.

Lo había leído en alguna parte, haz sido el único caso de misticismo consciente en toda la historia de la iglesia. Al parecer no ha existido otra religiosa que tuviese visiones y revelaciones en estado de vigilia. Tan distinto a los éxtasis de grandes místicos, como Santa Teresa de Jesús.

Me cuentas que escribes sobre teología, en tu propia lengua artificial a la que llamas “lingua ignota,” pero lo que más llama mi atención y que no sabÍa, es que para ti el  universo es heliocéntrico. Faltan 300 años para que Copérnico lo diga. Hablas sobre la gravitación universal y faltan 500 años para que Newton haga el descubrimiento.

Existen dos obras que tienen todos estos contenidos físicos (Physica) y otra sobre medicina (Cause et cure), fundamentadas en el funcionamiento del cuerpo humano, la herbolaria y otros tratamientos médicos de tu época, basados en las propiedades de plantas, piedras y animales.

Ahora lo sé, crees que las cualidades y propiedades curativas de las plantas, de los elementos, árboles, piedras, peces, aves, animales, reptiles y metales, están  en consonancia con los cuatro humores o temperamentos principales del cuerpo humano: sanguíneo, melancólico, colérico y flemático.

Estoy fascinada, podría quedarme aquí hablando contigo por días, pero es hora de partir, mañana salgo de madrugada a caminar a la Sierra Gorda de Querétaro, quizá vuelva por aquí para que me hables de mas cosas, de esas que me apasionan tanto como para trasgredir las leyes de lo imposible.

Me invitas a comer, en tu época solo se comía dos veces al día, se comía poca carne y se llenaba el vacío con “frumenty” un alimento a base de granos, que se ve todo menos apetitoso. Te doy las gracias y te rechazo la invitación. Te abrazo, me miras a los ojos y me siento tan vista, que se llenan mis ojos de esa agua salada que brota tantas veces sin buscarlo.

Gracias por permitirme este arrebato de buscarte en el tiempo. Regreso, me quito la cofia llena de lejía que tanto me ha picado. Todavía un poco mareada por el viaje, agradezco y me despido.

DZ

* Con la fuerza que llevaste en el alma, te enfrentase a todas la vicisitudes de tu época, hablaste con fuerza y no te doblegaron aun a los ochenta y un años de edad poco antes de morir, cuando te enfrentaste a las autoridades eclesiásticas y no quisiste exhumar a un hombre que decían había muerto en pecado y no podía ser enterrado en tierra santa.

Tus reliquias fueron conservadas en el convento de Rupertsberg hasta la destrucción de este en 1632, durante la Guerra de los Treinta Años, siendo llevadas a Colonia y después a la iglesia parroquial de Ebingen, donde aún reposan.

El 7 de octubre de 2012 el papa Benedicto XVI te otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a san Juan de Ávila durante la misa de apertura de la XIII Asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos. Grande eres Hildegard, qué grandes eres.